Enya: En busca del destino | Serie: Destino Sobrenatural.

Capítulo 12.

“A veces, los umbrales más importantes no se cruzan con pasos, sino con el alma temblando entre el miedo y el asombro.”

Ivanov me abrazaba sonriente, y yo le devolví el abrazo. La situación que pasamos me dio miedo, sí, pero no era el tipo de miedo que te hace huir; era ese otro, el que nace del presentimiento de perder algo valioso, algo que aún no terminaba de entender. Tenía muchas preguntas y, sobre todo, una curiosidad desbordante. Soy literata, bueno… en proceso, aún estudiante. Tengo la mente abierta a nuevos mundos, y ahora tenía uno real ante mí. Más que miedo, sentía impresión, una especie de alegría oculta, como si hubiera entrado en las páginas de un libro que siempre esperé leer. Casi un sueño.

—¿Estás lista? —su voz, grave y serena, me saca de mis pensamientos. Y yo asiento, como quien acepta el llamado a cruzar un portal invisible.

—¿Dolerá cuando me muerdas? —pregunto, elevando la vista hacia él.

—Un poco —responde sin tabú.

—Entiendo. ¡Hazlo! Quiero presenciar la magia de la sanación —digo, sonriendo con un entusiasmo que ni yo comprendo.

—Me utilizas en tus curiosidades —dice, con una sonrisa que destila siglos de ironía contenida.

—Ya me conoces, ¿por qué la sorpresa?

—Qué insolente —dice, riendo suavemente —. Bien, ahora relájate… y no tengas miedo.

Ivanov me mira unos instantes que parecen eternidades, y se acerca lentamente a mi cuello. Antes de hacerlo, vuelve a preguntarme si estoy segura. Le afirmo. Su voz grave me ancla. A un palmo de distancia, sus ojos miel se vuelven oscuros, profundos como la noche antes de una tormenta. Sus colmillos, afilados y blancos, rompen el velo de lo cotidiano, revelando lo que él realmente es. Trago saliva. El mundo se reduce a ese instante suspendido, un hilo delgado entre lo posible y lo irreal.

Siento sus labios, ¿un beso? Al primer contacto, un pequeño dolor se clava y luego se intensifica, pero es soportable. Se parece al dolor dulce de un nuevo piercing, de una promesa que duele. Siento cómo absorbe mi sangre, como si hilara miles de hilos invisibles desde cada rincón de mi cuerpo hacia su boca. Un escalofrío me recorre, pero una calidez inesperada me calma: su mano libre se posa sobre mi mejilla, acariciándome.

Sujeto su polera cuando un pinchazo errante me provoca un leve temblor. Su cuerpo se tensa por un segundo, como si también librara una batalla interna. Luego se retira, y lame la zona herida con una solemnidad que parece un ritual ancestral. Levanta la mirada, y yo, impulsiva, le doy una palmada en el hombro. Él me observa divertido, y yo hago puchero.

—Dijiste que no dolería… Además, dijiste que tu sangre curaría, no que tomarías la mía, la mezclarías y la devolverías. Se sintió raro —le reprocho.

—Y así fue. Tuve que absorberla y luego regresarla desde mi sistema para crear el vínculo, hermanita. En el proceso, tu herida sanó —dice, dándome una palmada suave en la frente.

—¡Oye! —respondo, con una queja fingida.

Miro mi mano: está sana intacta, como si la herida nunca hubiera existido. La levanto en el aire, fascinada, como quien admira una obra de arte secreta.

—Lo sé, soy magnífico —responde, abanicándose con una arrogancia teatral.

—No te creas tanto. Más bien… cuéntame. Quiero saber sobre ti. Sobre tu mundo.

—Bien, hermanita… ponte cómoda —dice, y me envuelve con sus brazos, atrayéndome hacia él con esa familiaridad mágica que me deja sin palabras.

Y entonces lo supe: esa sensación, ese “hermanita” pronunciado con una voz tan antigua como la luna, era lo que mi alma había anhelado sin saberlo. Me sentí parte de algo, me sentí vista, querida. Me alegraba. El calor de sus brazos era un consuelo que mi verdadera familia me negó. Tal vez, solo tal vez, toda mi vida solitaria había sido una travesía para llegar a este momento: encontrar una familia, poco convencional, pero auténtica. La primera.

“Aquello que ocultaba había cambiado su alma, y por más que lo intentó, durante siglos, no lo logró. La oscuridad había teñido su corazón. Pero en esa mente manipulada, pensó que un falso amor era la solución.”

***




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