Entrevista en aislamiento

La entrevista

El señor Ibáñez observó detenidamente la puerta de acero reforzado de un metro de espesor. Junto a la abertura, en un perchero metálico de pared, colgaba el traje de cuerpo completo de riesgo biológico y una máscara de oxigeno.

Era un ejercicio que hacía a diario desde su sillón, donde se bebía una medida de whisky, pensando si ya era hora de salir al exterior o si mejor se quedaba un poco más.

Bajó la vista hacía la botella y se recordó que debería reducir la medida de una por día a una por semana si quería preservar el poco alcohol que le quedaba.

—Empecemos de una vez —dijo con resignación.

—De acuerdo —respondió el entrevistador incomodo por la brusquedad— Señor Ibáñez, ¿cuánto tiempo lleva encerrado en este bunker?

—Cinco años, veinte días, doce horas, treinta y tres minutos, dos segundos —recitó tras observar indiscretamente el reloj con calendario digital que colgaba de la pared.

—Tanta precisión da a pensar que este encierro le resulta difícil de llevar —acotó el reportero con picardía

—Por supuesto que es difícil, pero es necesario. De otra manera ya estaría muerto.

—¿Cómo está tan seguro de ello?

—Soy un hombre robusto, tengo diabetes y unos buenos años encima. No creo que hubiera sobrevivido al virus. No más que los demás.

—Noto cierta nostalgia en esa reflexión.¿Tenía familia?¿Los extraña?

—Tenía un hijo y dos nietos. Por supuesto que los extraño. Al principio sentí rencor por sus burlas y desprecio: “Papá, te estas avergonzando solo, y estas asustando a los niños” me dijo mi hijo cuándo le insistía que debían venir conmigo. —recordaba angustiado.

—¿Cree que sigan vivos?

—No. A veces me miento diciendo que tal vez se salvaron, pero sé que no. Nadie pudo sobrevivir a eso sin los cuidados adecuados.

—Los cuidados que usted tuvo.

—Claro. El encierro. Provisiones para una década. Era la única manera.

—¿Piensa salir algún día?

—Por supuesto. En cinco años.

—¿Qué espera encontrar en el exterior?

—Los restos de la civilización. Edificios destruidos, cadáveres, vegetación.

—¿No espera encontrar a otras personas?

—Sí, claro. A los que se refugiaron como yo.

—¿Nunca piensa en la posibilidad que nadie más se hubiera refugiado?¿Qué usted sea la última persona viva?

—A veces, en mis momentos más oscuros… —reflexionó preocupado— pero no puedo caer en esas ideas. Tengo que creer que la vida prevalece. Que algunos sobrevivimos.

—¿Y si no fuera así?¿Si no hay más nada allá afuera?

—Siempre está el plan B.

—¿Cuál sería el plan B?

Ibáñez se estiró y levantó del suelo un revolver calibre 45. Lo acomodó en el regazo y volvió a mirar al entrevistador.

—No podría vivir en un mundo en que no quede nadie más.

—Eso suena algo drástico —comentó notablemente asustado el periodista— Una última pregunta.

—Dígame.

—¿Esta consciente que está absolutamente solo en este lugar y que soy producto de su imaginación?

—Naturalmente. No estoy loco.

—Si está tan seguro de todo, ¿por qué esperar?

El hombre dio un sorbo y terminó su preciado néctar. Tomo el revolver, lo miró un rato y observó a su alrededor. Estaba solo nuevamente, aunque realidad siempre lo había estado.

—¿Por qué esperar?



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En el texto hay: nostalgia, aislamiento, cuarentena

Editado: 24.03.2020

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