Enya: En busca del destino | Serie: Destino Sobrenatural.

Capítulo 4.

***

El último año de bachillerato se extendía ante mí como el umbral de un sueño largamente postergado. Cada día, cada hora, me acercaba a la universidad, ese santuario prometido, sinónimo de una libertad que, hasta entonces, solo había habitado en los rincones más secretos de mi alma. Mi libertad.
Tenía claro que me inclinaría por literatura. Cada fibra de mi ser se tensó en la búsqueda de la excelencia, en la obsesión por el primer puesto, por ser la mejor de mi clase. No era ambición vana, sino la única brújula hacia una vida resuelta: una beca completa, la huida a otro país, un empleo que me arrancara de raíz. Sin cadenas. Sin el fango de las mierdas que me habían ahogado.

«Todo está fríamente calculado», susurraba mi mente, un mantra de supervivencia. Y en su mayoría, lo estaba… o, mejor dicho, lo estaría en un par de semanas.

Compro un café y, con mis libros en mano, me dirijo a uno de los comedores del fondo en la cafetería del instituto. Coloco los libros y el café sobre la mesa, saco el celular y le escribo a mi amiga.

Conversación por mensaje:

Yo: ¿Dónde te metiste, Liz? ¡Aquí estoy, momificada en los comedores del fondo! ¡Apura, antes de que me crezcan telarañas que tendrás que comer!

Lizzie: ¡Jajaja, ya casi! El profe se puso sentimental con el "último momento". Dame dos minutos o te mando un café volador.

Yo: Más te vale. Y que sea doble.

Mientras espero a Lizzie, mi mejor amiga, saco mi folder con toda la información y planificación de la universidad a la que iremos. «Ya falta poco», pienso con una sonrisa interna.
Estas últimas dos semanas solo serán exámenes de complementación. Ya hemos recibido la carta de ingreso, y solo falta que confirmen lo más importante: la beca. Esa beca.

— ¡Llegó la reina de tu drama! ¿Ya me extrañabas tanto, Ash? —aparece Liz con una sonrisa de oreja a oreja, dejándose caer en la silla y dando un trago largo a su botella de agua.

Levanto una ceja, pero mi sonrisa la delata — Hola, dramática. Solo reviso los papeles de la universidad. Y sí, sigo sin señales de la beca. Mi voz se tiñe de una preocupación que no logro disimular del todo.

Lizzie me da un codazo suave — ¡Ash, por el amor de Dios! Nos la darán, ya verás. Y si no... su sonrisa se vuelve una mueca de conspiración ¡los obligamos! ¿Acaso olvidaste que somos las mentes maestras de este salón? ¡Imposible que no nos la den! Nuestro tutor, bendito sea, envió la recomendación más épica para ambas, en nuestras especialidades.

Un suspiro pesado escapa de mis labios — Lo sé, lo sé. Es solo que... esa beca es mi boleto de salida de este pueblo. Y, obviamente, de mi casa. Es mi única bala.

Asiente, su mirada se suaviza un instante — No solo la tuya, Ash. Aunque no tengo un aquelarre de hermanas malvadas como tú — me guiña un ojo, yo también necesito escapar de este pueblucho. No puedo quedarme aquí para siempre. Necesito otro aire...

La interrumpo, con una sonrisa cómplice. —¿Diversión, dices?

Ella con los ojos brillando y una risa descarada —Y chicos sexis, por supuesto.

—Tú lo has dicho. La miro, ella me mira, y la carcajada nos estalla, liberando la tensión.

Lizzie con una risa que atrae miradas y un brillo travieso en los ojos — ¡Maldita sea, Ash! ¡Necesitamos sexo, y lo necesitamos YA! —grita, sonriendo. Me río a carcajadas.

Un par de chicos, de esos que siempre andan con sonrisas de depredador, se detienen a nuestro lado —Podemos ayudar con eso. —dicen, sonriendo con descaro.

Lizzie revolea los ojos con una lentitud exasperante, como si hablarles le diera pereza —Sexo con hombres, cariño. No con niños que aún no saben atarse los cordones. Lárgate, idiota.

—¡Púdranse, zorras! —nos grita uno de ellos con la cara contraída en un puchero de rabia.

Mi voz, más fría de lo que esperaba, los corta —¿Y a ustedes quién carajos los invitó a nuestra conversación, par de alimañas? ¿Nadie les enseñó modales?

Lizzie con una sonrisa que no llega a sus ojos, pero sí a sus labios —¡Fuera de aquí! ¡Ahora! —remata.

Los chicos, con la cola entre las patas, se alejan farfullando. Nosotras nos miramos, y la risa, esa risa liberadora, nos parte en dos.

—Mis primeros puestos. —dice nuestro asesor, acercándose. — Están sincronizadas para atacar, por lo que veo. —Esboza una sonrisa.

—Por eso somos los primeros puestos. —responde Liz, con orgullo, mirando al profesor y luego a mí. Yo asiento, afirmando con la cabeza.

Nuestro asesor fue nuestro profesor los primeros años de bachillerato. Luego ascendió y se convirtió en asesor para los alumnos de último año. Nos ha apoyado durante todo este proceso, escribiendo cartas de recomendación para la universidad y ahora está pendiente de nuestras becas.
Podríamos decir que somos sus alumnas favoritas.

—Les tengo noticias sobre sus becas. La universidad me ha contactado, ya que llevo sus casos personalmente. —Hace un ademán con las manos. — Y me informan… —nos mira con el suspenso bailando en sus ojos.

Mi voz, un susurro impaciente, alargo la palabra —¡Le diceeeen! ¡Profesooooor! —No nos tenga así.




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