"Entre tus labios" [saga N°1]

CAPITULO 9"Silencios que gritan"

Ariana no pudo dormir esa noche. Elías no respondió a sus mensajes ni a sus llamadas. El silencio era más ruidoso que cualquier discusión.

Al día siguiente, fue al muelle, como siempre. Pero él no estaba.

Al tercer día, decidió ir a buscarlo a su casa. No conocía bien la dirección, pero preguntó en la tienda del pueblo. Una mujer mayor le señaló una calle sin salida, cerca del acantilado.

—Los Rivero viven allí. Pero el chico no recibe visitas desde que el mayor falleció.

Ariana se detuvo frente a la casa. Era de madera, algo descuidada, con una bicicleta oxidada recostada al lado de la entrada. Tocó la puerta. Nadie abrió.

Pero entonces escuchó pasos detrás.

—No pensé que vendrías —dijo Elías.

Estaba con la capucha puesta, ojeras marcadas y los ojos rojos, como si no hubiese dormido.

—Tampoco pensé que te esconderías —respondió Ariana con firmeza.

Él bajó la mirada.

—No es tan simple, Ari.

—¿Entonces hazlo simple. Háblame. Dime qué está pasando con Dante. Con Samuel. Con todo lo que cargas y no sueltas.

Elías se apoyó en la pared. Respiró hondo. Y finalmente, habló.

—Samuel no murió solo. Murió por mi culpa.

Ariana no dijo nada. Esperó.

—Estábamos en el bote. Era una mañana tranquila. Dante también iba a venir… pero no llegó. Tenía fiebre o algo. Así que fuimos solo nosotros dos. Mi hermano era el que conducía la lancha. Siempre lo hacía. Pero ese día… me dejó a mí el timón. “Para que practiques”, dijo.

Su voz se quebró.

—Una ola nos volteó. El bote se llenó de agua. Nos lanzamos al mar. Yo… logré nadar. Samuel quedó atrapado entre las cuerdas y el motor. Grité. Me lancé de nuevo… pero no pude sacarlo. Cuando llegaron los pescadores, ya era tarde.

Ariana tenía lágrimas en los ojos. Se acercó y le tomó la mano, pero él la retiró con suavidad.

—Dante me culpó. No lo dijo directamente, pero lo hizo. Samuel era su mejor amigo también. Vivíamos los tres como hermanos. Pero desde ese día… nunca más volvió a hablarme. Se fue a Lima, se desconectó de todo.

—¿Y tú? —preguntó Ariana—. ¿Te perdonaste?

Elías la miró con los ojos vidriosos.

—No. No puedo. Y ahora él vuelve, como si nada. Coquetea contigo. Me desafía. Y yo… estoy harto de sentir que tengo que demostrar que merezco algo de felicidad.

Ariana se acercó, esta vez sin pedir permiso, y lo abrazó. Con fuerza. Como si con eso pudiera sostenerlo.

—No tienes que demostrarme nada, Elías. Solo quiero que confíes en mí. Que me dejes estar contigo. Con tus miedos, tu dolor, tus silencios.

Él la sostuvo también, por fin.

—Tengo miedo de perderte —susurró.

—Entonces no me empujes lejos cada vez que eso te pase —respondió Ariana—. Porque aunque no digas nada, tu silencio… duele más que cualquier palabra.

Elías cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió llorar. En sus brazos. Sin vergüenza.

Y aunque aún quedaban muchas verdades que afrontar, en ese momento, supieron que no estaban solos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.