Entre tú & yo

Capítulo 28: El intruso

Al día siguiente me encontraba en mi escritorio aprovechando la hora del almuerzo para echarle un ojo a las pruebas que Olivia había enviado una hora después de que terminara nuestra primera sesión. Eran preguntas directas y debían ser contestadas en base a una escala del uno al cinco. Algunas eran acerca de mí, de cómo me sentía cuando estaba con mis amigos, cómo me sentía estando sola y cosas así, pero cuando leí la segunda carilla mi humor cambió.

En todo momento quieres estar junto a tu pareja, no soportas la distancia física.

Por mucho tiempo que estés junto a tu pareja nunca te es suficiente, siempre te falta algo.

Sensación continua de estar por debajo de la pareja, no merecerla y haber tenido la enorme suerte de que tu pareja esté contigo.

Repentinamente tuve miedo del insignificante acto de contestar esas preguntas y ese temor se relacionaba con el posible diagnóstico que me diera Olivia. En el fondo, muy al fondo de mi mente ya estaba planeando responder con lo que me convenía, una idea estúpida que no me ayudaría; pero mi parte consciente fue el que ganó e hice lo correcto. Con cada ítem que contestaba, me daba cuenta de lo mal que me encontraba. Esto no era normal, no era sano.

Leves sollozos escaparon de mis labios al tiempo que tomaba mi cabeza entre ambas manos. Otra vez el malestar apareció en mí quitándome todo residuo de energía que tenía. Me sentí… triste y con ganas de llorar acostada en mi cama, no quería estar en la oficina; en lugar de eso, quería irme a mi casa.

Pronto sentí las gotas caer por mis manos. El llanto venía a mí con la misma facilidad que respirar. Tal vez… lo que tenía era depresión. Eso era común ¿no es así? Entre mujeres…. Era frecuente sentirse deprimida en ciertos días. Eso se me quitaría con algunas pastillas, quizá podría pedírselas a la Dra. Anderson en nuestra próxima sesión…

- Hey Luisa ¿Cómo así por aquí?

¿Quién se atrevía a interrumpir mi discurso mental de agonía?

Era Carlos, por supuesto me miraba con sus labios sonriente y una lata de gaseosa en su mano. Lo saludé y fingí trabajar para que así no viera mis ojos llorosos.

- ¿No vas a almorzar?

- No – contesté con la mirada clavada en un viejo documento de compra y venta.

- Antes que lo olvide, hoy después del trabajo iremos a comer en…

- No puedo – Dije interrumpiéndolo -, pero gracias por decírmelo.

- ¿Segura que no quieres venir? – De reojo vi cómo se sentaba en el borde de mi escritorio. Aquel gesto me molestó más de lo que esperaba – Vamos… - Insistió dándome un empujón en el hombro.

Llevé mi mano a mi hombro, en donde aún reposaba la suya, y discretamente me deshice de ella sin llegar a ser grosera. Me puse de pie y me alejé de él.

-  No puedo ya te dije – Hablé mientras caminaba por el pasillo - y bájate de mi escritorio Carlos.

Durante el resto de la tarde me concentré en mi trabajo hasta que Daniela se acercó a mí para preguntarme qué me ocurría. De seguro Carlos le habría contado lo que pasó.

- ¿En verdad estás ocupada esta noche Luisa? – pregunta - ¿O es que no quieres salir?

Contuve un suspiro.

- No quiero salir.

- Ah… - Permaneció callada por unos segundos hasta que volvió a hablar: - ¿Estás bien? – dirigí la mirada a ella - ¿Tienes problemas en tu casa?

Esta vez no pude contener el suspiro. Daniela se percató que no estaba como para hablar con ella o alguien más. Lo menos que quería era ser un ogro con otro compañero del trabajo, mucho menos con Daniela quien ha sido mi única amiga.

- No – contesté. Mi voz se asemejaba al de un robot, carecía de emoción -. No es por eso – Me aclaré la garganta y fingí una sonrisa -. Saldré a comer con Kitana.

- Ah… tu amiga de la universidad – contestó con su característica sonrisa -. Está bien, otro día saldremos todos.

Volví a sonreír fingiendo interés.

Daniela dejó a un lado su preocupación por mí y volvió a ser la misma mujer parlanchina que era. Al comienzo le presté atención, pero luego de los primeros diez minutos ya me había cansado de asentir y decir “ajá” cada que ella finalizaba una oración. Creo que se dio cuenta porque cuando menos lo esperaba, Daniela se había callado y arrastrado su silla de vuelta a su cubículo.

Me sentí mal, tremendamente mal al ser así con ella ¿qué pensaría de mí? ¿Qué me volví una amargada? No quería eso, Daniela era una buena amiga y no merecía este trato de mi parte. Así que arrastré mi silla hacia ella y le susurré un lo siento.

- No estoy de buen humor hoy – continué.

- ¿Estás con el período?

- No - rápidamente revisé mi calendario mental –. Aún no, pero está cerca.

- Está bien, no te preocupes.

Antes de regresar a mi lugar, pregunté una última cosa.

- No estás molesta conmigo ¿verdad?

Daniela me observó extrañada.

- No, claro que no Luisa.




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