El primer encuentro de las dos almas separadas fue en el año 1870, en la preciosa Inglaterra. En aquel entonces, la reina Victoria estaba sentada en el trono inglés, habitando el hermoso palacio de Buckingham. Fue allí, dentro de las lujosas paredes del palacio, que el místico encuentro tuvo lugar.
Era una mañana de otoño, las hojas marchitas de los arboles habían caído bañando los opacos jardines del palacio. En medio de ellos, disfrutando del crujido de las hojas bajo sus pies, un joven de ojos marrones y pelo oscuro como el carbón, vestido con un elegante traje negro, una galera del mismo color y balanceando en su mano un bastón con mango de plata, se paseaba felizmente por el jardín. Aquel joven, llamado Conal, era nada más y nada menos que el primo de la reina Victoria.
Por supuesto, Conal, formaba parte de la alta sociedad. No vestía más que lujosos y costosos trajes que su madre especialmente seleccionaba para él. Sin embargo, disfrutaba de sacarse los zapatos en los verdes prados que de niño solía frecuentar cuando nadie lo vigilaba. Al crecer, aún disfrutaba de aquellas pequeñas cosas pero sus responsabilidades y deberes iban en aumento proporcional a su edad. A sus dieciséis años, apenas tenía tiempo para detenerse a charlar con sus conocidos.
Aquella mañana el joven Conal paseaba por el jardín del palacio de su prima, se le había informado que sus padres emprenderían un viaje de tres meses a Escocia y que, hasta que ellos regresaran, Victoria había aceptado hospedarlo en el palacio; después de todo, era ella quien los enviaba a Escocia, aunque los motivos habían sido omitidos a sus oídos.
Fue así como Conal se encontró viviendo en el palacio de Buckingham en Londres. Sin embargo, él no fue el único que llegó al palacio esa mañana.
Una de las damas de la reina se sintió muy enferma al despertar ese día por lo que llamaron al mejor médico de la ciudad. Él, sin demora, se movilizó hacia el palacio tan pronto como recibió el mensaje, pero no lo hizo solo. El médico había comenzado a enseñarle a su hija todo lo que sabía, así ella podría cuidar de él en el futuro. Por esa razón, cada vez que su padre iba a atender a un paciente, ella iba con él. Ese día, no fue la excepción.
Llevando sus mejores ropas, Araminta y su padre llegaron al palacio en un bello carruaje. Guiados por un guardia, fueron hasta el lugar donde la dama de la reina los esperaba. Rápidamente, el médico supo cuál era el mal que acongojaba a su paciente y preparó una medicina para ella. Al cabo de unas horas, la joven dama de la reina se encontraba mejor que nunca.
La reina, encantada con la eficiencia del médico y su hija, les ofreció un puesto en la corte real, cargo que desde hacía unos meses se encontraba vacante. Araminta y su padre, aceptaron la generosa oferta de la reina y
todo lo que esta implicaba. Así, para el final de esa semana, y tal y como la reina lo había pedido, ambos se habían instalado en el palacio.
Mientras que su padre pasaba muchas horas leyendo libros complicados y elaborando nuevas medicinas, Araminta se pasaba por los corredores del palacio y sus jardines. Fue allí cuando por fin se encontraron.
Araminta había salido a pasear por el jardín, vestida con un largo vestido rojo y un sombrero que cubría la mitad de su rostro, caminaba a lo largo y ancho del jardín cuando, repentinamente, se detuvo debajo de un viejo nogal. Mantuvo su mirada en el suelo, observando a una pequeña ardilla roer una nuez, totalmente ajena al mundo que la rodeaba.
Conal, que había logrado escapar de una aburrida charla política con el duque de Northumberland, comenzó a caminar sin rumbo por el palacio, dejando que sus pies vayan a donde quisieran ir. Antes de darse cuenta, había llegado al gran y viejo nogal en medio del jardín. Ahí, sus pies dejaron de moverse, volviendo en sí. Ante sus ojos una joven muchacha se encontraba parada debajo del enorme nogal. Ella no parecía darse cuenta de su presencia, no levantó la vista o se movió en lo absoluto. Simplemente estaba ahí, de pie.
Él, sin saber por qué, sintió la necesidad de acercarse a ella. A paso firme, empezó a caminar en su dirección, haciendo crujir las marchitas hojas otoñales que se encontraban regadas por todo el lugar. Ella se dio la vuelta para averiguar de dónde provenía el sonido. Conal, ya estaba a solo unos pasos de Araminta cuando ella levantó la cabeza dejando que su rostro se viera por completo.
Cuando los ojos de Araminta encontraron los ojos de Conal, ambos se quedaron helados. Jamás se habían visto, no conocían ni sus nombres, pero en ese instante ambos sintieron una presión en el pecho, como si alguien los golpeara por dentro. Sus mejillas ardieron y sus piernas temblaron, sus corazones se aceleraron como nunca lo habían hecho antes.
Él sonrió ampliamente, mostrando una perfecta sonrisa blanca, marcando dos profundos hoyuelos en la comisura de sus labios. Ella, le devolvió una sonrisa aun más amplia, dejando que sus pómulos se vuelvan dos rojizas manzanas.
Con una mirada sus almas supieron que se habían encontrado. Con una mirada, sus vidas quedaron entrelazadas.
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Editado: 08.04.2025