La noticia se regó más rápido que un rumor en los pasillos del colegio.
—¿Dylan y Angélica? ¿En serio?
—¡Ya era hora!
—¿Quién lo diría? Ese chico tan frío y ahora se derrite por ella...
No me importaba. Podían hablar todo lo que quisieran. Porque ese día, cuando Dylan me mandó un mensaje con un simple:
“¿Te gustaría una cita conmigo hoy?”,
supe que ya no había marcha atrás. Que estábamos listos para lo que viniera.
—Estás preciosa.
Fue lo primero que me dijo al verme salir del colegio. No con su uniforme desaliñado o su mochila colgada de un solo hombro. Esta vez llevaba una camisa blanca con las mangas arremangadas, jeans oscuros y ese peinado despeinado que tanto le quedaba.
Yo llevaba un vestido azul cielo con flores blancas. El mismo que Maribel había insistido en que me pusiera.
—Y tú estás... —sonreí, sintiendo cómo las palabras se me enredaban—. Muy guapo.
Dylan se rascó la nuca, incómodo pero feliz.
—Bueno... ¿lista?
Asentí. Y comenzamos a caminar hacia la estación. No me dijo a dónde íbamos. Solo me llevó de la mano hasta una plaza escondida en el centro de la ciudad, con una fuente que brillaba por las luces alrededor, y un pequeño puesto de helados que parecía sacado de una película antigua.
—Mi lugar favorito —dijo—. Y quería compartirlo contigo primero.
Nos sentamos en una banca, comiendo helado y riendo de cualquier cosa. Hablamos de cosas simples: canciones favoritas, películas, sueños que habíamos guardado desde niños.
Y en un momento, Dylan se puso serio.
—Angel...
—¿Sí?
—Quiero que sepas que esto es real para mí. Que no estoy jugando, ni dudando, ni confundido. Que desde ese beso... mi mundo gira distinto.
Mi corazón dio un vuelco. Sentía las manos sudadas, pero no de nervios. De emoción. De certeza.
—Yo también —le dije—. Estuve tanto tiempo imaginándote lejos de mí, y ahora no quiero imaginar un solo día sin ti.
Entonces, sacó una pequeña pulsera de hilo rojo, con un diminuto dije en forma de estrella.
—No tengo anillos ni grandes gestos, pero... ¿quieres ser mi novia oficialmente?
Mi risa salió entre lágrimas.
—Claro que sí.
Me puse la pulsera y él la ajustó con cuidado. Luego me besó de nuevo. Esta vez sin miedo, sin dudas. Solo con amor.
Después, fuimos a ver una película. Maribel y Ryan estaban en la fila de adelante, tomados de la mano, comiéndose a besos durante los avances.
Cuando nos vieron, Maribel hizo un gesto exagerado de emoción.
—¡AHHH! ¡Ya son novios! ¡Mi corazón lo sabía!
Ryan simplemente sonrió, mirándonos con ternura.
—Al fin todo está en su lugar.
Y yo sentí eso exactamente.
Dylan me rodeó con su brazo mientras la película empezaba. No recuerdo casi nada de la trama. Solo recuerdo su olor, su respiración, su pulgar acariciando el dorso de mi mano.
Y la certeza:
Ahora éramos un “nosotros”.