Entre tus brazos

6. Conversaciones que revelan

—¿Le importaría sentarse aquí? —señaló el pasto cubierto por la sombra del árbol.

—No —respondió suavemente.

Cuándo ella iba a sentarse él, se quitó el chaleco y lo extendió sobre la hierba.

—No es necesario —dijo ella, negando con la manos.

—Claro que lo es —replicó, y la ayudó a sentarse, tomándola delicadamente de la mano.

—Gracias —murmuró. Él también se acomodo a su lado.

Y ella pudo ver su torso cubierto solo por el chal y la camisa interior. Tenía los hombros anchos, los brazos definidos sin exageraciones, y era visiblemente más alto que ella. Era un hombre imponente, por eso se intimidaba cuando él estaba cerca.

—Me gusta mucho la naturaleza. Estar rodeado de tanto bullisio me agota.

Últimamente, Nicolás compartía más cosas sobre si mismo. Sabía que no podía esperar a que ella preguntara, ya que Eliz era más reservada.

—¿Entonces por qué está en la ciudad?

—Por usted —la miró con dulzura, aunque por dentro se sentía al borde de la locura por ella.

Eliz se sonrojó y bajo la mirada.

—¿Y antes? Cuando aún no nos conocíamos —preguntó, volviendo a mirarlo.

—Mi madre me insistía en asistir a los bailes —dijo, mientras jugueteaba con unas hojas—. Estaba a punto de dejarlos, no pensaba regresar... hasta que la vi.

Intento sostenerle la mirada, pero no pudo. Seguramente terminaría pareciendo un tomate.

—Entonces decidí seguir asistiendo.

—Entiendo...

—¿Puede pintar retratos, personas?

—No realmente —ella entrecerró los ojos de forma graciosa—. Pero sí muchos paisajes.

—En la casa de campo, en el ducado al que iremos cuando estemos casados, hay paisajes hermosos que le encantarán.

Ella desvío la mirada. Él notó que se incomodó ¿Por qué siempre terminaba diciendo algo inapropiado? ¿Acaso no debían hablar de ello? ¿No se convertiría en su esposa?

—¿Le gustaría tener una familia, mi Lady? —preguntó, cambiando el tema al notar su gesto. Detestaba verla así.

—Mucho —respondió con una sonrisa. Él ya empezaba a comprender su carácter.

Cuándo algo no le agrada, guardaba silencio. Pero si el tema le entusiasmaba se volvía más expresiva y curiosa. Era tímida y hablaba con suavidad. Todo en ella le fascinaba.

—¿Y a usted, mi Lord? —él rio.

—También.

—¿Cuántos hijos le gustaría tener? —ella preguntó con genuino interés.

—Hmm... —Nicólas se llevó una mano a la barbilla, fingiendo pensar—. Creo que diez estaría bien.

—¡¿Qué?! —exclamó ella, tapándose la boca de inmediato, avergonzada.

Él rio a carcajadas, cerro los ojos y se recostó contra el árbol, incapaz de parar. A ella le dió aún más pena, pero a él le encantó verla tan expresiva.

Cuándo por fin se calmó, habló:

—Solo bromeaba. Me gustaría tener tres, si Dios me lo permite. ¿Y usted, mi Lady?

—También pienso que tres serían adecuados.

Ella no lo dijo, pero ya más tarde en su cuarto, soltó un carcajada al recordar la escena. Él se burló de su reacción, pero en vez de incomodarle, se sintió a gusto. Feliz.

---
En la mansión de Lord Alex. Nicólas y él practicaban el tiro con arco.
Ambos tenían una puntería impecable.

—Así que te vas a casar —dijo Alex.

— Es correcto —Nicólas preparó otra flecha y disparó.

—¿Y no pensabas decírmelo? —lo miró un ligera molestia.

—Por supuesto que sí.

—¿Cuándo? ¿Cuándo ya fuera noticia pública? —Alex dejó de disparar, esperando una respuesta.

—Pensaba decírtelo hoy, pero te adelantaste.

—Sí, claro...

—No te enojes. Sabes que eres mi amigo —Nicólas le dió una palmada en el hombro—. Iba a decírtelo.

—Pues no lo parecía.

—¡Ay! —protestó Nicólas—. Más bien dime tú, ¿cuándo piensas casarte?

—Cuando, como tú, encuentre a la adecuada. Esa que me haga comportarme con un tonto, justo como tú —rió Alex.

—¿Cómo así? Yo no soy ningún tonto.

—¿Ah no?

—No.

—Eso ni tú te lo crees.

—No es así —intentó negarlo.

—Aja.

---

La siguiente noche se celebró uno de los bailes más esperados: al aire libre, con decoraciones espléndidas organizadas para los invitados.
Todos danzaban y se divertían.

Era ya tarde, y Eliz había reservado la mayoría de su bailes para Nicólas, por petición. Aunque había danzado un par de veces con Lord William, no le fue suficiente. Por eso lo buscó con la mirada, y él capto la señal. Se acercó y le ofreció su mano.

—Mi Lord, es usted muy buen bailarín.

—No más que usted —le guiño un ojo.

—¿Se está divirtiendo esta noche? —quería que él notará su interés, para que se decidiera a hablar con su padre.

—¿Cómo no? Con usted aquí, ¿quién no?

Ella se sonrojó ligeramente.

—¿Y usted?

—Sí, me divierto.

—¿Por mí? —preguntó él con picardía.

—Sí... —respondió con timidez. Quería ser más directa, pero recordaba las palabras de su padre: no debía ser ella quien hiciera la propuesta.

—Qué dulce, mi Lady.

—¿Quiere casarse algún día? —Eliz necesitaba saber qué pensaba él sobre todo esto.

—Claro, sería conveniente.

—¿Conveniente? —no entendía a qué se refería.

—Quiero decir, sería algo bueno.

—Ah... —asintió varias veces.

—¿Le gustaría que fuera pronto?

—No se... —Lord William se quedó pensativo—. Tal vez, sí.

—Comprendo —Eliz no pudo evitar sentirse un poco decepcionada. ¿Qué quería decir "tal vez, sí"?
¿Dias? ¿Meses? ¿Años? No podía esperar tanto.

Pensó que quizá debía decírselo: si no se apresuraba, terminaría en brazos de otro. ¿Acaso él creía que pasaría la temporada sin casarse? ¿Qué era el único pretendiente?

—¿Y en cuanto a los hijos?

—Sí, me gustaría tener uno. Con un varón sería suficiente.

Ella asintió, pero no añadió nada. ¿Solo uno? No es que fuera malo —era una bendición—, pero ella soñaba con una niña, peinarla, enseñarle a comportarme como una dama.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.