Enya. Fragmento 1

La sala de las memorias

El trayecto desde la excavación finalizó. Aun sobre unos centímetros del suelo, Enya desactivó a Nómada y continuó su recorrido a pie.

El paseo sobre el puente que conectaba el Nodo Kaleido con Thalys era amplio y deslumbrante. Acogía con cariño a todo aquel transeúnte que decidía hacer uso de él, invitándole a observar, desde una altura considerable, una espectacular ciudad que a ambos lados se dibujaba en una estampa digna de ser retratada. Bajo su arco, pasaban ríos luminosos que funcionaban como carriles en los que se deslizaban fugazmente diferentes medios de transporte. Eran flujos de energía que ordenaban el tráfico, haciéndolo fluido y respetuoso con el entorno.

Avanzaba pensativa con Niva volando a su lado y el fragmento en el bolsillo de su chaqueta, dejándose llevar entre una multitud que elegía cualquier dirección.

Llegó a una explanada que precedía a la imponente construcción en la que se respiraba vida y actividad a raudales. A su izquierda, en una zona señalizada, varias cápsulas modulares perfectamente alineadas, descendieron con un leve zumbido desde los raíles luminosos más altos. Las cápsulas, ensambladas durante el trayecto, se separaban con precisión antes de tocar el suelo, desplegándose como pétalos al abrirse. Algunas eran completamente transparentes; otras mantenían la opacidad solicitada por sus ocupantes tal vez para una mayor intimidad. Los pasajeros emergían de ellas con naturalidad: algunos en pequeños grupos de amigos, otros solos, sumándose al flujo de personas que, despreocupadas, se dirigían al Nodo Kaleido buscando ocio, distracción o simple evasión.

Enya se sumergió en un mar en aparente calma de gente y accedió al lobby del complejo.

Nodo Kaleido era una joya del ocio, un espacio vibrante, repleto de estímulos sensoriales y experiencias diseñadas para maravillar.

Estaba formado por múltiples galerías y sectores, cada uno dedicado a diferentes actividades y servicios como la zona de interacción inmersiva, en la que podían participar solo los usuarios acreditados y previamente aprobados por la red de selección: un sistema que filtraba perfiles y determinaba quién era apto y quién no, según sus patrones de conducta.

A cada paso, Enya, sin demasiada atención, miraba los mensajes emergentes que brotaban de los dispositivos personales de la gente, revelando pensamientos, emociones o estados de ánimo. Los hologramas acompañaban a las personas como un accesorio más, variando en color, forma e intensidad según lo que cada uno quisiera transmitir.

Era, en esencia, una red social vivida desde dentro.

Para Enya, eso era en parte, como desnudarse en público.

La zona de restauración se alzaba sobre un nivel superior del Nodo Kaleido, desde donde se desplegaban unas vistas espectaculares de Thalys.

Allí, cada establecimiento ofrecía experiencias únicas. Destacaban los restaurantes históricos, capaces de transportar a sus comensales a épocas perdidas como el esplendor de Roma, un rincón del Kioto ancestral o un salón parisino del siglo XIX.

Según el día o la estación del año, recreaban con precisión escenas del pasado y ofrecían platos tradicionales elaborados con ingredientes que ya no existían en los mercados convencionales… y mucho menos en el RSI.

A Enya le gustaba frecuentarlos, aunque no lo hacía muy a menudo.

Mientras se dirigía a la zona este, a una de las secciones menos concurridas llamada Núcleo Alternativo 3, iba haciendo una recopilación de artículos que no necesitaba pero que le gustaba tener en casa.

En aquel sector, había locales donde podían encontrarse productos artesanales, materiales poco comunes, ingredientes naturales y raros que los propios comerciantes cultivaban en sus hogares; talleres de tejidos orgánicos y convencionales, tiendas dedicadas a los objetos antiguos y únicos, donde podían encontrarse verdaderas reliquias que habían sido olvidadas tras generaciones y donadas o empeñadas allí.

En definitiva, un rincón dentro de la distopía que pocos frecuentaban, pero que quienes lo hacían consideraban un lugar donde aún se conservaba la verdadera esencia de lo humano.

Mientras curioseaba en una mesa que tenía expuestos ejemplares antiguos de eso que llamaban hace muchos silgo, libros, Niva voló hacia un establecimiento al que nunca solían ir.

—¡Niva, vuelve aquí!

Enya dejó sobre la mesa mal colocado un manuscrito que parecía relatar, con letras borrosas, la historia de cómo la humanidad se sumió en un largo letargo mientras esperaban pacientemente a que la tierra fuera habitable de nuevo después del gran cataclismo.

A pasos agigantados, se dirigió a “La Sala de las Memorias “ donde Niva se había colado.

Se trataba de un lugar inusual en el que los usuarios podían tener acceso a recuerdos de otras personas. Allí se almacenaban memorias desde hacía generaciones. La mayoría eran privadas, accesibles solo para descendientes de quién las dejaba almacenadas. Era algo parecido a ver un álbum de fotos familiar pero de una forma más inmersiva.

Sin embargo, también existía una sección donde algunos recuerdos se guardaban de forma anónima y pública y todo aquel que quisiera tenía acceso a verlos. No eran íntimos ni personales: la mayoría evocaban épocas pasadas, curiosidades sobre los orígenes de Thalys, acontecimientos importantes de la ciudad así como de otras ciudades y lugares de interés.

—Niva, vámonos de aquí —le cuchicheó Enya para no molestar a todos los que estaban inmersos en el pasado, pero Niva, desobediente -como era natural-, se posó sobre uno de los proyectores oculares que había libres.

—Buen día joven. ¿Qué te trae por aquí? —la voz de una señora extraña la sobresaltó repentinamente. —¿Buscas respuestas sobre algo que te inquieta? Ummm… nunca te había visto por aquí… No sabes qué buscas pero sabes que buscas algo, ¿verdad? —la voz de la mujer era profunda y extrañamente sabia. La voz dueña de palabras que vivían arraigadas a muchos de los recuerdos que se olvidaban en aquel lugar.




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