"Donde la sangre escribió su historia, el destino firmó el decreto… y la traición sembró eternidad en cenizas."
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La voz de Ivanov Arran desenterró la historia de su clan, como quien desvela una leyenda antigua grabada en piedra y fuego. De pronto, todo aquello que parecía mito, respiraba. El mundo que se ocultaba tras sus pupilas no era menos que majestuoso, feroz y ancestral. Vampiros purasangres, inmortales con siglos a cuestas, danzando entre sombras y poder. Y él… mi hermano de lazos sellados en oscuridad y dolor era su líder.
No por herencia, sino por mandato del tiempo.
Su clan, el más poderoso de todos, era el origen, la cuna, la raíz. Una estirpe intocable, pura como la noche eterna. Sus padres, antiguos reyes de esa oscuridad elegante, reposaban ahora en un letargo milenario, dejándole a él el trono que arde, que consume. El liderazgo, para él, no era gloria: era una cruz. Y él, el único portador.
Me habló también de su hermana. Agatha. Su voz se volvió luto cuando la nombró. Ella fue su sol antes de la noche eterna. Se atrevió a amar a quien la ley prohibía: un lobo, el Alfa de Alfas. Henry. Prohibido, indomable. Un amor que los cegó, y una traición que los quebró.
Él la advirtió. La protegió en silencio. Pero el corazón de Agatha ya era un campo de batalla ganado. En la guerra que estalló, ella quiso detenerlo todo con una súplica. Henry no dudó. Le arrancó el corazón, y con él, el alma de Ivanov.
Ese día, la sangre se volvió decreto.
Ivanov lo enfrentó en combate. Uno a uno, los siglos colisionaron. Nadie debía intervenir. Solo él tenía derecho a la justicia, y la obtuvo. Henry cayó, y con él su rebelión. El mundo sobrenatural se tambaleó. Y el precio de la traición fue pagado con tierra, pacto y memoria.
Los vampiros reclamaron un tercio de las tierras del clan DuncanMoon, un territorio que Ivanov aún no ha elegido. No por indecisión. Sino porque elegirlas sería sellar el pasado, enterrar el último suspiro de su hermana. Aún regresa a esa manada, una sombra, un eco que no olvida ni perdona.
Me narró sobre los lobos. Sobre su jerarquía regida por la luna y la fuerza. Me habló del lazo más sagrado: el alma gemela. Los lobos la llaman Nodum, su “Luna”. Los vampiros, Nexus. Un vínculo destinado. Un llamado en la sangre. Una atracción que es orden universal, no elección.
El destino se trenza en el alma. Cuando está cerca, arde. Llama. Reclama. Se convierte en anhelo y locura. Solo al fundirse, el lazo se vuelve eterno, inquebrantable y vivo.
Cada especie tiene su complemento. Un alma entre millones, predestinada, escrita antes del primer suspiro.
Ivanov me habló de esto como quien ha sentido el zarpazo del amor y la pérdida. Como quien carga cicatrices donde antes hubo promesas.
Me habló de los pumas salvajes. De los elfos, esos seres de luz que casi nadie ve. Y yo, lo escuchaba con el corazón en las manos, deseando que ese universo, ese mundo escondido en sombras, me reclamara como suya.
Tal vez por eso estoy aquí. Tal vez por eso no hui.
“Pienso que, el que juega y tira los hilos debió estar ebrio cuando me eligió, cuando me castigó, sin ser yo quien levantara la espada, sin ser yo quien llenara la tierra de escarlata… fui yo quien sufrió.”
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Editado: 06.09.2025