Capítulo 14
Livie
La vida, por primera vez en mucho tiempo, me sabía a equilibrio. La universidad me estaba yendo bien, incluso en estadística, que había empezado como un martirio. Tenía amigas con quienes tomar café entre clases, compañeros que me pasaban apuntes y hasta un pequeño grupo con el que organizábamos partidos de básquet en las canchas del conjunto residencial.
No era buena, pero me divertía. Y cuando jugábamos al atardecer, con la brisa fresca y la música en algún parlante de fondo, me sentía exactamente donde tenía que estar.
Esa tarde, regresábamos todos sudados, bromeando y empujándonos entre risas. Yo llevaba el cabello recogido y una camiseta ancha que me había robado del clóset de Mía. Al girar la esquina hacia su casa, los vi.
Dom estaba sentado en una de las bancas de piedra con tres de sus amigos. Tenían cervezas y hablaban alto. Uno de ellos, Sebas, mencionó algo que me hizo frenar.
—¿Y entonces Maggie también va a estar en la fiesta? —preguntó con una risa cargada de complicidad.
—Obvio, no se pierde ninguna si está Dom —respondió Noah, burlón.
Yo solo giré la cara, como si no me importara, y seguí caminando. Pero algo se me removió dentro.
Maggie.
No la conocía. Nunca la había escuchado mencionar. Ni siquiera por Mía. Pero la forma en que lo dijeron… como si fuera un “algo más” en la vida de Dom.
No pregunté. No hice drama. Era eso lo bueno de lo que teníamos: no teníamos etiquetas. Y eso me daba cierta libertad. O eso me decía a mí misma.
Esa noche quedamos de vernos en su cuarto. Le escribí mientras me duchaba, y cuando llegué, él ya tenía una playlist suave sonando y estaba sentado revisando algo en su laptop. Me sonrió apenas me vio entrar, esa media sonrisa que se me metía en la piel.
Me senté a su lado en la cama, sintiendo el cosquilleo de siempre que aparecía con solo estar cerca.
—¿Cómo estuvo el partido? —me preguntó, cerrando la laptop.
—Perdimos, pero le metí un punto a Luis y eso es casi un milagro.
Dom se rió, tocándome apenas la pierna con los dedos, como si no pudiera evitarlo.
—¿Y tú? ¿Día largo?
—El jefe anda con delirios de expansión. Lunes de locos.
Asentí, y por un segundo solo lo miré. Me gustaba observarlo cuando no hablaba.
—Dom —dije bajito, y él giró a mirarme con atención—. Hay algo que quiero intentar contigo.
—¿Sí?
Me acomodé sobre la cama, cruzando las piernas, tratando de que no se notara cuánto me latía el pecho.
—Quiero que… —tragué saliva— que te corras con mi mano.
No me reí. No bromeé. Lo dije como quien sabe lo que quiere, aunque por dentro se derritiera de nervios.
Él me miró en silencio un segundo, luego sonrió.
—¿Segura?
—Sí —dije con un asentimiento firme, aunque mi voz apenas salía.
No dijo nada más. Se acercó, me tomó del rostro y me besó. Con calma. Con esa lengua tibia y hábil que conocía cada parte de la mía. Y mientras el beso crecía, mi mano bajó, explorando sin apuro, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba. Sus suspiros. Sus gemidos suaves. Su calor.
Me guió, sin apurarme, enseñándome. Mostrándome lo que le gustaba. Y cuando al fin lo sentí temblar, estremecerse y apoyarse con fuerza en la cama, sentí que me ardían las mejillas… pero también una satisfacción nueva. Como si acabara de cruzar una puerta.
Cuando todo terminó, él me miró, besó mi frente y me acarició el muslo.
—Eres buena en esto, ¿sabías?
Me reí, mordiéndome el labio.
—Creo que estoy recibiendo muy buenas clases.
Él me acompañó hasta la puerta después. No me pidió que me quedara. No lo necesitaba. Nos bastaba con eso, con lo que éramos.
Y mientras caminaba de regreso a mi casa con el corazón aún acelerado, supe que me estaba metiendo más hondo de lo que había planeado. Pero no me importaba.
Porque lo que estábamos haciendo era nuestro. Y por ahora, eso bastaba.