La lluvia se había ido.
El cielo ahora estaba despejado, y las estrellas colgaban sobre nosotras como faroles antiguos que iluminaban nuestro futuro.
Dylan sostenía mi mano mientras caminábamos por el parque, el mismo donde nos encontramos por casualidad aquel primer día. Solo que esta vez, todo era distinto.
Éramos distintos.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de ti? —dijo en voz baja, como si revelara un secreto sagrado.
—¿Mi pelo cuando se esponja con la humedad? —bromeé.
Él rió, y luego negó con la cabeza.
—Que no necesitas fingir. Eres tú, completamente tú. Y eso… eso me hace sentir libre. Me haces creer que merezco algo bonito.
Me detuve.
Lo miré.
Y lo abracé tan fuerte como pude.
—Tú eres lo bonito, Dylan.
Nos sentamos en un banco, donde él sacó de su bolsillo una pequeña libreta. La reconocí al instante: su diario de canciones.
Lo abrió por una página marcada con una flor seca.
Y me la leyó.
"Me encontré con el sol, y no era una estrella del cielo.
Era ella, con su sonrisa torpe y su risa de viento.
Quiero bailar en sus días, perderme en sus inviernos.
Porque si esto es amor…
Entonces lo quiero eterno."
No pude evitar llorar. Lágrimas silenciosas. Dulces.
Él me miró con ternura, luego acarició mi mejilla y dijo:
—Angélica, sé que ya somos novios desde hace tiempo. Pero esta vez… quiero decirlo con todo lo que siento.
Quiero hacerlo bien. Quiero ser el que te acompañe en tus momentos malos, el que te abrace cuando te caigas, el que te haga reír cuando quieras desaparecer. Quiero estar ahí cuando cumplas tus sueños. Y cuando dudes de ti misma, seré el primero en recordarte lo increíble que eres.
—Dylan…
—¿Quieres seguir caminando este camino conmigo? No como parte del impulso… sino como elección. Una y otra vez.
Mi voz salió temblorosa, pero firme:
—Sí.
Sí.
¡Mil veces sí!
Nos besamos otra vez, y fue distinto a todos los besos anteriores.
Este tenía un sabor a futuro. A “te elijo”. A “no hay marcha atrás”.
Esa noche, Maribel y yo hablamos hasta quedarnos dormidas.
Ryan le había regalado un collar con la inicial “M”, y ella no dejaba de tocarlo con los dedos mientras sonreía como niña.
Ambas estábamos enamoradas. De verdad.
Y por primera vez en mucho tiempo, yo me sentía en paz con el mundo.
El cielo, las flores, la lluvia, las canciones, los bailes…
Todo había sido parte del destino.
Y mientras cerraba los ojos, me prometí a mí misma:
“Nunca dejaré de desear en los dientes de león.
Porque mis sueños... ahora caminan a mi lado.”