Entre tú & yo

Capítulo 15: Bienvenidos a ASIS

Desde que la conocí, esta parte de mi trabajo se tornó la más difícil de llevar a cabo. Dejarla representa la tarea más dolorosa de hacer para mí.

La culpa y el desasosiego me clavan al suelo, dejándome aferrado al pomo de la puerta y valorando la posibilidad de ingresar otra vez a mi departamento; pero… es una mala idea, una pésima de hecho. Si entro no podré dejarla otra vez, no quiero ese horrendo malestar que siempre siento cuando veo la tristeza en sus ojos.

Una tristeza que lo causo yo, siempre. ¿Hasta cuándo Max?

Acomodo el equipaje en mi hombro, aferro la maleta de rueda con la mano y, con otra mochila en la espalda, me obligo a despegar los pies del suelo para dirigirme a los garajes. Mientras espero en el ascensor, soy atacado por el peso del silencio. No sé por qué me molesta, es obvio que el silencio reinará a horas de la madrugada, sin embargo; me siento tan incómodo como si anduviera sin pantalones en este momento.

No hace falta que lo piense demasiado, esa incomodidad existe porque, desde ya; me hace falta la otra respiración que me ha acompañado en este último mes, me siento extraño sin el olor de su acondicionador y mi cuerpo añora las caricias de sus diminutas manos.

Si no fuera por el timbre del ascensor, yo hubiera seguido echándole alcohol a mis heridas.

Me concentré en la simple tarea de subir a la camioneta, encender el motor y salir del edificio. Puse especial atención a las calles, a poner los cambios como se debía y a escuchar el ronronear del motor; y cuando aquello se tornó aburrido y los recuerdos amenazaron con atacarme otra vez, encendí la radio. Tuve que cambiar las dos primeras estaciones porque las canciones melancólicas y cantadas por voces femeninas no eran lo que necesitaba. Finalmente encuentro música neutra, aquella que no trata de separaciones ni de festejos.

Pese a que dirijo la mayor parte de mi atención a la música, no puedo parar de pensar en Luisa. La mayor parte del tiempo es así, puedo estar en el gimnasio con mi corazón desbocado por el ejercicio o estar mirando algún programa de televisión, pero también estaré pensando en su paradero, en si salió sola o si encontré algo inusual en su cuadra.

Lo mismo me sucede ahora. Mi mente multitasking me permite pensar en varias cosas a la vez: en la solitaria carretera, en si hay algún vehículo siguiéndome, en las palabras de Luisa, en la música lenta, en los ruidos de la noche, en las peleas que tuvimos…

Si no sabes manejar este tipo de mente, es muy probable en caigas en un profundo hoyo de estrés. ¿Estoy estresado en este momento? Diablos que sí. Es por ese motivo que detengo la camioneta a un lado de la carretera y me bajo de ella para estirarme.

No funciona.

Sigo con mis hombros tensos y la nuca adolorida.

Con una idea en mente, camino hacia mis maletas. De uno de los bolsillos laterales, saco una cajetilla de cigarrillos. La abro y el olor característico aparece.

Está claro que no debo fumar, y no es por que piense que fumar sea un acto inmoral, es porque debo cuidar mis pulmones asegurando así un buen rendimiento físico. Sin embargo, había fumado un par de veces y había probado ese veneno gracias a Eduardo, él alegaba que el fumar quitaba los nervios y el estrés.

No debo, pero quiero…

Y nadie está mirando.

Tomo un cigarro y lo enciendo. Una parte de mi tonto orgullo de hombre se va cuando toso con las primeras caladas. Por un momento imaginé como si fuera Luisa quien estuviera fumando por primera vez, podía incluso ver su cara de desagrado al tener el humo en su garganta.

El cigarrillo se quema rápidamente y en cuanto cae la última colilla, subo al auto y retomo el camino. No me toma mucho tiempo el encontrarme con las altas paredes de la base militar y el ingresar es mucho más rápido puesto que nuestra llegada estaba avisada, eso explica la presencia de los cadetes en cada esquina del lugar. Uno de ellos me dirige el típico saludo militar antes de abrir las puertas del almacén. Le respondo con una pobre imitación de ese saludo.

Dentro de los almacenes, reconozco el vehículo de Alfredo estacionado a dos filas de mi camioneta. Tomo mi equipaje y camino en silencio, a través de la pista, hacia el edificio de la administración.

- ¡Hey Max!

Eduardo se acerca trotando hacia mí. Una de sus cuatro maletas casi cae al suelo, pero el tipo es rápido en atraparla.

- ¿Qué tal Eduardo? ¿Cómo estás?

Estrecho su mano y reanudo mi caminar.

- Me cago de los nervios hermano -. Dice mientras camina a mi lado – Pero también me cago de la emoción.

- No te me acerques mucho entonces.

Su carcajada se extiende por toda la pista, resonando aún más que los motores de los aviones.

Ingresamos al edificio y pasamos una vez más por el protocolo. Me deshago de mi billetera, llaves, celulares…

- Puede llevar el celular de su uso personal, pero deberá dejar el otro.

- ¿En serio?

El hombre canoso me mira cansado. O le hicieron la misma pregunta varias veces o sólo está cansado por estar despierto a tan tempranas horas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.