La brisa marina entraba por la ventana, acariciando las cortinas con delicadeza. Se vistió sin mucho entusiasmo: jeans, una casaca ligera y zapatillas. Su papá ya había salido a trabajar, y la casa estaba en silencio. Decidió salir a caminar para despejar su mente. Sentía que todo dentro de ella era un rompecabezas sin armar.
Caminó sin rumbo hasta llegar al muelle. El mismo que había visto desde su ventana la noche anterior. Estaba casi vacío, salvo por unos pescadores que descargaban sus redes al otro extremo. Y ahí estaba él, otra vez. El mismo chico. De pie, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en el horizonte, como si buscara algo que nunca llegaba.
Ariana dudó por un momento. No quería parecer curiosa, pero tampoco podía evitarlo. Caminó lentamente por el muelle, fingiendo mirar el agua. Cuando estuvo a unos metros de él, sintió que el chico se giraba ligeramente hacia ella. Solo un segundo. Luego volvió a mirar al mar.
—¿Siempre vienes aquí tan temprano? —preguntó Ariana, sorprendida de sí misma.
El chico la miró, y por un instante, sus ojos se encontraron. Eran de un color gris oscuro, como el cielo justo antes de una tormenta. No dijo nada de inmediato. Solo la observó, como si intentara decidir si valía la pena responderle.
—Solo cuando no puedo dormir —dijo finalmente con voz grave, pero tranquila.
—¿Y hoy fue una de esas noches?
—Siempre lo son.
Ariana no supo qué decir. Aquella respuesta no parecía dicha con tristeza, sino con resignación. Como si fuera parte de su rutina vivir con insomnio... o con algo más profundo.
—Me llamo Ariana —dijo, intentando suavizar el ambiente.
—Elías.
Hubo un breve silencio entre ellos, pero no fue incómodo. Era como si las olas que rompían contra los pilotes llenaran los espacios que sus palabras no alcanzaban.
—¿Eres nueva, verdad? —preguntó él.
—Sí. Ayer llegué. Voy a terminar el último año en el colegio del pueblo.
Elías asintió lentamente.
—Bahía Serena es pequeña. Pronto todos sabrán tu nombre.
—¿Y tú también estudias allí?
—Lo hice... hasta hace unos meses. Me salí.
Esa respuesta la descolocó. ¿Un chico de su edad que había dejado el colegio? Había algo en él que era distinto, como si llevara el peso de muchos inviernos encima, aunque no aparentara más de 18.
—¿Y por qué lo dejaste?
Elías no respondió. Se limitó a encogerse de hombros. Pero esa respuesta silenciosa decía mucho más de lo que él estaba dispuesto a contar.
—Supongo que nos volveremos a ver —dijo Ariana, dando un paso hacia atrás.
Elías la miró una vez más y asintió apenas.
—Supongo que sí.
Mientras ella se alejaba, sintió su corazón latiendo un poco más rápido. No por lo que él había dicho... sino por lo que no dijo. Por la forma en que la miró. Por la tristeza silenciosa en sus ojos.
Ariana no lo sabía, pero ese chico del muelle estaba a punto de convertirse en el centro de su mundo.
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Editado: 09.07.2025