Después de un día lleno de emociones y decisiones difíciles, me encontré en mi habitación, tratando de procesar todo. Las luces estaban apagadas, y lo único que iluminaba el cuarto era la suave luz azul de mi celular. Estaba agotada, pero mi mente no paraba de dar vueltas. Pensaba en Maribel, en Luca, en todo lo que había pasado con Lisa… hasta que una vibración en mi teléfono interrumpió mis pensamientos.
Un mensaje de un número desconocido.
“Hola, Angelica. Soy Dylan. Espero que estés bien.”
Me quedé mirando el mensaje con el ceño fruncido. ¿Dylan? ¿Por qué me escribía? ¿Acaso estaba arrepentido de algo? ¿O esto era alguna broma? Él era el tipo popular, el chico del equipo, el que nunca había intercambiado más de dos palabras conmigo.
Decidí ignorarlo por ahora.
Al día siguiente, Maribel y yo fuimos a un karaoke. Necesitábamos distraernos. Ella había insistido, y su entusiasmo era contagioso. Cantamos, reímos, y por un momento, sentí que podía volver a respirar.
Mientras sostenía el micrófono y hacíamos un dúo de una canción cursi, lo vi. Dylan. Estaba en una esquina del lugar, apoyado contra la pared, con una bebida en la mano. Parecía... solo.
—¿Ese no es Dylan? —le susurré a Maribel, señalándolo con la mirada.
Ella alzó una ceja. —Sí, parece que es él. Pero no le prestes atención, Angelica. Estamos aquí para divertirnos.
Asentí. Tenía razón. Aunque algo dentro de mí se removía. No sabía si era incomodidad, curiosidad… o ambas.
Seguimos cantando y bromeando, hasta que Dylan se acercó. Sus pasos eran firmes, y su sonrisa, extrañamente sincera.
—Hola, Angelica. Hola, Maribel —dijo, como si nos conociera de toda la vida.
—Hola, Dylan —respondí de forma automática, sin ocultar el tono frío en mi voz.
Maribel, en cambio, le devolvió la sonrisa. —Hola, Dylan. ¿Cómo estás?
Dylan pareció sorprendido por la calidez de Maribel, pero se recuperó rápido. —Estoy bien. Solo quería saludar.
Y se fue. Así, como si nada. Como si ese saludo hubiera sido suficiente.
Volvimos a cantar, pero yo ya no podía concentrarme del todo. Su presencia me había dejado inquieta. ¿Qué quería Dylan conmigo?
Esa noche, acostada en la cama, miré su mensaje otra vez. La pantalla brillaba en la oscuridad.
“Hola, Angelica. Soy Dylan. Espero que estés bien.”
Respiré hondo. Tal vez no perdía nada con preguntar.
“Hola, Dylan. ¿Sabes quién soy? Me parece extraño que me hayas escrito.”
Mi corazón latía con fuerza mientras esperaba. Estaba segura de que me arrepentiría.
Unos minutos después, mi teléfono vibró de nuevo.
“Sí, sé quién eres, Angelica. No me he confundido. Me gustaría ser tu amigo y conocerte mejor.”
Lo leí una y otra vez. ¿Qué significaba esto? Dylan Mitchell, el chico más popular del colegio, quería ser mi amigo. Algo no encajaba. Tal vez se sentía culpable. Tal vez era otra broma. No lo sabía, y tampoco quería ilusionarme.
Bloqueé la pantalla y dejé el celular sobre la mesa. No respondí. No aún.
Unos días después, Maribel y yo fuimos al teatro. Nos habíamos ganado unas entradas en un concurso de la biblioteca (cómo no, Maribel siempre ganaba cosas por leer tanto). Mientras esperábamos en el vestíbulo, entre posters brillantes y murmullos entusiasmados, vi a alguien acercarse.
Ryan Bennett.
Llevaba camisa de cuadros y, como siempre, sus lentes ligeramente torcidos. Maribel se puso un poco tensa, pero sus ojos brillaban apenas lo vio.
—Hola, Maribel. Te ves hermosa esta noche —dijo Ryan, con una voz suave y tímida.
Maribel bajó la mirada, sonrojada. —Gracias, Ryan. Tú también te ves bien.
Yo los observaba en silencio. La Maribel tímida y lectora… ¿coqueteando? Era tierno, debo admitirlo, aunque me resultaba curioso. Cuando Ryan se fue por unas palomitas, no pude evitar decirlo.
—¿Qué fue eso, Maribel? Parece que Ryan te ve de una forma especial.
Ella sonrió, mirando al suelo. —No sé, Angelica. Creo que Ryan solo es amable. No le des importancia.
La observé un segundo más. Podía decir que le gustaba, aunque ella no quisiera admitirlo. Y por cómo Ryan la miraba… era obvio que la historia venía desde antes.
Quizá esa noche me hizo entender algo: las personas cambian. O quizá simplemente las empezamos a ver de otro modo cuando les damos la oportunidad.
Caminando de regreso a casa, con la brisa suave golpeando mi rostro, pensé en Dylan.
¿Por qué me escribió? ¿Por qué justo ahora?
Quizá… solo quizá… merecía una oportunidad para explicarse.
Pero aún no estaba lista para abrir esa puerta.
Por ahora, me bastaba con saber que no estaba sola. Tenía a Maribel. Y a un par de certezas que empezaban a construirse poco a poco.