Entwined Bonds

CAPITULO 6

La noche terminó con risas, miradas que hablaban más que las palabras y una promesa invisible flotando entre nosotros.

Maribel y Ryan caminaron juntos hasta su casa. No se tomaron de la mano, pero sus dedos se rozaban como si el destino los estuviera empujando a confesarse. Yo los miré desde lejos mientras Dylan me acompañaba hasta la estación de metro. No hablábamos mucho, pero el silencio con él no era incómodo, era… suave. Como si ambos necesitáramos escucharnos desde adentro antes de decir cualquier cosa.

—¿Te puedo hacer una pregunta rara? —dijo Dylan mientras bajábamos las escaleras.

—Inténtalo —respondí, apretando un poco más mi bufanda.

—¿Por qué no te escondes?

Me detuve. —¿Qué…?

—Tu forma de sentir, de cantar, de mirar. No lo tapas. No finges. Es como si… te dejaras ver, aunque duela. Y eso… me desarma.

Sentí que algo se abría en mi pecho. No supe qué decir. Así que solo lo miré. Y por primera vez, no quise tener miedo.

Él me acompañó hasta mi casa y no intentó besarme. Solo me miró con esos ojos verdes intensos y dijo:

—Te llamo mañana, ¿sí?

—Está bien —susurré. Y entré. Sonriendo. Confundida. Ilusionada.

A la mañana siguiente, Maribel me despertó con un mensaje.

“¿Te veo en la biblioteca? Tengo tanto que contarte que creo que voy a explotar.”

Nos encontramos en nuestra mesa habitual. Ella estaba nerviosa, sus mejillas todavía sonrosadas, con el cabello recogido en una trenza desordenada.

—No puedo creer que Ryan me haya dicho que soy linda —comenzó, agitada—. ¡Y cantamos juntos! ¿Tú lo viste?

—Lo vi todo —le respondí riendo—. Creo que medio karaoke se dio cuenta de que se gustan.

—No. No creo que él se fije en mí de verdad. Soy muy… yo.

—¿Y quién más querrías ser? —pregunté, cruzando los brazos.

Maribel se quedó callada, bajó la mirada y murmuró:

—Cuando me miró… no sentí miedo. Solo ganas de que no dejara de hacerlo.

La abracé sin pensarlo. Estaba enamorada. Lo supe en ese momento.

—Y tú… ¿tú qué tal con Dylan? —preguntó en voz baja, como quien teme pronunciar un hechizo.

—Es extraño. No sé si confiar en él aún. Pero cuando cantamos juntos… sentí que… podía dejar de protegerme por un rato.

Ella sonrió con ternura. —¿Y eso es bueno?

—Creo que sí.

Esa misma tarde, mientras caminábamos por el pasillo del edificio de clases, Ryan se nos acercó, un poco más confiado. Se notaba que algo en él había cambiado después del karaoke.

—¿Puedo hablar contigo un segundo, Maribel? —preguntó.

Ella asintió, nerviosa, y caminó con él hacia el jardín. Yo me quedé lejos, fingiendo leer, pero observando de reojo.

Ryan se rascó la cabeza, miró el suelo, luego a ella.

—Sé que soy un desastre para decir cosas… pero quiero que sepas que me gustas, Maribel. Desde hace tiempo. Y ayer… cantar contigo fue lo más bonito que me ha pasado este año. Solo quería que lo supieras, aunque no sientas lo mismo.

Maribel se quedó en silencio, con los ojos grandes, brillando.

—Tú también me gustas, Ryan. Pensé que nunca lo dirías.

Él soltó una risita nerviosa y, por impulso, le tomó la mano.

—¿Entonces… podríamos salir algún día? Como… tú y yo. Sin micrófonos.

—Sí —respondió ella—. Me encantaría.

Desde la distancia, yo sonreía. Su historia empezaba.

Esa noche, mientras me preparaba para dormir, Dylan me escribió.

¿Te gustaría salir mañana después de clase? No para cantar, lo prometo. Solo tú, yo y un café.”

Mi corazón latía rápido. Dudé. Pero respondí:

“Está bien. Pero si intentas impresionarme, te dejo pagando la cuenta.”

“¿Y si solo intento conocerte?”

“Entonces pagaré yo.”

Y así, con mensajes que sabían a risa y ternura, me fui a dormir.

El día siguiente fue perfecto. Dylan me llevó a una cafetería pequeña, con libros por todas partes. Pedimos chocolate caliente con malvaviscos y hablamos de todo y nada.

—Cuando era niño soñaba con ser astronauta —me dijo—. Luego descubrí que me mareo en los ascensores, así que… se canceló.

—Yo soñaba con cantar en un teatro lleno —respondí—. Pero ahora me basta con que me escuche alguien que de verdad me vea.

Él me miró.

—Yo te veo.

Y no hizo falta nada más. Porque en ese instante, supe que estaba entrando en algo real. Sin máscaras. Sin presiones.

Al despedirnos, no hubo beso. Solo un abrazo largo. De esos que te dicen: "Te estoy eligiendo con paciencia."



#10132 en Novela romántica

En el texto hay: 15 capítulos

Editado: 27.05.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.