Lady Eliz miró por la ventana de la estancia y notó que Lord Nicólas estaba afuera de la mansión. Llevaba una semana sin ir a verla, pero quizás se debía a los asuntos que debía organizar antes de la inminente boda.
Caminó con rapidez por el salón. En las escaleras se encontró con dos empleados y les dijo:
—Si alguien pregunta por mí, estoy en mi alcoba —pues esperaba que él preguntara por ella apenas cruzara la puerta.
Entró en su habitación y se alisó un poco el vestido. No era una ocasión especial, pero siempre quería verse bien, sin importar ante quién. Pasaron algunos minutos y nadie tocó a su puerta. Le pareció extraño, pero no le dio demasiada importancia. Sin embargo, cuando el tiempo siguió corriendo sin novedad, decidió salir caminando despacio. Bajó las escaleras y al ver a una doncella pasar, le preguntó:
—¿Alguien ha preguntado por mí? —susurró.
—Nadie, señorita.
—¿Nadie?
—Nadie —repitió la doncella con cierta extrañeza.
—Bien. Puedes retirarte.
Terminó de bajar y se dirigió hacia la estancia, de donde provenían unas risas. ¡La risa de su padre! Se detuvo donde nadie pudiera verla e intentó observar por el rabillo de la puerta.
Lord Nicólas estaba allí, conversando con su padre, quien se veía bastante entretenido. Parecía que hablaban de política o algo por el estilo, aunque no lograba entender del todo. Seguramente su padre lo había entretenido y por eso no había preguntado por ella.
—Pensé que mi hija no escuchaba conversaciones ajenas —dijo una voz a sus espaldas. Se giró levemente, sorprendida.
—No era mi intención.
—Por supuesto que no —dijo su madre, primero con seriedad, luego con una sonrisa—. ¿Por qué estás aquí?
—Bueno… es mi casa.
—Sabes a qué me refiero.
—No es por nada. Escuché unas risas y me dio curiosidad.
Lady Anna entrecerró los ojos.
—A tu padre le agrada mucho Lord Nicólas.
—Sí, eso parece. Por eso lo retuvo ahí —dijo, dirigiendo la mirada hacia la puerta.
—¿Lo retuvo? —frunció el ceño.
—Sí. Él venía a verme a mí, pero mi padre lo entretuvo.
Lady Anna soltó una risita.
—¿Y quién te dijo que el duque venía a verte?
—¿Cómo que quién? ¿Acaso no es así? —la miró sin comprender.
—No, el duque vino a ver a tu padre, no a ti.
—¿Cómo? —se sorprendió.
—Así es. Pero no te preocupes, seguramente preguntará por ti.
—No estoy preocupada. Solo algo sorprendida.
—De todos modos, ¿por qué no entramos? Así puedes saludarlo —le tomó la mano para guiarla.
—No, madre —se soltó—. Él no vino a verme. Quizás tienen asuntos que discutir.
—Hija, solo están allí como dos amigos. Si fuera algo serio, estarían en el despacho de tu padre.
—Tal vez… pero aún así.
—Bien, como quieras. Pero no estaría mal que le mostraras un poco de interés —dijo con seriedad—. Cuando un hombre está enamorado, aunque la dama sea cordial, la falta de interés puede doler más de lo que imaginas.
—Él no está enamorado —Eliz bajó la mirada.
—Eso crees tú.
Lady Anna no dijo nada más y entró a la estancia. Su esposo le sonrió, y Lord Nicólas también, mirando detrás de ella con la esperanza de ver otro rostro aparecer. Pero no fue así, y aunque sintió cierta decepción, sonrió.
Había tenido muchos asuntos pendientes que se retrasaron por el tiempo que dedicó a Eliz. No se arrepentía, pero quería avanzar lo más posible para disfrutar con su esposa cuando se casaran. Uno de esos asuntos era la villa: deseaba que estuviera impecable para su llegada. Estaba seguro de que amaría aquel lugar, lleno de rincones hermosos que a ella le encantaría pintar.
—¿Cómo cree que terminará la guerra? —preguntó Lord Richard.
—No estoy muy seguro. Nuestro ejército es grande, y con todas las ayudas recibidas, tenemos posibilidades. Confío en que defenderán nuestra nación, pero aún más confío en que Dios nos ayude —respondió con firmeza.
—Totalmente de acuerdo. Las noticias que llegan del combate son pocas y, aunque positivas, no nos permiten saber mucho. Pero como usted, espero en Dios.
—Me alegra que pensemos igual.
—A mí más. Estoy encantado de que mi hija vaya a desposar a un hombre tan bueno —dijo con sinceridad.
A Nicolás también le agradaba él. Era un hombre de valores, poco movido por la riqueza, y había educado bien a sus hijos. Incluso conoció al heredero de la familia, ya casado: amable, simpático, y con vastos conocimientos.
Y ni hablar de Eliz… lo tenía completamente cautivado. Era tan esquiva que sentía que no debía siquiera rozar su mejilla. Aquellas mejillas rosadas… Cuando la besó allí, aquel día, sintió tanto. Podría haber sido más, pero no lo fue. Ella era una dama y debía respetarla. Pero sería su esposa… ¿por qué estaría mal besarla como deseaba?
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Tres días después, su madre la tenía agobiada con todos los detalles de la boda. Pero Eliz no estaba de ánimo. No quería saber nada de lo que aún faltaba por organizar. Si no fuera por su suegra, probablemente no habría asistido. Aquella mujer la miraba con ilusión, feliz de verla con su hijo, pero Eliz no quería. No le interesaba casarse con él.
—Madre, me siento mal.
—¿Qué pasa? ¿Qué tienes? —la observó con preocupación.
—Estoy cansada —respondió, desviando la mirada, aguantando las ganas de llorar. ¿Por qué justo ahora sentía deseos de llorar?
Lady Marta la miró extrañada. Toda la mañana notó su falta de interés, y no era la primera vez. Al principio pensó que eran los nervios, pero ahora empezaba a sospechar que había algo más.
—Lady Anna, tranquila. Solo debe estar abrumada por la boda. Vayan a casa, lo que queda por hacer aquí es mínimo y yo lo terminaré.
—¿En serio? —preguntó Anna.
—Sí —respondió con amabilidad, lanzándole una mirada significativa a Eliz.
Ya en su habitación, Eliz se quitó rápidamente las prendas más incómodas y se tiró sobre la cama. Su madre entró poco después, visiblemente preocupada.