Entre tú & yo

Capítulo 7: Frío, tibio, ¡caliente!

—¿Te sientes mal?

No pude contener la risa ante la expresión confundida de Max.

—No le hagas caso a Kitana —en seguida sentí de nuevo cómo mis ojos se humedecían—. Sólo bésame, Max. Ha pasado demasiado tiempo…

Mi voz se quebró al final de la oración, sin embargo, no tuve tiempo para caer en el llanto ya que tuve sus labios sobre los míos al instante en que pronuncié la petición.

Se sintió como beber un trago de agua luego de estar en el desierto por meses, como suspirar luego de haber contenido la respiración, como ver el sol salir después de haber vivido en la penumbra… Se sintió como la primera vez que nos besamos.

Embriagada por los sentimientos, aferré su nuca, profundizando el beso.

Lo había extrañado tanto, cuánto lo amaba…

Sentí una de sus manos subir hasta posarse en mi mejilla, mientras que la otra apretaba mi cintura acercándome a su cuerpo.

—No sabes cuánto te he extrañado —dijo con voz ronca para después devorar mi boca con ansias.

De un momento a otro me levantó y no dudé en enroscar mis piernas en torno a su cintura. Parecía que no era suficiente con que nuestros cuerpos se rozaran, yo quería más. Deseaba más cercanía. No quería alejarme de él otra vez.

Dejé sus labios cuando sentí la suavidad del mueble. Max me había cargado y ahora estábamos sentados. Bueno él, yo estaba sobre su regazo.

—Estás muy linda.

No me di tiempo ni siquiera para ruborizarme. Acercó su boca a mí para depositar repetidos besos cortos. Paseó sus dedos por mi muslo desnudo. El vestido negro, que Kitana me prestó para la fiesta, se había corrido hacia arriba por la posición en la que me encontraba.

Y estaba lejos de quejarme.

—Para ti siempre lo estoy.

Comencé a besarle la mandíbula, encontrándome el comienzo de barba con la que siempre regresaba. Estaba a punto de besarme otra vez, pero se detuvo a medio camino cuando un celular sonó. No era el mío, de eso estaba segura.

—Espera…

Se levantó un poco para sacar su celular del bolsillo de su pantalón. Quise quitarme de encima para facilitarle el acceso, pero Max no me dejó.

—He llegado —dijo en cuanto atendió la llamada—. Te llamo mañana —y colgó.

Estaba a punto de preguntar de quién se trataba, pero como siempre y como ya extrañaba, Max se adelantó.

—Era Alfredo —me besó el cuello con una sonrisa en su cara—. ¿Y cómo ha estado la fiesta? —echó un vistazo alrededor, ensanchando la sonrisa— Al parecer estuvo bien y, por cómo sabe tu boca, se ve que has disfrutado.

—¿Por qué lo dices?

—Sabes a ron —contestó riendo.

Me llevé una mano a la boca, sintiéndome avergonzada. “¡¿Por qué no me lavé los dientes?!”.

—Es culpa de Kitana —me justifiqué.

Quería acercarme a besarlo, pero me contuve. Primero los dientes…

—¿Estás sola?

Lo miré confundida ¿Con quién esperaba que estuviera?

—Claro que sí. La fiesta terminó hace mucho.

—Pero aún puedo bailar contigo ¿Verdad? Te dije que me reserves una pieza.

Hizo eso, sí, hizo eso que me mataba: Sonrió mostrándome sus perfectos dientes.

—Me decepcionaría si no lo hicieras.

Nos pusimos de pie en un solo movimiento. Pasé los brazos por su cuello mientras él me aferraba por la cadera. No nos preocupamos por la música, solo comenzamos a balancearnos de un lado a otro sin quitarnos la mirada de encima.

—La mejor parte de la fiesta —besé su pecho por sobre su abrigo negro.

—Pero aún no te he entregado tu regalo.

—No hay mejor regalo de cumpleaños que seguir teniéndote a mi lado. Basta con que te pongas un moño de regalo en la cabeza —volví a besarlo, pero esta vez en su mentón—. Espera… ya me mandaste las rosas.

—¿Creías que vendría sin traerte otro regalo?

—Pe…

—Que poco me conoces amor.

Estiró su brazo haciéndome dar una vuelta para luego atraerme a su cuerpo y apresarme entre sus brazos de manera que mi espalda tocaba su pecho.

—Lo único que quería era que regresaras sano y a salvo —levanté su mano y le besé la palma—. Y lo has cumplido, gracias.

—Eso no es un regalo —susurró cerca de mi oreja—. Es una obligación que tengo contigo. Debo regresar a ti, siempre.

Cerré mis ojos, disfrutando de sus palabras.

Continuamos balanceándonos de un lado a otro sin desviarnos mucho del centro de mi sala. Todo el momento era perfecto: él, el silencio que nos rodeaba, los ramos de rosas a nuestro alrededor, sus besos sobre mi hombro y mis manos entrelazadas con las suyas. Deseaba tanto almacenar ese momento para siempre. Guardarlo como un recuerdo atrapado en una linda bolita de cristal.




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