Entre tú y yo

Ecos Silenciosos

Capítulo 16

Livie

No sabía muy bien qué había cambiado, pero lo sentía. Como una corriente fría que se cuela por la ventana cerrada.

Dom estaba distinto.

No es que me ignorara, ni que se mostrara frío de manera directa. Pero no me escribía como antes. Sus mensajes eran más cortos, más espaciados. Y durante esos primeros días de la semana, sentí esa incomodidad de andar preguntándome si había hecho algo mal. Si me había pasado de intensa. Si lo de la última vez lo había incomodado. O si simplemente ya se había aburrido del “trato” que habíamos hecho.

“¿Te pasa algo?”, escribí una noche. Y aunque respondió con un “No, solo mucho trabajo”, no sonó como solía hacerlo. Sonó a excusa. A evasiva. A algo que no quería contarme. Y ahí estuvo mi mente, girando sin parar.

Por suerte, la universidad me mantuvo ocupada. Tuve una semana llena de entregas, exposiciones y juegos con los chicos del grupo de residencia y salidas con Mia. Pero, por más que intentara, el pensamiento volvía una y otra vez: ¿me equivoqué?

No quería ser una de esas chicas que le pone emociones a lo que era solo deseo. No quería confundirme. Pero tampoco podía evitar pensar en la forma en que Dom me había mirado las últimas veces. No había sido solo físico. Había ternura en su tacto. Había espacio. Había interés. O eso creí.

El viernes llegó sin aviso, como si se hubiera escondido entre las hojas de la agenda. Tenía planeado salir con los chicos de la residencia, pero decidí quedarme. No tenía ánimos. Me preparé un té, me puse una camiseta grande, y me acurruqué en el sillón del cuarto con Bailey. Iba a ver algo en Netflix cuando escuché el golpe suave en la puerta.

Dom.

Vestía jeans oscuros y una camiseta negra. Pelo desordenado. Cara de alguien que no había dormido bien.

—¿Estás ocupada? —preguntó.

—Solo iba a ver una película. ¿Todo bien?

Él asintió. Entró. Se quedó de pie por un segundo, y luego se sentó junto a mí en el sillón.

—Siento no haber estado muy presente esta semana. Tuve muchas cosas en la cabeza… —dijo.

—No tienes que explicarme nada —respondí rápido, casi en automático.

—Tal vez no, pero quería hacerlo —dijo bajito, y ahí estaba. El Dom que me gustaba. El que no fingía.

Hubo silencio. No incómodo. Solo... lleno. Cargado. Como si algo más se deshiciera entre nosotros. Y luego, como si no necesitáramos más palabras, se acercó. Me besó despacio, primero con cuidado. Como si quisiera comprobar si todavía estábamos en la misma página. Y lo estábamos.

La noche avanzó con calma. No hubo urgencias. Hubo caricias, sí. Besos largos. Camisetas que se deslizaban. Sus dedos en mi espalda, mi boca en su cuello. Nos perdimos en ese juego que ya conocíamos, pero esta vez con algo distinto. Como si ambos estuviéramos soltando algo más. Como si estuviéramos volviendo a encontrarnos.

Cuando el cuerpo se cansó y los suspiros se calmaron, me quedé recostada a su lado. No dije nada. Solo sentí su respiración. El peso de su brazo cruzando mi cintura. El calor compartido.

Y, por primera vez, no quise irme. Ni él se fue.

Esa noche dormimos juntos. Y por la mañana, cuando desperté el ya no estaba.




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