Entre Tulcán y Pasto

Cap 13: "Una pregunta bajo el agua"

El sol brillaba con fuerza sobre Guayaquil, reflejándose en la superficie cristalina del parque acuático. El bullicio de niños, familias y turistas llenaba el ambiente con alegría, pero para Julián y Mateo, ese día tenía un significado mucho más profundo. Era una celebración de todo lo que habían superado juntos. Desde los rumores hasta el rechazo, desde los miedos hasta las dudas… y ahora estaban allí, más unidos que nunca.

Fernando, ahora mucho más tranquilo y sonriente, se encontraba a un costado con un jugo en mano, observándolos. Ya no los miraba con juicio, sino con un brillo de orgullo y comprensión en los ojos. Aunque no lo decía en voz alta, les había tomado cariño.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Mateo mientras salpicaba a Julián con agua.

—Mucho. Pero más por ti —respondió Julián, acercándose—. Nunca pensé que el amor podía sentirse tan... liviano. Como flotar.

Ambos se tomaron de la mano en medio de la piscina, con risas de fondo, ajenos al mundo.

Pero Mateo parecía inquieto, nervioso. Su corazón latía rápido. No por el calor ni por la emoción del agua, sino por lo que tenía guardado en el bolsillo de su short impermeable.

Más tarde, cuando el sol ya empezaba a bajar, Mateo tomó el micrófono del animador del parque.

—¿Se puede? —preguntó, y el animador le cedió el espacio con una sonrisa cómplice.

Julián, confundido, lo observaba desde el borde de la piscina.

—Hola a todos, disculpen que interrumpa su tarde —dijo Mateo frente al público, con voz decidida—. Sé que esto no es común, pero... a veces el amor tampoco lo es. A veces se escapa de lo esperado, de lo “correcto”, y se convierte en algo más grande que nosotros. Y por eso estoy aquí.

La gente empezó a guardar silencio. Fernando abrió los ojos, sabiendo lo que venía.

Mateo se bajó del pequeño escenario, caminó hasta donde estaba Julián, lo tomó de la mano, se arrodilló sobre la piedra caliente y sacó una pequeña caja negra.

—Julián Andrade, desde que crucé ese puente hacia Pasto, no he dejado de pensar en ti. En tus risas, tus silencios, en lo fuerte que eres, en lo que me haces sentir. Te amo. Quiero tener un hijo contigo. Quiero una casa, días buenos y malos, besos por la mañana y abrazos por las noches. ¿Te casarías conmigo?

Julián cubrió su rostro con las manos por la emoción. Se acercó, lo abrazó con fuerza y gritó entre lágrimas:

—¡Sí! ¡Claro que sí, Mateo! ¡Sí!

El parque entero aplaudió. Incluso un par de niños comenzaron a gritar “¡boda, boda!”. Fernando se secó una lágrima discretamente y se acercó con dos toallas para envolverlos cuando salieran del agua.

—Los felicito, idiotas —dijo con tono sarcástico pero lleno de cariño—. Nunca pensé que terminaría llorando en un parque acuático por ustedes.

Julián lo abrazó también. Mateo lo siguió. Los tres formaban ya una familia elegida, unida por algo más fuerte que la sangre: el respeto, el perdón y el amor.

Ese día, el amor se hizo público. Ya no se escondía. Julián y Mateo habían cruzado un puente, y del otro lado estaba la vida que siempre soñaron. Ahora faltaba un paso más... una familia.

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