Elías llevaba días observando desde lejos.
Veía a Gael acompañarla en la biblioteca.
Veía cómo Ariana se reía, se soltaba el cabello sin nervios, caminaba como si pesara menos.
Y él… simplemente la miraba.
Como si hubiera quedado atrapado fuera de una casa que alguna vez fue suya.
Lucía fue quien lo enfrentó finalmente, cansada de verlo vagar sin rumbo.
—¿Vas a seguir mirándola desde la sombra hasta que se enamore de alguien más? —le dijo sin filtro.
—Tal vez eso ya pasó.
—No lo sabrás si no abres la boca. Si no haces lo que nunca hiciste cuando sí la tenías: hablar.
—¿O prefieres quedarte con el “qué hubiera pasado si”?
Elías no respondió.
Pero esa noche, lo escribió todo en una carta. Una verdadera confesión. De su silencio, de su miedo, de su amor.
Y luego decidió algo que nunca había hecho por nadie: interrumpir su propio orgullo.
El día siguiente, Ariana caminaba por la playa con Gael. Él le contaba sobre un poema que había escrito inspirado en ella. Era bonito. Cálido.
Pero su mente estaba distraída.
Había visto a Elías frente al colegio esa mañana.
Con una carta en la mano.
Y una decisión en la mirada.
Cuando Gael se alejó un momento para contestar una llamada, Ariana se sentó en una roca. El viento del mar traía recuerdos que creía ya haber dejado atrás.
Y entonces, lo vio.
Elías. Caminando hacia ella. Con pasos firmes, pero mirada temblorosa.
Ella se levantó. El corazón le latía como si el pasado y el presente chocaran en su pecho.
—No me interrumpas —dijo él apenas estuvo frente a ella—. Déjame decirlo todo, aunque sea tarde.
Ariana asintió.
—No vine a pedirte que olvides lo que pasó. Vine a recordarte por qué valió la pena empezar.
Sacó la carta. Se la extendió.
—Es para ti. Puedes leerla… o quemarla. Pero todo lo que soy, está ahí.
—¿Por qué ahora?
—Porque verte con él me hizo dar cuenta de que estuve demasiado tiempo esperando a estar “listo”. Y tú ya no estás esperando a nadie.
—Y eso, Ari… eso me destruyó. Pero también me despertó.
Ella tomó la carta.
—¿Y si ya es tarde?
Elías tragó saliva.
—Entonces que esta sea mi despedida digna.
Se dio la vuelta. No esperaba respuesta. No quería condicionarla.
Pero antes de que se alejara demasiado, Ariana habló.
—Elías…
Él se detuvo.
—No sé si puedo volver a confiar en ti con los ojos cerrados. Pero aún no he aprendido a dejar de mirarte.
Él sonrió. Por primera vez, sincero. Roto. Esperanzado.
—No quiero que me mires. Quiero que, si algún día me eliges… sea con el corazón abierto, no por nostalgia.
Y se fue. Sin pedir nada más.
Esa noche, Ariana se sentó sola en su habitación.
Abrió la carta.
Y leyó:
“Te amé en silencio porque no sabía cómo hablar sin romperme.”
“Pero ya no me importa romperme si es por intentar recuperarte.”
Sus lágrimas cayeron, pero no de tristeza.
Sino de saber que, al fin, él había hablado.
Al otro lado de la ciudad, Gael escribía en su cuaderno, sin saber que algo ya había cambiado.
Y Elías, por primera vez, dormía con el alma en calma.
Porque a veces, amar también es soltar… aunque duela.
llore al escribirlo............
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Editado: 09.07.2025