Entre tus brazos

9. Anhelos

Pasadas varias semanas, Nicólas frecuentaba más a Eliz. Cada día le era más difícil retener sus sentimientos, especialmente porque ella parecía menos indiferente. Con cada muestra de interés sentía que podía decirle todo lo que anhelaba, pero no lo hacía porque temia abrumarla.

Está, era una de esas tardes en la que estaban conversaban bajo la sombra de aquel árbol, que se había convertido en testigo de todas sus palabras.

Eliz estaba pintando unas flores del jardín, porque él le había dicho que quería verla hacerlo. Por eso, ahí estaba, en silencio, mirándola, sin importarle que estuviera las manos llena de pintura e incluso una mancha en la mejilla izquierda.

Él no dudó en acercarse. Le tocó con suavidad el rostro para limpiarle la pequeña mancha. Ella lo miró sorprendida, no solo por la acción, sino por lo cerca que estaban.

—Gracias... —agradeció tímidamente, pero él no retiró la mano.

—¿Siempre se mancha tanto? —rió.

Ella se alejó un poco y negó con la cabeza.

—No es que sea mi intención hacerlo.

Nicólas soltó una risita y volvió a recostarse en el árbol, mientras ella continúa con su trabajó.

—¿Ha pensado alguna vez cómo quisiera que se llamaran sus hijos? —preguntó Eliz, pues era un tema que le emocionaba.

—No mucho, pero me gustaría que uno se llamara Anthony —le sonrió.

—Es un lindo nombre.

—Sí. ¿Y usted los ha pensando?

—¡Por supuesto! —se giró hacia él con emoción—. Catherine para una niña, Estephan y Sebastián.

—Te gusta mucho la idea de tener hijos, ¿cierto? —su mirada era serena. No dudaba de que ella sería una buena madre.

—Sí —parecía una niña a la que acababan de dar un dulce.

—Me gustan los nombres. ¿Cree que serán tres hijos?

—Bueno, es lo que me gustaría... y esperemos que el Señor nos lo permita.

Ella era hermosa. A Nicólas le gustaba mucho cuando hablaba así, con esa fe sencilla pero firme. Además, notaba que ya empezaba a hablar en plural, por los dos… como debía ser.

—¿Fue bueno estudiar en el extranjero? —ella continúo preguntando.

Había decidido que conocería más a este hombre. Y él nunca evitaba sus preguntas, ni daba respuestas vagas como lo hacía William. ¡No pienses en él! Se reprendió.

—Sí, obtuve muchas experiencias y conocí a grandes personas —le respondió, encantado de que ella se interesará—. Tambié hubo cosas malas, pero en mi corazón solo guardo las buenas.

—Eso es grandioso. No debemos quedarnos con lo malo.

—Totalmente de acuerdo.

—Yo no he estado por fuera varios años, pero también he tenido la oportunidad de conocer lugares increíbles.

—¿Le gustaría viajar nuevamente?

—Si no es necesario, no. —volvió a centrarse en su trabajo—. Es más, quiero volver pronto a la tranquilidad del campo.

Él sonrío ampliamente.

—Es magnífico cómo tenemos tantas cosas en común.

Ella sonrió también, y guardaron silencio. No era un silencio incómodo, sino de esos que brindan tranquilidad y paz. Él no podía dejar de mirarla, y su mirada se tornó intensa.

Su vestido azul combinaba perfecto con su piel blanca. Tenía los brazos descubiertos y él apreciaba lo delicados que eran. Su cabello estaba recogido y algunos mechones caían libremente. Se acercó de nuevo a ella.

—Mi Lady...

—¿Sí? —preguntó, pero no se volteó.

—¿Podría darle un beso?

Entonces ella se giró abruptamente. Sus mejillas se tornaron rojas y habló nerviosa.

—¿Qué?

—Que si me permite besarla —Nicólas se acercó más.

—Yo... no creo que —él la interrumpió.

—No se preocupe —se abstuvo y cambio de parecer, aunque no con ganas—. Solo deseo darle un beso en la mejilla.

Ella no sabía qué decir. Él era su prometido, sería su esposo... y un simple beso en la mejilla no estaba mal.

—¿Me permite?

Eliz asintió.

Entonces, él terminó de acercarse. La tomó del rostro y le dio un dulce beso en la mejilla. Ella cerró los ojos, pues la pena que sentía era grande. Sintió que él se alejaba e iba a abrir los ojos, cuando nuevamente Nicólas presionó sus labios sobre su piel. Le dio tiernos besos repetidas veces y, cuando se detuvo, la tomó por los hombros y la abrazó. Aunque sorprendida, ella no refutó.

—Eliz... Eliz... creo que estoy loco de amor por ti —Nicólas no pudo evitar decirlo.

Para Eliz, fue como si le hubieran dado una impactante noticia. Primero: había dicho su nombre sin más, así de directo... y luego se le había confesado. ¿Cómo podía ella corresponderle? Aún sus pensamientos volvían a Lord William de vez en cuando. ¿Cómo podría amar a este hombre?

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Lord Nicólas se sentía feliz. Solo unas pocas semanas más y estaría casado con la hermosa Eliz. Era una noche un poco fría, pero eso no le importaba. Miraba el cielo, que estaba lleno de estrellas.

—Señor, gracias. Te doy las gracias porque mi vida ha sido maravillosa, nada me ha faltado. No puedo mentir que me asusta que tanta felicidad se pueda ir. ¿Me está permitido ser tan feliz? —caminaba mientras conversaba con Dios.

—Ya por esto, ahora último... ¿pero puedo quejarme? Si siempre me has permitido gozar de buena salud. No puedo quejarme... no contra ti, Señor.

Hizo una pequeña pausa y suspiró. Bajó la mirada y habló más suavemente:

—Solo quisiera hacerte una pequeña petición... que me permitas gozar de esto al menos cinco años más: una vida con Eliz y los hijos que nos permitas tener.

Su voz se tornó levemente opaca. Solo deseaba tener la dicha de disfrutar a la mujer que amaba. Era tan bella. Al principio su imagen lo deslumbró; la forma en que actuaba le llamó la atención. Pero a medida que la fue conociendo, sintió que era una gran mujer: su dulce voz al hablar, lo amable que era, su sonrisa, sus cualidades, sus anhelos… todo. Era una valiosa dama.

Soñó con ella esa noche, rememorando los tiernos besos que le había dedicado. Fue porque se contuvo, pero su primera intención había sido besarle los labios. Aun así, no quiso incomodarla y cambió de opinión, aunque no pudo renunciar del todo.




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