Entre Tulcán y Pasto

Cap 11: Agua que limpia el alma

El día amaneció con una brisa cálida en Tulcán. Julián y Mateo estaban en la cocina, preparando un desayuno sencillo, pero lleno de complicidad: arepas con queso, café caliente y frutas frescas. Entre risas, se lanzaban miradas que hablaban más que cualquier palabra.

—¿Te imaginas que Fercho de verdad quiera venir a hablar? —preguntó Mateo, con un poco de ansiedad en la voz.

—Él dijo que pasaría hoy… pero no sé si confiar del todo. —Julián suspiró—. Es difícil borrar años de distancia con solo una promesa.

Mateo se acercó y lo abrazó por la espalda, dejando un beso suave en su cuello.

—No importa lo que pase. Pase lo que pase, yo estoy aquí contigo.

Ese mismo día, por la tarde, sonó el timbre. Julián sintió un golpe en el pecho. Mateo se paró a su lado. Era Fernando. Vestía de manera sencilla, con una expresión seria pero no violenta.

—Hola Ñaño
¿Podemos hablar? —preguntó.

—Claro. Entra. —respondió Julián, aunque su voz tembló un poco.

Se sentaron en la sala. Mateo ofreció café. Fernando negó con la cabeza.

—No vine a discutir —dijo con voz firme—. Vine a… soltar lo que he tenido adentro por años.

Mateo y Julián intercambiaron miradas. Se prepararon para lo peor.

—Cuando tú me dijiste que eras bisexual, Julián, yo sentí que todo lo que conocía se me desordenaba. Pero no fue culpa tuya… fue mía. Fue mi miedo, mis prejuicios, mi ignorancia. Lo que más me dolió fue pensar que ya no eras el primo que conocía. Pero ahora entiendo que sigues siendo tú. Y que Mateo no te ha quitado nada… al contrario, te ha dado amor.

Julián sintió un nudo en la garganta. Mateo también. Fernando los miró con ojos que por fin no contenían juicio.

—Quiero pedirles perdón. No merezco todo lo que he dicho. Pero quiero cambiar… si ustedes me dejan.

Julián se levantó primero y lo abrazó. Mateo se unió después. Los tres se abrazaron fuerte, por primera vez, sin barreras ni etiquetas, solo como humanos sanando.

—¿Y si hacemos algo loco para celebrar esto? —dijo Mateo, limpiándose las lágrimas.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó Julián.

—Un viaje. Los tres. A un parque acuático en Guayaquil. Agua, sol, risa… cerrar esta etapa como se merece: con alegría.

Fernando rió por primera vez en mucho tiempo.

—¿Ustedes están locos? Pero… suena perfecto.

Y así fue.

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Un par de días después, ya en Guayaquil, el calor costeño los recibió con fuerza. En el parque acuático, entre toboganes gigantes, chorros de agua, niños corriendo y risas constantes, los tres hombres se redescubrieron. Julián y Mateo no dejaban de tomarse de la mano, besarse con ternura en cada descanso. Fernando, aunque al principio incómodo, pronto se dejó llevar por la atmósfera.

Se subieron a un tobogán enorme los tres juntos. Al llegar al fondo, empapados y riendo a carcajadas, Julián gritó:

—¡A esto se le llama vivir!

Fernando miró a Mateo, luego a Julián, y dijo:

—Gracias por no rendirse con este terco. Los admiro. De verdad.

Esa noche, cenaron en un restaurante frente al río Guayas. Un brindis improvisado selló la jornada.

—Por la verdad, el amor… y las segundas oportunidades —dijo Fernando, alzando la copa.

Mateo añadió:

—Y por vivir sin miedo.

Julián cerró:

—Y por este viaje. Que no sea el último.

Las luces de Guayaquil reflejaban su brillo sobre el agua. Allí, en esa noche cálida y con olor a mar, tres hombres celebraban la valentía, el perdón… y un amor que seguía creciendo, cada vez más fuerte.

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