"Entre tus labios" [saga N°1]

CAPITULO 15"El día después del huracán"

El muelle amaneció desierto.

No había huellas en la arena. Ni restos de palabras colgando en el aire. Solo el sonido del mar, como una respiración herida.

Después de aquella noche, Ariana no volvió al colegio por dos días. No respondía mensajes. No abría su puerta. No quería hablar con nadie. Ni siquiera con Lucía, quien respetó su silencio y solo dejó notas bajo su ventana:

“Estoy aquí cuando quieras hablar.”
“Tú vales más que sus guerras.”
“No te pierdas.”

En su cuarto, Ariana repasaba cada escena. El beso. El abrazo en el faro. El golpe. La verdad. El dolor.

¿Podía seguir con Elías, sabiendo que calló tanto tiempo?
¿Podía confiar en Dante, si era capaz de usarla como arma?
¿Y si ninguno de los dos estaba listo para amar? ¿Y si ella tampoco?

Cerró el cuaderno donde solía escribir sobre ellos. Lo guardó en un cajón. Por primera vez, no quería narrar su historia. Quería entenderla.

Elías pasaba sus días encerrado en su taller de arte. Había dejado de ir al colegio también.
Pintaba sin parar. Cuadros oscuros, violentos, con líneas rotas y formas que no se entendían. Intentaba expulsar todo lo que sentía sin usar palabras.

Su madre lo miraba con preocupación desde la cocina.

—¿Y ella? —le preguntó una noche.

Elías no respondió. Solo pintó más fuerte.

Dante volvió a casa de sus tíos. Empacó parte de sus cosas.
Ya no hablaba con nadie.
La noche del enfrentamiento había dejado una grieta que ni siquiera su rabia podía llenar.

Miraba su celular cada hora. Esperando. Pero Ariana no escribía.
Y eso, en silencio, lo mataba más que cualquier golpe.

Una tarde, Ariana salió al muelle por fin. El viento era frío, pero limpio. Como si algo se hubiera purgado.

Se sentó sola, con una libreta nueva.
No escribió sobre Elías.
Ni sobre Dante.
Escribió sobre sí misma.

“He amado. He dudado. He perdido la calma. Pero sigo aquí.”
“No sé a quién voy a elegir. O si voy a elegir a alguien.”
“Solo sé que quiero elegir mi paz.”

Cerró la libreta. Y por primera vez en semanas, respiró sin sentir que cargaba a dos personas más en el pecho.

Al otro lado de la ciudad, Elías tomaba su bicicleta.
Y Dante se subía a un bus.

Ambos sentían lo mismo:

El huracán había pasado. Pero nadie salía ileso.




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