Entre tú & yo

Capítulo 2: ¿Hola?

“Solo te retocaré con maquillaje Luisa, tranquila confía en mí” Había dicho Kitana la mañana del viernes, antes de utilizar todo su arsenal de brochas y paletas de colores en mi cara. Habíamos acordado arreglarnos juntas en mi departamento y luego partir en su carro hacia la ceremonia, a la cual pensaba, íbamos a llegar con retraso.

Quité la mirada del reloj y la fijé en el espejo de mi baño. No reconocía a la chica que se reflejaba. Era parecida a mí, pero sin ninguna imperfección ¡Estaba bonita! ¡Era un bombón de chocolate!

—Kitana no sé lo que hiciste conmigo, pero hazlo más seguido por favor.

“¿Cómo hizo para que mis pestañas se vieran más largas?”

—Fue difícil. Casi pierdo mi brazo en el proceso.

—Tonta —contesté riendo.

Salí del cuarto de baño acompañada de mi mejor amiga, en búsqueda de mi vestido. No había sido fácil encontrar el vestido perfecto, pero por suerte habíamos contado con tres semanas para buscarlo. Recorrimos varias tiendas e incluso miramos tiendas on-line hasta que finalmente compramos ambos vestidos en un centro comercial.

—¡Santa Kardashian! —gritó Kitana.

Aquello logró asustarme, incluso dejé caer mi vestido al suelo.

—¿Qué? Me asustaste.

—¡No me pinté las uñas de los pies!

No pude evitar reírme de su rostro. “Oh, vamos Kitana, no es para tanto”.

—No importa, el vestido es tan largo que te cubrirá los pies.

Kitana aferró mi muñeca y me haló hasta sentarme en la cama a su lado. La miré sin comprender su cometido hasta que vi cómo levantaba uno de sus pies y lo ponía en mi regazo para luego lanzarme un esmalte rosado que, milagrosamente, atrapé en el aire.

—Píntame las uñas.

—¿Ahora?

—No, mañana.

Bufé. Odiaba su sarcasmo.

—Ya debemos ponernos los vestidos y salir.

—¡Por favor!

¡Ahg! Ya qué…

Comencé a pintar las diminutas uñas de mi amiga mientras la escuchaba pronunciar su agradecimiento. En un suspiro terminé con sus pies. Nos apresuramos como gallinas locas a colocarnos los vestidos.

Al terminar, quedamos una frente a la otra, admirándonos.

—¡Vaya Kitana! —solté un silbido mientras mi amiga daba una vuelta para lucirse— ¡Te ves tan guau!

—¡Tu vestido está hermoso! ¡Mira las piedras! Y ¡Tus aretes!

—¡Tu peinado! ¿Cómo lo hiciste?

—¡Hay que tomarnos fotos!

Ambas sacamos nuestros celulares y posamos ridículamente frente a mi espejo de la habitación, logramos hacer demasiadas selfies hasta que terminamos con muecas y caras graciosas.

Definitivamente con Kitana todo era mejor.

Una vez recuperadas de la fiebre de las fotos, tomamos nuestras cosas y salimos del departamento intentando no caer por los tacones. Ahora que lo pensaba, esperaba que Kitana pudiera conducir con esos tacos de diez centímetros de alto…

—¿Tienes todo?

Afirmé con un movimiento de cabeza.

—Vamos a graduarnos —en seguida, me deslumbró con su enorme sonrisa.

***

El auditórium de la universidad no había sido suficiente para contener a la cantidad de gente que asistió a la ceremonia. Además de los casi 300 graduados, estaban sus familiares y por supuesto las autoridades y fotógrafos. Por ende, se instaló un enorme estrado en las canchas y se aumentó el número de sillas dispuestas, así como se instaló las lonas para cubrirnos del intenso sol que hacía esa mañana.

—¡Hace demasiado calor! —me quejé— El maquillaje se me dañará.

—No lo permitiré querida amiga —Kitana me miraba seria—. En mi bolso, tengo mi kit de emergencias estéticas.

Nos encontrábamos detrás del estrado, con los demás graduados de la promoción. Éramos una gran mancha de color rojo y dorado, todos vestidos con las togas y birretes y con los nervios a cien.

Cerca de mí estaba José, igual de acalorado. Al verme me saludó con un movimiento de su no tan huesudo brazo. Sí, José estaba en un plan de alimentación para ganar masa muscular, lo cual era bueno a excepción de la parte en que José nos presumía de los 500 gramos de peso que subía por semana.

Había ido tres veces al gimnasio y ya juraba que el tamaño de su bíceps se había duplicado. Iluso José.

Uno de los coordinadores se acercó a nosotros para darnos indicaciones y a organizarnos según el apellido. Hice un puchero cuando me separaron de mi amiga, pero me conformé con saber que luego la vería ya con su diploma. De repente se escuchó una gruesa voz sonando por los parlantes, acompañada por aplausos. Eso solo quería decir que ¡Era momento de salir!

“Por favor Santo de los torpes, apiádate de mí y cuida mis pasos. Amén”.

Levanté un poco mi vestido y caminé con los demás, subiendo al estrado. El día era caluroso, pero a pesar de eso, era un día bello. El sol brillando, el cielo despejado y brisas frescas que los invitados disfrutaban. Recorrí los rostros de las personas presentes encontrando a varias mujeres adultas con miradas llenas de lágrimas de felicidad que eran abrazadas por señores con miradas de orgullo: padres felices por el logro de su hijo. También hallé niños pequeños vestidos con diminutos trajes, que aplaudían. Quizá eran hijos de algunos de los graduados.




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