“Recuerdo que me fallé, consentí la venda en mis ojos, por la falsa necesidad de formar parte de… me acostumbré, y aunque, tiempo después, quise ofrecer una ceguera igual a quien amé, esta me explotó e hirió bien, muy bien”
***
KENRICK FAO
—¡Alfa! Tenemos un problema. Ludovic entra sin anunciarse. Su energía lo delata: algo se avecina. Y huele a sangre.
—Un enjambre de proles se aproxima a nuestras fronteras. Son demasiados, los vigías resisten, pero no durarán. Estarán aquí en menos de una hora. Me pongo de pie sin vacilar.
—Activa la alarma. Envía a Liam a guiar a las mujeres y niños a los refugios. Prepara a todos los guerreros y manda a alguien en busca del elfo. Lo necesitamos de regreso.
—¿Crees que Lucían está detrás de esto?
Aprieto la mandíbula hasta que siento los dientes crujir.
—No lo creo. Lo sé. Él regresa a su castillo y como sombra de su presencia llegan estas criaturas. Sí, Ludovic… esto lleva su sello.
—Pero Kenrick… estas proles… no se lanzan sin sentido. Se mueven en formación… organizadas.
—Ya lo noté. No actúan por instinto, sino por mandato. Están siendo controladas. —Aprieto los puños—. No sé qué poderes tiene ese chupasangre, pero no me sorprendería si los comanda como peones de ajedrez. Da las órdenes. Iré por Kenia.
El rugido de mi lobo emerge en mi interior.
—Ese Lucían ya me tiene harto.
—Prepárate para arrancar cabezas, entonces.
—No me des órdenes que ya tengo tatuadas en la sangre.
—Entonces deja de quejarte.
—Deja tú de ignorar lo importante… ya sabes lo que quiero. —Sí, Lucas, lo sé. Pero ahora hay guerra.
—Siempre es guerra contigo. Por eso estás solo.
Cierro el enlace mental con él antes de que me hable de ella. De mi nodum. No hoy.
Camino por los pasillos como un guerrero que vuelve a nacer en cada paso. Llego a la habitación de mi hermanita. Kenia, aún en su inocencia, abraza su peluche con fuerza. Cuando me ve, corre a mis brazos.
—¿Por qué todos están corriendo? —pregunta, su voz como un susurro de luz en mi caos.
—Estamos asegurando el lugar. Tú irás al refugio. Obedece, ¿sí? No salgas hasta que todo esté en calma.
—¿Y mamá y papá? —Aún están de viaje, princesa.
La llevo personalmente, asegurándome de que esté protegida. Mis lobos ya esperan. Ludovic a la cabeza.
—Todo listo, Alpha.
—No quiero prisioneros. Si atacan, se eliminan. Protejan sus cabezas, no tendrán piedad.
Nos internamos en el bosque. La noche es densa, como presintiendo lo que se avecina.
Al llegar, la batalla ya arde. Nos convertimos. Mi forma de lobo emerge de mí como una bestia de sombras que conoce el campo, el dolor y el instinto. No soy un hombre ahora. Soy el arma de mi manada. Soy su escudo.
Las garras cortan la oscuridad, la sangre de las bestias nos salpica como tinta caliente. La tierra tiembla.
Ellos no son proles comunes. Son armas vivientes. Son enfermedad. Y están aquí por él.
Uno salta sobre mi lomo. Lo aplasto contra un árbol. Un dolor agudo en mi pata me hace gruñir.
¡Una daga! No puede ser… las proles no usan armas.
Intento arrancarla con los colmillos, pero no cede. Me levanto sobre tres patas, preparado para el siguiente ataque.
—¿Estás bien, Kenrick? —me habla Ludovic.
—Sí. ¡A por ellos!
Arremetemos. Cuerpos caen. Cabezas ruedan. La sangre salpica los troncos. Somos bestias de un reino olvidado.
Cuando el silencio nos alcanza, me acerco al cuerpo del atacante. El olor es extraño. Contaminado. Humano… pero no. Más allá… hay otra presencia mezclada con ellos.
Regreso brevemente a mi forma humana. Arranco la daga y vuelvo a transformarme. Esta oscuridad no es natural.
—¡Alpha! —llama Steve—. El elfo ha recibido el llamado. Regresará en pocos días.
—Perfecto. Quiero a Lux en mi despacho apenas llegue.
—Alfa… hay algo más, encontré proles cerca de un club de humanos. Lo eliminé sin ser visto. Pero si uno cruzó… puede haber más.
—¿Proles en zonas humanas? —interviene Ludovic—. ¡Eso es suicidio!
—Y por eso mismo lo tomaremos en serio.
—¿Más señales de Lucían? —pregunta mi lobo mentalmente.
—O alguien más oscuro. —respondo.
—Alpha, ¿qué ordena?
—Mis ojos se endurecen—. Ludovic, tú y Steve irán camuflados. Usen la camioneta. Investíguenlo. Si hay muertes extrañas, necesito saberlo.
—Sí, Alpha. —responden al unísono.
Y en el silencio que sigue, una certeza crece en mí: esta guerra no es solo por territorio… es una advertencia. Es personal. Y aún no he conocido el rostro de la razón.
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Editado: 22.08.2025