—¿Un picnic?
—Sí —dijo Dylan con una sonrisa tímida—. Lo preparé yo. No soy chef, pero hice lo mejor que pude.
No me lo esperaba. Pero ahí estaba él, con una canasta en la mano y una manta doblada sobre el hombro, esperándome frente a mi casa.
—¿Y dónde vamos?
—Sorpresa.
Caminamos hasta el borde del bosque, donde se abría un claro lleno de pasto alto, margaritas silvestres y… dientes de león. Muchos. Tantos que el lugar parecía salido de un sueño. Dylan extendió la manta con cuidado y empezó a sacar bocadillos, frutas, dulces, y dos jugos en botellas de vidrio.
—Esto es... hermoso —susurré.
—Lo elegí porque me recuerda a ti. Libre, suave, mágica.
Nos sentamos, comimos, reímos. Me hizo adivinar sabores con los ojos cerrados, y cada vez que me equivocaba, robaba un beso.
Y luego, sin previo aviso…
empezó a llover.
—¡Ay, no! —reí, tratando de cubrir la comida—. ¡Se nos va a mojar todo!
—Déjalo —dijo Dylan.
Me miró con esa chispa traviesa en los ojos.
Se puso de pie, extendió la mano y sonrió.
—Baila conmigo.
—¿Qué? ¡Está lloviendo!
—Y tú me gustas más cuando te mojas.
Solté una carcajada y tomé su mano. La lluvia empapaba mi vestido, y el cabello se me pegaba al rostro, pero nada importaba. Porque en ese momento…
comenzó a sonar en su celular una canción que conocía bien.
"Maybe it's the way you say my name..."
Dylan la había puesto a propósito. “Dandelions” de Ruth B.
Mi favorita.
Me abrazó por la cintura. Apoyé mis manos en su pecho.
Y comenzamos a girar, lentamente, entre las gotas.
"And I've heard of a love that comes once in a lifetime..."
La voz de la canción flotaba en el aire mientras él me miraba como si no existiera nada más.
—Eres ese amor —susurró.
—¿Cuál?
—Ese que solo ocurre una vez. El mío.
Y entonces, con la lluvia acariciándonos como si fuera parte del destino,
me besó.
Un beso lento. Suave.
Cargado de emociones, como si cada deseo que alguna vez hice sobre un diente de león se hiciera realidad al fin.
"I see forever in your eyes, I feel okay when I see you smile..."
El cielo seguía llorando dulzura mientras nos abrazábamos.
Yo me sentía tan viva, tan amada…
tan completa.
—No quiero que este momento termine —le dije.
—No lo hará. No mientras sigamos deseando lo mismo.
Y sin decir más, ambos soplamos un diente de león que recogió del suelo.
Y aunque no dijimos el deseo en voz alta…
sabíamos que era el mismo:
“Que esto dure para siempre."
Al volver a casa, Maribel me esperaba en la puerta, empapada también, porque ella y Ryan habían salido a caminar bajo la lluvia justo después del cine. Su sonrisa brillaba como nunca.
—¿Y? —preguntó emocionada.
—Estoy enamorada —dije sin poder contener las lágrimas.
—¡Lo sabía!
Nos abrazamos mientras nuestros novios nos miraban desde la acera, cómplices.
Había algo mágico en todo. En la música. En la lluvia. En el amor.
Y supe que el próximo capítulo no sería solo parte del libro…
sería parte de mi vida.