Desde aquel día en el muelle, Ariana y Elías comenzaron a encontrarse cada vez más seguido. A veces en silencio, a veces hablando de cosas pequeñas: libros, películas, música. Pero nunca sobre lo que realmente dolía.
Una tarde de viernes, después de clases, Elías pasó por la salida del colegio. Estaba apoyado contra su bicicleta, como si no supiera si debía entrar o no.
—¿A quién esperas? —le preguntó Ariana con una sonrisa.
—A ti, en realidad —respondió él, sin rodeos.
Ella no pudo evitar sonrojarse.
—¿Vienes a secuestrarme o solo a escoltarme a casa?
—Eso depende… ¿confías en mí?
Ariana fingió pensarlo un momento.
—No del todo, pero me gusta el riesgo.
Ambos rieron y comenzaron a caminar juntos por la avenida principal. El pueblo, pequeño y familiar, parecía más vivo cuando estaban juntos. Elías la llevó a una librería antigua, escondida entre dos puestos de comida marina. Ariana quedó encantada. El lugar olía a papel viejo y sal marina.
—Este era el lugar favorito de mi hermano —dijo Elías, mientras hojeaban un libro de cuentos de Cortázar—. A veces creo que si cierro los ojos, puedo escucharlo leer en voz alta.
Ariana no dijo nada. Solo puso una mano sobre la de él por un segundo. Un gesto sencillo. Pero para Elías, fue como si le devolvieran un pedazo de algo que creía perdido.
Al salir de la librería, pasaron por un grupo de chicos de su edad. Uno de ellos los miró y soltó una risa.
—¿Y ahora andas con la nueva, Elías? ¿Le contaste que dejaste el colegio por... razones médicas?
Elías se tensó, pero no respondió. Apretó los puños y siguió caminando. Ariana, confundida, aceleró el paso para alcanzarlo.
—¿Qué quisieron decir con eso?
—Nada. Hablan por hablar.
—Elías…
Él se detuvo. La miró con una mezcla de rabia contenida y tristeza.
—A veces es mejor dejar que la gente crea lo que quiera. Es más fácil que explicar la verdad una y otra vez.
—¿Y cuál es la verdad?
Elías dudó. Luego se encogió de hombros.
—Que no estoy listo para volver al colegio. Que me cuesta salir de casa algunos días. Que tengo ataques de pánico cuando estoy rodeado de mucha gente. ¿Eso querías oír?
Ariana se quedó en silencio. No por incomodidad, sino porque entendía más de lo que él creía.
—Gracias por confiar en mí —dijo suavemente—. Y si te sirve de algo… yo también miento a veces.
Él la miró, curioso.
—¿Sobre qué?
—Sobre por qué vine a Bahía Serena. Siempre digo que fue mi decisión, que necesitaba un cambio… pero la verdad es que mis padres no sabían qué hacer conmigo después de su divorcio. Me sentía como un mueble que nadie quería en su sala.
Elías frunció el ceño, sorprendido.
—¿Y tú lo aceptaste así, sin más?
—Fingí que sí. Mentiras piadosas, ¿recuerdas?
Él asintió, con una sonrisa que no le llegaba del todo a los ojos.
—Entonces somos dos los que vivimos con verdades a medias.
—Sí… pero quizás, si estamos juntos, podamos decirnos la verdad sin miedo.
Elías la miró en silencio. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía hacerlo.
No todo. No aún.
Pero sí un poco más cada día.
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Editado: 09.07.2025