Capítulo 11
Livie
Lo que más me gustaba de esto con Dom era que no tenía que pensar demasiado. No había juegos de espera, ni ansiedad por mensajes que no llegaban. Él no prometía nada, y yo tampoco lo esperaba. Cada quien tenía su vida y, cuando coincidíamos, era fácil. Cómodo. Como si todo fluyera con una naturalidad que no había sentido antes con nadie.
Durante el día, yo iba a clases, salía con Mía y mis amigos o estudiaba en la biblioteca. Él estaba en su mundo de trajes, oficinas y reuniones. Pero por las noches, a veces, me llegaba un mensaje:
"¿Te pasas por casa?" o "¿Película y pizza?"
Y entonces el ritmo cambiaba. Nos veíamos, charlábamos un poco, y luego nos besábamos como si el mundo se detuviera justo en ese lugar. Era... intenso. Distinto. Me encantaba cómo me hacía sentir su boca en la mía, sus manos sobre mi cintura, la forma en que siempre parecía saber exactamente qué hacer para que se me olvidara todo lo demás.
Y cada vez que estábamos juntos, el calor crecía. No solo el que me subía por la piel, sino algo más profundo, como un deseo que se acumulaba poco a poco.
Una noche, fuimos a su habitación después de ver una película. Nos habíamos reído un montón con la comedia absurda que elegimos, pero apenas cerró la puerta, nuestras risas se desvanecieron. Me besó contra la pared, con esa intensidad que ya empezaba a reconocer, y yo respondí con igual hambre.
Sus manos subieron por debajo de mi camiseta, y las mías se aferraron a su nuca. Me sentía valiente, segura en su presencia. Deslicé mis dedos por su espalda, bajando lentamente, buscando más. Lo sentí tensarse un poco, pero no se apartó. Me guió hasta la cama sin dejar de besarme, con movimientos calculados, precisos, como si supiera exactamente lo que estaba haciendo. Porque lo sabía.
—Liv —susurró sobre mis labios, separándose un poco—. ¿Estás segura?
Abrí los ojos y lo miré. Su respiración estaba agitada, al igual que la mía.
—Sí —dije, sin dudar.
Él asintió despacio, y luego sonrió con un poco de picardía.
—Entonces vamos por partes. No hay prisa.
—¿Partes? —reí bajito.
—Bases, más bien —respondió mientras volvía a besarme, esta vez más suave—. Hoy... solo exploramos. Tú marcas el ritmo.
Lo dejé guiar. Sus manos acariciaron mi piel con paciencia, recorriendo cada parte como si fueran territorios nuevos que deseaba memorizar. Yo también lo toqué, tímida al principio, pero ganando confianza al notar su reacción. Hubo risas suaves, suspiros compartidos, besos largos y algunas confesiones torpes que nos hicieron reír entre caricias.
Cuando me ayudó a acomodarme sobre su cama, noté que no había ansiedad ni urgencia. Solo esa tensión eléctrica que se había vuelto parte de nosotros. Me enseñó a respirar en medio del deseo, a prestar atención al cuerpo, al mío y al suyo. A dejarme llevar sin miedo.
Horas más tarde, cuando el reloj marcaba bien entrada la madrugada, me puse mi camiseta con una sonrisa en el rostro. Él me alcanzó mis zapatillas desde el suelo y yo se las quité de las manos con una mirada agradecida.
—Gracias por la clase —dije en tono juguetón.
—Cuando quieras te doy otra —respondió, dándome un beso corto en la frente.
Salí en silencio, con Bailey esperándome en la sala como si supiera exactamente lo que había pasado. Y al llegar a casa, mientras me metía en la cama, supe que algo había cambiado.
No solo en lo físico. Había algo más. Algo que crecía cada vez que él me tocaba y me dejaba ir al mismo tiempo.
Y por primera vez, no me sentí asustada de explorarlo.