Entre tus brazos

1. En tus encantos

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco.

—¿Cuántos más te piensas comer? —la miró con los brazos cruzados, aunque no era un reproche.

—Tal vez unos cinco más —dijo llevando otro de aquellos ricos pastelitos a la boca.

—¿Cómo te cabe tanto?

—Bueno, es que están demasiado buenos.

—Es una fortuna que no engordes —dijo Lady Eliz, mientras miraba los pastelitos con resignación.

—Lo es. Por eso me permito comer tanto, aunque la mirada reprochando de mi madre no desaparece por eso —ambas dirigieron entonces la mirada hacia la madre de Lady Lisa.

—Así son, nunca cambian —no pudo evitar sonreír al pensar en los reproches de su querida madre. Pero sabía que era porque la queria.

Los instrumentos comenzaron a sonar, anunciando el primer baile de la noche. De inmediato, varias parejas se formaron, entregándose al compás elegante de la música.
Lady Eliz fue solicitada por varios caballeros, pero solo el primero en acercarse tuvo la fortuna de tomar su mano. Encantada, tomó el brazo del caballero; aunque a veces le agotaban los bailes, también los disfrutaba.

Cuando Lord Nicolás había decidido asistir a su último baile, se encontró con ella.
Habían pasado dos semanas desde la presentación en sociedad de Lady Eliz, y él, sin saberlo, había perdido tiempo valioso para cortejarla. En la tercera semana, la invitó a un par de bailes, pero, a su juicio, ella no se mostró especialmente encantada. Sonrió y fue cortés, sí... pero le pareció fría.
¿O acaso era él quien, ofendido por haber caído tan pronto, esperaba una atención mayor? ¿Por qué sentía que sonreía más con otros caballeros?
Quizá era simplemente eso: que su corazón empezaba a latir por ella. Y, aun si ella era amable, a él le parecía indiferente. Se consoló diciéndose que eso era mejor que recibir una mirada de desdén.

Pensaba en pedir su mano. Su madre llevaba años insistiendo en que se uniera en matrimonio. Y si Lady Eliz le gustaba tanto... ¿por qué no hacerlo?
La observaba mientras bailaba, tan linda, tan alegre. Le nacía una sonrisa involuntaria, sin embargo, intentaba ignorar ese pensamiento no muy agradable de ella danzando con otros. Era un sentimiento nuevo, desconocido y no lo esperaba.

Había hablado recientemente con el padre de ella sobre algunas asociaciones que compartían, y pensó que eso le sería favorable si pedía su mano. No podía darse el lujo de esperar más: ya habían pasado cuatro semanas, y no sabía si alguien más podría adelantársele. Aunque dudaba que ya hubiese sucedido, pues, de ser así, ya habría sido anunciado.

—Bueno, podrías disimular un poco
—comentó Lord Alex, acercándose con una copa en la mano.

—¿Disimular qué? —desvió la mirada, algo sonrojado.

—¡Pero si hasta te ruborizas! —sonrió con burla—. ¿No piensas invitarla a otro baile?

—Sí, eso haré —dijo, acomodándose el abrigo y caminando hacia la dama, que estaba junto a su madre.

Al llegar, Lady Anna lo recibió con una fragante sonrisa que dejaba ver cuán complacida estaba por su presencia.

—Lord Nicolás, qué grata su presencia —ambas hicieron una pequeña reverencia.

—Lady Anna. Lady Eliz —respondió, repitiendo el gesto, y fijó los ojos en Eliz. A ella le pareció que su voz se tornó más pasional al pronunciar su nombre—. Me gustaría, Lady Eliz, que me concediera este baile, si es posible.

Eliz no esperaba que él volviera a invitarla, menos aún tras tantas semanas. Estaba cansada, y por un instante pensó en declinar la propuesta, pero su madre le dio un leve empujón en el brazo, sonriéndole con esa mirada que no admitía negativas.

—Será un placer —respondió, ofreciéndole la mano. El caballero no dudó en tomarla.

La música sonó y el baile comenzó. Para él, tenerla entre sus brazos era una delicia, aunque no del modo que verdaderamente deseaba.

—Es hermosa, Lady Eliz —su mirada no fue sutil; sus ojos brillaban intensamente, lo que a ella la intimidó.

—Se lo agradezco, mi lord —no pudo más que sonreír, aunque en su mente resonaban las palabras de otro.

—¿Le gustan mucho los bailes, cierto?

—Sí, demasiado.

—¿No le cansan?

Giraron un par de veces, y quienes los observaban pensaban que se veían muy bien juntos. Entre ellos, Lord Richard, padre de Eliz, los observaba con el ceño ligeramente fruncido. No le impresionaba lo bien que bailaban, sino la mirada con que Lord Nicolás contemplaba a su hija. ¡Ese hombre había caído rendido al amor!

—Bastante, pero es más el gusto que el cansancio —dijo Eliz con una sonrisa, aunque no lo miro. Buscaba otro rostro entre la multitud.

—¿Le aburro, mi lady?

Entonces lo miró.

—Oh, no, ¿por qué lo dice?

—Como no me mira... parece que su atención es difícil de obtener —a ella le pareció notar un matiz de melancolía en su voz.

—Lo siento, no ha sido mi intención ser descortés.

—No se preocupe —sus miradas se cruzaron un instante más de lo debido. Él sintió que con solo eso podría pedirle allí mismo que fuera su esposa.

—Es usted una dama brillante. Baila como ninguna otra, y su figura es tan delicada y despampanante que me deja sin aliento.

Eliz sintió que su rostro se tiñó de rojo.¿Cómo podía este hombre decirle tales cosas en medio de tanta gente? Pero tampoco era algo indebido, es más era un halago. ¿Cómo podría molestarse por ello?

—Sus palabras, mi lord... son... Se lo agradezco —no supó qué más decir.

—Discúlpeme si la incomodé, pero me resulta difícil callar lo que siento y pienso.

Oh, ¿por qué la miraba así?

El baile terminó. Ella hizo una reverencia rápida y volvió junto a su madre, quien ya tenía preparadas varias preguntas. Pero su padre se acercó, anunciando que era hora de irse.

En el camino de regreso a su mansión, Lord Nicolás no podía contener la emoción que sentía por haberla tenido cerca.
¡No podía esperar más! Apenas amaneciera, iría a ver a Lord Richard. Debía pedir su mano, Eliz era demasiado hermosa, y no podía arriesgarse a que otro lo hiciera primero.




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