Tres días después
El tiempo dado por su padre ya había pasado. Lord William nunca pidió su mano, y hasta ahora, Eliz dudaba que alguna vez hubiera tenido intención de hacerlo.
No discutió, no refutó, solo guardó silencio. ¿Debía ella hacerlo por un hombre tan poco interesado? Si fueran otras circunstancias, lo entendería, pero él conocía la posición en la que ella se encontraba. Era lógico que se casaría está temporada, pronto o no, lo haría.
Solo cuando estubo a solas, se permito soltar lágrimas. Pero también comprendió y razonó:
—Jesús, te pido que se haga tu voluntad y si tu voluntad es esta, la aceptaré —dijo entre lágrimas—. Tú sabes que aguarde y esperé por William, pero él no se digno a dar un paso más. Sí tú voluntad es que me case con Lord Nicólas, lo haré.
Eliz decidió poner más empeño en hacer lo que Dios quería. Después de todo, Él sabía qué era lo mejor para ella.
La noche anterior se había organizado la celebración de su compromiso. Lady Anna y Lady Johanna se mostraron tan emocionadas, que Eliz imaginó que serían aún más exigentes al momento de planear la boda.
Después de unas horas, ya en la noche, todos los invitados estaban reunidos en el salón principal. La noticia, por supuesto, ya había sido comunicada. Para algunos no fue sorpresa; para otros, fue perder la oportunidad de perder un buen partido. Pero la mayoría pensó que hacían una gran pareja; él se veía muy enamorado y atento.
Las felicitaciones y buenos deseos fueron cálidos, y Eliz, aunque un poco desanimada, las recibió con cortesía. ¿Y qué decir de él? Que la miraba como si suspirara con solo verla.
—Han hecho una gran organización —la miró sonriente.
—El mérito es más de mi madre y Lady Anna.
—No importa. Creo que serás excelente organizando los eventos que brindemos juntos, por ti misma.
—Muchas gracias por el voto de confía —ella le sonrió.
—¿Quieres algo de beber?
—Por favor.
Entonces, ella paseó la mirada por todos los invitados. Todos parecían divertirse, pero divisó a Lord William entre la multitud. ¿Qué hacía él allí? Se preguntó. Habían invitado a tantas personas que, seguramente, su presencia era mera casualidad.
Lord Nicólas volvió con su bebida y se la entregó, pero fue llamado por Lord Richard para conversar, así que se apartó, y se disculpó.
Eliz decidió saludar a algunas personas, entre ellas, Lady Lisa.
—Buenas noches, espero que te la estés pasando bien —dijo Eliz, mientras la saludaba.
—Muy bien. La comida está deliciosa —Lady Lisa alzó las cejas con una sonrisa.
—Eso es lo que más te gusta de las bailes —aseguró, riendo.
—No puedo negarlo. Me parece una gran noticia; Lord Nicólas es un excelente pretendiente. Tanto que mi padre lo consideró para mí —contó, mientras comía.
No era muy bien visto que una dama comiera con tanta libertad, pero a Lady Lisa eso no le importaba. Si había comida, era para disfrutarla.
—¿En serio? —Eliz se sorprendió. Había estado tanto tiempo pendiente de William que nunca se había fijado en sí él hablaba con otras damas o si otras familias lo veían como un buen partido.
—Sí. ¿Acaso no has notado lo galán que es tu prometido?
Ella se puso un poco nerviosa, y llevó un mechón de cabello tras la oreja.
—Bueno... sí.
—Por eso.
Habló un poco más con ella y luego se apartó a una zona más tranquila para tomar aire. Varios pensamientos atacaban su mente.
Unos minutos después, cuando ya estaba más calmada, alguien le tocó el hombro. Se giró asustada y retrocedió.
—¿Qué hace aquí? —miró alrededor, asegurándose de que nadie los estuviera observando.
—No te preocupes. Me asegure de que no hubiera nadie —él se acercó más.
—No me importa. No es correcto que usted esté aquí a solas conmigo —ella intentó pasar, pero él la sostuvo de la mano.
Ella se soltó enseguida.
—No me toque.
—Eliz, ¿qué te pasa? ¿Es por tu compromiso?
Ella guardó silencio.
—Así que te vas a casar.
—Sí.
—¿Tú padre te comprometió?
—Así es.
—Y tú aceptaste —dijo él, con cierto matiz de enojo.
—¿Y qué quería que hiciera? ¿Esperarlo?
—Pues... sí.
—Eso hice. Esperé. Pero nunca hubo una propuesta.
—Eliz, yo solo quería esperar más tiempo —William habló suave, esperando que ella entendiera.
—¿A qué? ¿A esto? ¿A qué me comprometieran con otro? —ella estaba enojada, ¿cómo le decía eso?
—¡No! Es solo que tenia que tomar la decisión correcta —se detuvo, arrepentido de sus palabras.
—¿Ah, entonces yo no lo era? —preguntó con indignación.
—No es...
—Sí lo es. Para usted, yo no lo soy. Si lo fuera, ya se habría decidido.
—No me entiendes, no es lo que quise decir.
—Mire, Lord William. Sea como sea, ya soy una mujer comprometida. Le pido que no se vuelva acercar a mi.
No esperó más. Salió apresuradamente. Antes de entrar al salón, respiró profundo y se calmó un poco. Cuando volvió entre los invitados, le tocaron el hombro.
—Mi Lady —ella lo miró, aún algo nerviosa—.¿Dónde estaba? La estuve buscando y no la encontraba... hasta ahora.
La expresión de Nicólas era de preocupación.
—Lo siento, estaba tomando un poco de aire.
—¿Le sucede algo? —él la tomo las manos.
—No.
Pero Nicólas no le creyó. Sus ojos estaban húmedos, como conteniendo las lágrimas. Era evidente que algo le pasaba.
—Seremos marido y mujer. Tus aflicciones serán las mías, y las mías las tuyas. Lo que a ti te pasa, me importa. Además, es mi deber cuidar de la que será mi esposa —la miró con dulzura—. ¿Entiendes eso?
Ella asintió. ¡Ese hombre la quería! O al menos, eso parecía. De ahora en adelante, no más William. Iba a darle la oportunidad a este hombre que siempre le prestaba atención, que deseaba cuidarla, y aún más, casarse con ella.
Él entendió que ella no le contaría nada, pero confiaba en que, con la ayuda de Dios, en el futuro podrían hablar de todo sin problema alguno.