Capítulo 18
Livie
Venía de uno de los partidos más divertidos que habíamos jugado en la residencia. El grupo de básquet ya se había vuelto parte de nuestra rutina semanal, y con cada juego sentía que me integrada. Incluso los planes ya no me hacían sentir tan nerviosa.
Ese día, mientras caminábamos de regreso a casa con Mía, Kevin, Luis y Paula, nos invitaron a una fiesta de cumpleaños para el viernes por la noche. Luis cumplía años y lo celebrarían a lo grande. Enseguida empezamos a bromear sobre qué ponernos, cómo organizarnos con las clases y cómo llegar a tiempo sin perdernos el inicio de la fiesta.
—Tengo una blusa negra que te puede quedar perfecta —me dijo Mía con ese entusiasmo que solo ella tenía para la moda—. Y con tus shorts nuevos, vas a romper corazones.
—Con que no tropiece al llegar, ya me doy por satisfecha —reí.
Cruzamos la entrada de la casa de Mía. Apenas abrimos la puerta, notamos que había más ruido de lo usual. En la sala estaban varios de los amigos de Dom, riendo, conversando y con botellas en mano. Uno de los sofás estaba ocupado por Dom… y una chica sentada prácticamente sobre él.
Era alta, rubia y de esas personas que parecen estar acostumbradas a ser el centro de atención y ahora el de Dom.
Entramos saludando de forma general. Yo intenté mantener mi tono casual, como si no me importara lo más mínimo la escena frente a mis ojos. Dom no hizo gran cosa. Apenas un leve asentimiento con la cabeza, ni siquiera se incorporó.
—Ah, las niñas de la casa —dijo la chica, con una sonrisa que no alcanzó a sus ojos—. ¿Vienen de jugar?
Mía, que estaba justo a mi lado, me tomó del brazo.
—Mejor vamos a mi habitación. No soporto a Maggie ni dos minutos.
Subimos de inmediato. Yo no dije nada, pero por dentro sentí un nudo extraño. No de celos exactamente… pero sí de incomodidad. Tal vez porque nunca nadie me había hablado así. Tal vez porque por primera vez sentí lo lejos que estaba del mundo de Dom, aunque compartiéramos una cama de vez en cuando.
Esa semana, después del encuentro con Maggie, decidí no pensar demasiado en eso. Quise seguir como hasta ahora, mostrándome relajada, sin exigencias. Aun así, algo me molestaba. No que Dom saliera con otras personas —eso lo tenía claro desde el inicio—, sino que nunca lo mencionara. Que mantuviera esa parte suya escondida como si no fuera relevante.
Nos escribimos poco esos días. Mensajes breves, más por costumbre que por ganas. Ninguno de los dos hizo mucho por ver al otro. Me repetía que era mejor así. No involucrarse. No reclamar lo que no te pertenece. Pero en el fondo, algo se revolvía.
El miércoles por la noche, Mía y yo estábamos cenando en la cocina. Ella me contaba su plan para lo que se pondría en la fiesta. Yo aún no decidía si quería algo más cómodo o algo más llamativo. En eso, se abrió la puerta y Dom entró.
—Hey —dijo, dejando las llaves sobre la repisa.
—Hola —respondimos al unísono.
No se acercó, no preguntó cómo nos había ido. Solo escuchó una parte de la conversación.
—¿Van a salir el viernes? —preguntó.
—Sí, a la fiesta de cumpleaños de Luis—respondió Mía sin más.
Dom solo asintió.
—Que la pasen bien —dijo, dirigiéndose directo a su habitación.
Mía me lanzó una mirada y luego se encogió de hombros.
Yo seguí comiendo, en silencio. Pensando que tal vez era hora de que aplicar aquellas clases en particular.
Porque a veces, las cosas sin nombre también dejan marca.