Capítulo 14
Dominic
No voy a mentir. Estar con Livie era jodidamente divertido. No solo porque tenía esa risa que se le escapaba cuando intentaba hacerse la seria, o esa forma suya de poner los ojos en blanco cuando la provocaba. Era por todo. Por lo fácil que se volvió verla, besarla, tocarla. Como si el hecho de que no hubiera etiquetas hiciera que todo fluyera mejor.
Y no, no era solo sexo. Bueno, todavía no. Pero sí muchas sesiones que encendían más de lo que apagaban. Y a decir verdad, me gustaba la idea de ir despacio, porque cada vez que estábamos juntos, había algo nuevo por descubrir.
Esa tarde en mi habitación fue jodidamente reveladora. La forma en que se me subió encima mientras nos besábamos, la manera en que me miró justo antes de decirme que quería más... Fue imposible no perder el control por un momento. Pero también me gustó detenernos. No por moralismo barato. Sino porque su "sí" tenía más peso del que ella misma entendía. Estaba explorando, descubriéndose, y joder, ser parte de eso... tenía su propio tipo de poder.
Después de eso, las cosas no se enfriaron. Al contrario. Seguimos viéndonos. A veces salíamos por un café, a veces ella pasaba por mi casa con cualquier excusa: que si Mía estaba ocupada, que si Bailey quería caminar por otra ruta. Siempre había algo. Y yo no me quejaba.
Empecé a notar detalles. Livie había comprado lencería nueva. No era nada muy revelador pero tenía encajes, tonos vino, negro, incluso uno azul medianoche que me dejó pensando en lo bien que sabía lo que hacía. Tal vez no era tan inocente como aparentaba. Y me gustaba. Me gustaba mucho.
La tensión subía. Cada salida, cada beso, cada caricia tenía esa carga que solo un juego bien jugado puede tener. Y sí, había noches en que me iba a casa con la mandíbula apretada y las manos vacías por anticipación. Y eso lo hacía aún mejor.
Un viernes por la tarde estaba con Sebs y Noah en casa. Íbamos a ver el partido y pedimos cervezas y pizza. Todo tranquilo. Hasta que escuchamos la puerta abrirse y entrar a Mía y Livie riendo, cargando bolsas. Venían del mall, claramente.
—Hola, intrusos —dijo Mía, entrando a la sala.
—¿No sabían que era noche de hombres? —bromeó Sebas.
—¿Y ustedes no sabían que los viernes el sofá se reserva a quien llega primero? —replicó Livie con una sonrisa, mientras se dejaba caer en el otro extremo del sillón.
Yo solo la miré de reojo. Shorts negros, una camiseta blanca demasiado sencilla pero ajustada. Nada sexual, pero todo en su lugar. Sexy sin querer serlo. Tenía esa habilidad sin esfuerzo que volvía loca a la mitad de los hombres y la otra mitad ni sabía por qué se ponía nerviosa.
Nuestros ojos se cruzaron apenas por un segundo. Fue rápido. Íntimo. Como una señal entre dos personas que saben exactamente lo que están pensando sin decir una palabra. Pero después seguimos como si nada.
Porque nuestros amigos no sabían nada. Porque esto era nuestro.
La noche siguió con bromas, fútbol y cervezas. Livie se reía con Mía, se burlaba de nosotros cuando gritábamos por el gol que nos anularon y se robaba papas fritas del plato sin pedir permiso. Y por dentro, yo solo pensaba en lo jodidamente cómodo que se había vuelto tenerla cerca.
A veces me gustaba pensar que esto iba a ser uno de esos recuerdos con los que te ríes en unos años. Cuando todo pase. Cuando ella siga con su vida y yo con la mía.