Entre tú & yo

Capítulo 30: Hombros cálidos

La doctora Anderson no quería perder tiempo e inició con el tratamiento psíquico… ¿psiquicodinámico? Como sea, me explicó que era frecuente que tras una ruptura; una persona como… yo, pues adoptara un mecanismo de defensa y en mi caso había sido lo que la doctora llamaba un bloqueo afectivo.

- “¿Y qué es eso?” -le había preguntado.

- “Es una coraza o protección en que hay mayor seriedad con las relaciones interpersonales, evitas contactos íntimos, no profundizas en una amistad, puedes llegar incluso a la antipatía”.

Y una de las tareas que Olivia me había dado para desbloquearme era tener que organizar por mi misma una actividad con los seres más allegados a mí, además de trabajar en las relaciones con mis compañeros de la empresa.

Según la psicóloga, esta tarea tenía varios beneficios:

- Mantendría mi mente ocupada.

- Me obligaría a salir de mi zona de confort y a cambiar mi actitud, que claro yo había notado que recientemente no era la mejor.

- E incluso tenía cierto beneficio para mi autoestima. No entendía cómo, pero tampoco me atreví a cuestionar a la doctora.

¿Sería capaz de organizar esto? Me conozco y sé que no podré hacerlo, al menos no sola, así que le pedí ayuda a cierta personita. Olivia no tenía por qué enterarse.

- Ya le escribí a Diana ¡Dijo que sí! – Grita Kitana agitando su celular en la mano – Gabriela aún no me contesta, pero estoy segura de que; si Diana va, ella también.

- ¿Y qué tienes pensado?

- Hay un lago fuera de la ciudad. Tiene cabañas que se alquilan por un fin de semana, también tienen caballos y se puede hacer senderismo incluso. Podríamos ir allí y pasar la noche ¿qué dices?

Con que cabañas y lagos…

- Sí, me parece bien.

Kitana deja su celular a un lado para luego mirarme directo a los ojos.

- ¿Y por qué haces esto?

- ¿Eh?

- ¿Por qué te ha dado por organizar una salida? ¿Te sientes bien? - Con una mirada seria coloca su mano en mi frente –. Saca la lengua – Como una tonta, obedezco –. Ahora di “ah”.

- Aahh… - Pero ¿qué diablos hago? - ¡Basta Kitana! - Mi amiga se ríe, contagiándome su risa como si fuera gripe – sólo quiero… cambiar de ambiente, pasar un buen rato con mis amigos, comer y reír mucho. Disfrutar mi vida.

El ceño fruncido de mi amiga se asienta más. Luego su rostro cambia radicalmente, mostrando una auténtica preocupación.

- Ay por Dios… ¿Estás enferma? ¿vas… vas a morir?

- ¿Qué? ¡No! ¡No bromees con eso tonta!

- ¡No bromeo! Días antes de que mi bisabuelo muriera se le antojó viajar a la playa ¡A la playa! Dime ¿por qué un anciano de 96 años querría ir a la playa? – Un rápido sonido nos distrae a las dos. Mi amiga toma su celular y lee el mensaje – Ah mira, Gabriela acaba de confirmar. Te lo dije.

- También podría invitar a Jason… - medito – Y a Andrea.

- ¿Quién es Andrea?

- Una amiga – Contesto -. Podríamos salir un viernes por la noche, cuando todos estemos desocupados y libres del trabajo.

- Llamaré ahora mismo para hacer la reserva, mientras tanto tú – Me señala con un dedo – avísales a tus amigos. ¡Nos vamos de viaje! – Grita aplaudiendo al aire.

Para cuando el fin de semana llegó, decidimos reunirnos en mi departamento el viernes por la noche y cuando todos llegáramos, partiríamos en el auto de Kitana. Jason había logrado obtener permiso de la cafetería alegando que debía viajar para cuidar a un pariente enfermo. ¿Por qué esa excusa siempre funciona? De todos modos, él ya estaba en camino; mientras tanto Kitana estaba ayudándome a empacar las últimas cosas. Vasos de plástico, comida chatarra en empaques coloridos, algunas mantas y un par de latas de cerveza light (Aporte de mi amiga) fueron a parar a mi maleta.

- ¡Mira bitch! - Kitana me enseña un juego de mesa nuevo – Pensaba comprar un jenga, pero este se veía más divertido.

- Yo también compré algunos juegos, aunque son un poco más… rudos.

- ¿Por qué lo dices?

Troté hacia mi cuarto y me agaché a un lado de la cama. Debajo de ella había guardado una funda con los juguetes que compré hace dos días. Debo admitir que el tema del viaje me emocionaba más de lo que había pensado. Regresé a la sala y saqué de la funda las monstruosas pistolas de agua.

- ¡Tará!

- ¡Oh por Dios! ¡Qué buena idea! – Kitana me observa con los ojos abiertos – Podemos hacer una batalla y dividirnos en grupos.

En medio de nuestro entusiasmo Diana y Gabriela llegaron. En cuanto abrí la puerta, la primera saltó sobre mí haciéndonos caer. Me golpeé fuertemente la espalda por lo que un insulto digno de un camionero salió de mi boca.

- Eres toda una dama Luisa.

- ¡Quién lo dice! – Gabriela me ayudó a ponerme de pie. Aquel gesto me hizo sentir como una anciana de setenta años – Hola Gaby.

- ¡Pero mira quién regresó al planeta tierra! – Me abrazó y dio pequeños brinquitos frente a mí, pero cada brinco se acompañó de un sonidito peculiar. Ambas miramos hacia bajo – Oye ¿por qué hay un hueso de juguete en el piso?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.