Capítulo 14
Dom
La idea era simple.
Pasarla bien con Livie sin vueltas, sin sentimentalismos. Solo dos personas adultas con buena química y cero necesidad de complicar las cosas. Había salido de mi boca con una naturalidad que incluso me sorprendió. Y ella aceptó con esa mezcla de nervios y determinación que siempre la hacía interesante.
Perfecto, ¿no?
Hasta que no lo fue tanto.
Desde que tuvimos “la conversación”, empezamos a vernos más seguido. A veces era solo una serie en mi sofá, otras una caminata con Bailey, otras… bueno, otras terminaban con ella sentada en mi cocina a las dos de la madrugada, despeinada, riendo con un vaso de jugo en la mano y una sudadera mía que le quedaba ridículamente grande. Todo era informal. Natural. Pero empezaba a gustarme más de lo que había planeado.
Lo noté una tarde que la pasé en la oficina revisando presupuestos. Me sorprendí desbloqueando el teléfono para ver si me había mandado un mensaje. Ridículo. Yo, el tipo que apenas respondía mensajes, ahora estaba esperando el sonido de una notificación como si tuviera quince.
—¿Problemas con la contabilidad o con alguien en particular? —preguntó Andrea, mi compañera de trabajo, con esa ceja alzada que siempre sabía más de lo que decía.
—Ambos —respondí, sin pensarlo.
—¿La misma chica de la fiesta? —añadió, girando en su silla.
—Ajá —dije, sin pensarlo.
Andrea me miró unos segundos, luego volvió a su pantalla.
—No muy listo por tu parte, Dom.
No respondí. Porque tal vez tenía razón.
Esa noche fuimos al parque. Supuestamente a correr, pero ni ella ni yo teníamos intenciones reales de sudar. Caminamos lento, hablamos de la universidad, de su clase de economía que odiaba con pasión, y terminamos en un banco, compartiendo un paquete de galletas.
—¿Sabes qué es lo peor de las presentaciones orales? —dijo ella, mordiéndose el labio.
—¿Qué?
—Que siento que todos me miran esperando que me equivoque. Me trabo y siento como me pongo como un tomate. —Se rió.
—Eso se cura con práctica.
—¿Me vas a dar clases también de eso?
—Si me lo pides bien —respondí, con una sonrisa torcida.
Ella giró los ojos, pero su sonrisa era genuina. Y sin que lo planeáramos, volvimos a besarnos. Ahí, en ese banco, a la vista de cualquiera. Esta vez no fue un juego. Fue lento. Con intención. Con deseo. Con esa maldita sensación de que esto estaba empezando a ir más allá de lo pactado.
La llevé a casa tarde. Muy tarde. Ni siquiera entramos. Solo la acompañé hasta la puerta y le di otro beso. Más corto. Más suave.
—Buenas noches, Dom.
—Buenas noches, Liv.
Esa noche dormí mal. Pensando en la curva de su espalda cuando se alejaba. En cómo olía su cabello. En cómo me miró cuando se mordió el labio antes de besarme. Y al día siguiente, mientras tomaba café en el break de la oficina, Maggie apareció.
Me saludó con ese entusiasmo exagerado que recordaba tan bien y me propuso una salida con el viejo grupo del cole el fin de semana.
Acepté. Porque me vendría bien volver a lo simple. A lo que no me hacía mirar el teléfono cada cinco minutos esperando una jodida notificación.
Y si pasaba algo más con Maggie, bien. Porque lo de Livie era una experiencia divertida. Un paréntesis interesante. Pero nada más.
¿Verdad?