Entre tus brazos

7. Una voz en el consejo

Revisaba unos documentos que hacía poco le habían entregado. Su expresión no era de felicidad, sino más bien de angustia.

—Dios, solo permite disfrutar de Eliz —suplicó.

En ese momento, su mayordomo tocó a la puerta e, inmediatamente, guardó los papeles en su mesa de noche.

—Adelante.

—Mi Lord, ya está todo listo.

—Bien. Entonces, me voy. Gracias —tomó su abrigo y salió de la habitación.

Nicólas tenía una reunión con todos los lores, pues se necesitaba discutir un asunto de suma importancia para el reino.
Cuando llegó, la mayoría ya se encontraba reunida en la residencia del Duque de Stanford.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a discutir sobre la situación.

—Nuestra nación limita con la de Francia, por lo que el riesgo sería alto —comentó uno de los lores presente.

—Sí, pero aún así se necesita actuar. Ellos, en su mayoría, dependen de nosotros —dijo Lord Stiff, uno de los más experimentados en la toma de decisiones del reino.

Un silencio se hizo entre todos. Unos estaban a favor, otros en contra.

—Ellos necesitan de nuestro apoyo. Necesitan provisiones. La vida de muchos niños está en peligro; no es algo ante lo que debamos dudar —argumentó Nicolás, rompiendo el silencio.

—Sí, pero apoyarlos podría traernos consecuencias —replicó Lord William.

—Tal vez, pero necesitan un patrocinio, y nosotros podemos brindárselo—insistió Nicólas.

Nadie respondió. Entonces, él volvió a hablar.

—Han pedido nuestra ayuda —empezó a caminar alrededor de todos—. Son solo un reino más que, como nosotros hemos sido, ahora está siendo azotado. Los persas dominan una gran parte de su territorio. No solo hay niños; hay mujeres y hombres sufriendo a manos de otros.

Guardó una pausa, dejando que sus palabras resonarán.

—Recordemos las veces en que Francia ha sido nuestro aliado, todas las alianzas que tenemos. Sí ellos caen, también nos afectará a nosotros... a la corona.

Hablaba con firmeza. Lord Richard lo miraba con admiración. Nicólas era un gran hombre: inteligente, resuelto. Aunque joven, no necesitaba más experiencia para hacerse escuchar. ¿Cómo era posible que su hija no estuviera interesada en él?

—Es cierto. No podemos olvidar todas las veces que, en la guerra,.nos brindaron soldados, armas, caballos y mucho más—varios comenzaron a asentir—. ¿Y ahora los vamos a dejar?

—Insisto, existe la posibilidad de que nos veamos afectados —Lord William les refutó.

—No se preocupe, que no quedará pobre por prestar un poco de ayuda —se burló Lord Alex.

—No es el dinero lo que me preocupa. Nuestras vidas corren riesgo. Si todo falla y no se logra derrotar a los persas, vendrán por nosotros.

—¿Quién nos asegura que no seremos vencidos? —añadió otro.

—En la guerra, no todo debe estar asegurado. Si así fuera, muchas naciones habrían sido destruidas por miedo. Es mejor hacer algo, que no hacer nada—Lord Nicólas insistió nuevamente.

—¿Realmente vale la pena luchar por un territorio que no es nuestro? —Willian seguía insistiendo.

—Le recuerdo nuevamente que nos han pedido ayuda. Además, no es solo eso. ¿No entiende? Hay muchas vidas en riesgo —le dijo Nicólas, cada vez más molesto por su egoísmo.

—Aún así, los riesgos son altos. Por salvarlos a ellos, podríamos morir nosotros.

¿Era ese el hombre que gustaba a su hija? ¡Vaya gustos! William parecía más preocupado por sí mismo que por las consecuencias para Inglaterra. No le importaban las vidas en juego.

En cambio, Lord Nicólas demostraba carácter. No le importaba el peligro si eso significaba salvar vidas inocentes.

—¿No confía en nuestro ejército? —le preguntó Lord Richard.

—No es eso.

—A mi me parece que sí —intervino Nicólas.

—Usted está demasiada empeñado en ayudarlos. ¿Por qué entonces no va usted a combatir? —estalló William, ya irritado.

—Porque, aunque soy buen peleador, no soy soldado. Y en vez de ayudar, pondría en riesgo la vida de alguien. Por eso me quedo aquí, tratando como se —él respiró hondo para contener su enojo—. Y tenga por seguro que, si fuera un soldado, no estaría aquí discutiendo con quién no quiere ayudar.

Varios de los presentes no pudieron evitar sentirse admirados por las palabras de Nicólas. A pesar de su juventud, tenía carácter. Algunos incluso desearon unirlo en matrimonio con sus hijas.

Finalmente, tomaron la decisión de brindar ayuda. Algunos se negaron y no fueron obligados, pero la mayoría estuvo de acuerdo en colaborar.
Lord William terminó aceptando, aunque no de buen agrado.

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Mientras tanto, Eliz estaba en su habitación, pintando lo que veía desde su ventana. Su mirada lucía apagada; su ánimo no era el mejor aquel día.

No podía dejar de recordar la noche anterior. Se sentía decepcionada. No comprendía a William. Quería ser más clara con él, pero no era correcto. Ya le había mostrado sus intenciones, y él parecía ignorarlas.

—Hija —la voz de su madre sonó tras la puerta.

—Adelante.

Lady Anna camino hasta sentarse en la cama.

—¿Pintando?

—Sí...

La dama notó que su hija no estaba bien.

—¿Te sientes bien?

—Sí —ella respondió, pero no parecía convencida.

—Sabes que puedes contarme, ¿no? —Lady Anna se acercó.

Eliz la miró, y de inmediato, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Oh hija! —la abrazo enseguida—. Cuéntame, ¿qué te sucede?

—Es William. No lo entiendo, no sé si todavía le intereso. Ya no es como antes —sollozó, mientras se refugiaba en el pecho de su madre. Ella, que siempre era quisquillosa con todo, no le importó que su hija manchara su vestido.

—¿Por qué dices eso?

——Dijo que no estaba seguro de querer casarse aún. No me buscó tanto… Estuvo menos atento. No sé qué pensar.

—Creo que estás pensando demasiado. Y más si es por alguien que no lo merece —acarició su cabello—. Hija, creo que estás muy preocupada por alguien a quien realmente no le importas.




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