Entre Tulcán y Pasto

Cap 5: Las puertas que se abren

La mañana era gris, pero no helada. Julián y Mateo se habían acostumbrado a compartir silencios y desayunos simples: pan tostado con café fuerte. La rutina se había vuelto suave, íntima. A veces, solo con rozar los dedos al pasar el azúcar, se decían más de lo que el mundo les habría permitido antes.

Ese día, sin embargo, algo cambió.

Sara apareció de nuevo. Esta vez, sin rabia. Con el rostro distinto. Más liviano. Mateo salió a su encuentro mientras Julián, desde la ventana, observaba en silencio.

—Solo quería hablar —dijo ella, sin rodeos.
—¿Estás bien? —preguntó Mateo, más preocupado que defensivo.

—Sí. Pensé mucho. Me enojé contigo por no decirme la verdad. Pero también entendí que tú tampoco la sabías entonces. No del todo.

Mateo bajó la mirada.

—Sara, yo nunca quise herirte… y aún me cuesta decirlo en voz alta. Lo que siento por Julián… no tiene nombre. Es distinto a todo.

—No necesitas justificarlo —interrumpió ella—. Hoy vengo a decirte que estoy bien. Que te perdono. Y que ojalá tú también puedas perdonarte.

Hubo un abrazo. Breve. Honesto. El cierre de un ciclo que había dolido. Julián los observó desde la puerta. Cuando Sara lo miró, no hubo rencor, solo una breve sonrisa. Y se fue, dejando atrás una herida menos.

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Más tarde ese día, Julián regresó a Tulcán a visitar a su madre. Iba caminando por su calle cuando escuchó una voz fuerte detrás.

—¡Ey, artista!

Era Fercho, su primo mayor. Treinta y dos años, fornido, con bigote fino y mirada aguda. Siempre fue ese tipo de familiar que hablaba duro, con tono de burla, como si nada fuera tan serio.

—¡Así que el Juliáncito ahora se pasa la vida en Colombia, ah! ¿Qué hay por allá? ¿Una pelada o qué?

Julián intentó reír, incómodo.

—No es una mujer. Es alguien que me hace bien.

Fercho lo miró serio por primera vez.

—¿Alguien? ¿Un man?

Silencio.

—Sí. Se llama Mateo.
—¿Y tú estás seguro de eso? Porque yo no te crié así, primo.

Julián apretó los dientes.

Julián apretó los dientes.

—Tú no me criaste. Tú me viste crecer. Y nunca me preguntaste cómo me sentía, ni qué soñaba. No tienes que entenderlo. Solo respetarlo.

Fercho se quedó callado. Dio unos pasos, pateando una piedra.

—¿Y es bueno contigo, ese tal Mateo?
—Sí. Me cuida. Me ve como soy. No tengo que esconderme.

Fercho asintió lentamente. Pero no dijo nada más. Solo murmuró un "nos vemos" y se alejó, dejándolo con una mezcla de orgullo, miedo… y una sospecha de que algo en Fercho cambiaría. Aunque no todavía.

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Esa noche, Julián regresó a casa de Mateo con una sonrisa cansada. Le contó todo. La disculpa de Sara. El encuentro con Fercho. El miedo aún latente.

Mateo se sentó junto a él en la cama.

—No tenemos que correr, Julián. Pero tampoco tenemos que escondernos.

—Lo sé. Solo… me da miedo que algo tan bueno no dure.

Mateo lo abrazó por la espalda, recostándose juntos en la cama. Afuera llovía suave. Dentro, el calor era distinto.

—Entonces que dure lo que tenga que durar. Pero mientras dure, vivámoslo sin miedo.

Julián lo besó por primera vez. Lento. Seguro. Como si por fin todas las piezas encajaran.

Y el puente entre ellos, ya no era un lugar. Era un hogar.




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