Las familias de la alta sociedad se reunían en el Braxury, un parque muy reconocido por sus grandes zonas de picnic, rodeadas de gran naturaleza.
Lord Nicólas quería aprovechar esta oportunidad para disculparse con Eliz por la imprudencia cometida de su parte. Pero cuando llegó al gran lugar, la vio muy divertida con otro caballero: con el mismo que hace dos noches había estado bailando alegremente.
Por alguna razón -no supo si solo fueron los celos-, le pareció que estaban demasiado cerca, y que eso a ella no le molestaba; es más, parecía alegrarle.
—Eliz, ¿me reservará todos los bailes de la proxima noche? —susurró para que nadie se diera cuenta de su informalidad.
Ya habían pasado varias ocasiones en las que se trataban sin el adjetivo adecuado. La primera vez, a ella le tomó por sorpresa, pero como le gustaba tanto, no le dio importancia a ese atrevimiento. Ahora ella también lo hacía.
—Estaré encantada —sonrió.
Su madre estaba entretenida con otras damas, y menos mal que era así, si no ya la habría reprendidó.
—No puede bailar con nadie más —dijo de manera juguetona.
—Eso no puede ser posible, a menos que desee usted que los demás piensen que estamos comprometidos.
La mirada juguetona en Lord William desapareció. En vez de contestar, cambió de tema, lo cual a ella la desilusionó.
—¿Le gusta el té?
—Sí, ¿y a usted, William? —Él sonrío.
—También, pero me gusta más mi nombre en sus labios —ella no pudo evitar sonrojarse.
Nicólas no podía dejar de observarlos. Ni siquiera prestaba atención a lo que su amigo le decía. ¿Qué era lo que le causaba tanta risa? ¿Y dónde estaba su mamá? Su hija estaba muy cercana a alguien más que no era él, y ella por allá feliz.
Pero, ¿por qué no interrumpir? Después de todo, ella era su prometida. Tenía más derechos que cualquier otro.
Entonces empezó a caminar.
—Ey, Nicólas. ¿Qué te pasa? —le dijo su amigo sin entenderlo, pero al mirar hacia donde se dirigía, lo entendió, y el enojo se le fue.
—Mi Lady... —miró a Lord William, esperando que este se presentará. Solo por cortesía; no es que realmente le interesará conocer al hombre que pretendía a la que sería su mujer.
—Lord William.
—Y Lord William, muy buenos días -su mirada no era precisamente la más amigable, pero tampoco de enojo puro.
—Lord Nicolás, buenos días —Eliz se levantó y lo saludo con una reverencia.
—Quisiera invitarla a caminar, Lady Eliz.
¿Caminar? ¿Qué tal si se iban muy lejos y él volvía a aprovechar la oportunidad? ¿Intentaría besarla de nuevo? No, sería mejor que conversaran allí. Además, William estaba ahí, y quería seguir hablando con él.
¿Cómo podía decirle que no? Aunque serria mejor... Así él notaría que no lo quería a él, sino a William. Pero la verdad es que no se sentía capaz de hacerlo eso, y no sabía porque.
—Me gustaría que fuera aquí, mi Lord —sonrió levemente, mientras miraba al otro caballero de reojo.
—Bueno, yo me retiro —¿qué estaba haciendo? ¿Tan fácil se iba?—. Lady Eliz, ha sido muy agradable su compañía —besó su mano—. Lord Nicólas.
Se retiró, y ella lo miró. Él se siento dejado de lado por aquella acción. Pero, como siempre, lo ignoró.
—Siéntese, mi Lady —la invitó a hacerlo, y él también lo hizo.
—Gracias.
Por un rato hubo silencio. No sabía cómo disculparse. Ella nuevamente estaba callada. Probablemente era por lo de ayer. ¡Que tristeza! Justo cuando había sido el día en que más alegre estába.
—Quiero pedirle que me disculpé por mi impertinencia —Eliz se sonrojó—. Lo que hizo no estuvo bien, no debí dejarme llevar por lo que siento.
¿Lo que sentía? ¿Así era? Ella nunca había sentido ganas de juntar sus labios con alguien, por eso se sintió aún más extraño al escucharlo.
—De ahora en adelante, me contendré ante lo que usted me causa.
¡Era tan directo! ¿Qué era lo que le causaba? Aunque su corazón no latiera por él, las cosas que decía la hacían sonrojar. Él, pensando que tal vez era porque le gusta lo gustaban sus palabras -o solo era la pena de una dama inocente-, disfrutó verla así, olvidando lo ocurrido minutos atrás.
—Entiendo. Tiene mi perdón —él se sintió feliz al escuchar sus palabras.
Él hizo del ambiente uno acogedor. Pronto a ella se le olvidó la falta cometida por el caballero.
Esa tarde, Eliz y su madre estaban en el orfanato, junto al padre Tadeo, dando clases de pintura y escritura. Además, realizaban muchas actividades para que los niños se sintieran alegres.
A ella le gustaba mucho ayudar a aquellos niños, y esperaba que así fuera también cuando Se casara con Nicólas o otro: que él la dejara hacer esto, y más que eso, que la acompañara... y que le gustará.
—Lady Eliz, es usted muy linda, parece una princesa —le dijo una niña de cinco años que tocaba la falda de su vestido .
Eliz sonrió, se giró, y se agachó a la altura de la pequeña.
—La princesa aquí no soy yo -tocó el pelo casi dorado de la niña—. La princesa eres tú.
Aunque la niña sonrió, también lo negó con la cabeza.
—No es cierto.
—¿Por qué no?, si eres hermosa.
—Pero no vivo ni visto como una -la voz de la pequeña se tornó triste, e hizo un puchero.
—¿Cuál es tu nombre?
—Lily.
—Escúchame Lily. A una princesa no la hace lo que tiene, la hace lo que es y cómo se comporta, desde su hablar hasta su llorar, su humildad y su valentía. Verdadera princesa es la que lo es sin necesidad de un título. ¿Entiendes eso?
Lily asintió, con sus ojos brillosos.
—¿En serio?
—Totalmente.
—¿Entonces puedo ser una?
—Por supuesto que si —Eliz le dio un abrazo—. Pero recuerda siempre ir de la mano con el que te provee, con el que te permite seguir tu vida. Encomiéndate a Él y verás.
—¿A quién? —preguntó inocentemente.
—A Dios, a nuestro Señor. Él es quien da la vida. No lo olvides.
—Es cierto. Eso nos lo dice el sacerdote.