Entre Tulcán y Pasto

Cap 4: Donde el silencio también dice "te quiero"

Habían pasado solo tres días desde aquella cena, pero entre Julián y Mateo, el tiempo parecía tener otro ritmo. No hacían falta grandes declaraciones; bastaba un mensaje corto al amanecer, un dibujo enviado por foto, un “¿comiste hoy?” para que todo cobrara sentido.

Esa tarde, Julián llegó a Pasto sin aviso. Mateo estaba afuera de su casa pelando yucas, con las manos llenas de tierra y la frente sudada.

—¿Me ayudas? —preguntó sin sorpresa, como si supiera que él vendría.

Julián se arremangó. Se sentó a su lado en el andén. Trabajaron en silencio, las rodillas rozándose a veces sin intención. Después, entraron juntos. Mateo preparó una sopa espesa de yuca y pescado. Julián puso la mesa con un mantel viejo.

Comieron en silencio. Julián lo miraba mientras tomaba la sopa.

—Te ves feliz cocinando —dijo.
—Y tú te ves feliz mirándome.

Ambos sonrieron. Julián se levantó, rodeó la mesa y se arrodilló frente a él.

—¿Qué haces? —preguntó Mateo.
—Quiero ver tu rostro desde donde nacen tus manos.

Apoyó su frente en la de él. No se movieron. Solo respiraron. Se pertenecían sin promesas, sin prisas. Sin explicaciones.

—Me gustaría que te quedaras —susurró Mateo.
—Entonces me quedo —respondió Julián.

Esa noche durmieron abrazados, sin urgencia. Julián se quedó dormido escuchando el latido de Mateo. Ambos soñaron sin miedo.

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Pero al amanecer, la paz se rompió.

Alguien tocó la puerta. Fuerte. Insistente.

Mateo se levantó. Julián aún dormía. Al abrir, sintió un golpe seco en el pecho.

—¿Sara?

Era ella. Su exnovia. Tenía el cabello recogido y la mirada dura.

—¿Es cierto? ¿Es cierto que estás… con otro hombre?

Mateo no supo qué decir. Su silencio fue respuesta suficiente.

—¡Me dejaste y nunca dijiste por qué! ¿Era esto? ¿Siempre fue esto?

—Sara, yo no lo sabía entonces… No podía aceptarlo. Tenía miedo. Miedo de mí. Miedo de lastimarte… y aún así lo hice.

—¿Y él está aquí?

Mateo no respondió. Solo miró al fondo. Sara lo entendió.

—Te amé, Mateo. Pero ahora entiendo que tú... nunca pudiste amarme de verdad. No como merecía. Ni como tú mereces.

Y sin más, se fue. Sin gritar. Sin llorar. Solo con un nudo en la garganta.

Mateo cerró la puerta. Apoyó la espalda en ella. Cuando volvió a la habitación, Julián estaba despierto, mirándolo.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.

Mateo asintió. Luego se dejó caer junto a él. Lo abrazó con fuerza, como si el mundo pudiera romperse en cualquier momento.

—Gracias por quedarte —susurró.

—Gracias por dejarme quedarme —respondió Julián.

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