El sol del mediodía brillaba con fuerza en Tulcán. El parque central se llenaba de gente para el evento cultural del fin de semana. Había presentaciones de danzas andinas, comida típica y puestos de artesanías. Julián sostenía una pequeña libreta de bocetos mientras caminaba entre la multitud con Mateo, quien lo miraba nervioso, pero con una sonrisa cargada de decisión.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó Julián, sin soltar su mano.
—Nunca estuve más seguro —respondió Mateo.
El escenario principal estaba libre por un momento. Mateo, con el corazón en la garganta, se subió con permiso del presentador del evento, que lo reconocía de semanas atrás por sus recetas típicas en ferias comunitarias. Tomó el micrófono. El murmullo de la gente se convirtió en silencio.
—Buenas tardes... Soy Mateo, colombiano, pero ya me siento mitad tulcaneño —dijo, con una leve risa nerviosa que contagió simpatía—. Hoy no quiero presentar una receta, ni vender empanadas… quiero decir algo más importante.
Julián, desde abajo, lo miraba con los ojos brillantes, apretando los labios, sin saber qué esperar.
—A veces el amor llega cuando uno cruza una frontera. Literalmente. Me enamoré aquí, en esta ciudad. De alguien que me inspira, que me entiende, que cree en mí más de lo que yo mismo lo hago… y no me importa lo que digan, ni los chismes, ni los prejuicios.
Varias personas en la plaza se empezaron a inquietar. Algunos cuchicheaban, otros sonreían. Fernando estaba entre la multitud, con los brazos cruzados y la ceja alzada.
—Julián, esto es para ti —dijo Mateo, señalándolo—. Te amo. Y quiero quedarme aquí. Contigo. En esta ciudad, en esta vida, en este futuro. Si me dejas… quiero vivir contigo en tu casa, y construir lo nuestro sin escondernos nunca más.
Los aplausos comenzaron lentamente. Algunos eran sinceros, otros tímidos, pero iban creciendo. Julián se subió al escenario sin decir palabra. Lo abrazó fuerte. Y, sin pensar demasiado, lo besó.
Fercho apretó los puños. Caminó con rabia, pero se detuvo. Algo en la ternura de la escena lo desarmó por dentro. Se quedó ahí, mudo, observando. Algo en su mirada empezaba a romperse.
Más tarde, mientras el evento continuaba, varias personas se acercaron a felicitar a la pareja. No todos eran cálidos, pero tampoco eran crueles como antes. Mateo y Julián, tomados de la mano, sabían que todavía quedaban batallas por pelear… pero también sabían que ya no las pelearían solos.
Ese día, en la pequeña casa de Julián, entre risas, lágrimas y nuevos sueños, comenzaron a vivir juntos por primera vez.
Y aunque el mundo seguía girando, para ellos, el amor era el único norte que importaba.
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romance multigeneracional, lgbt+ con drama familiar, amor que desafía el tiempo
Editado: 27.07.2025