El sol había descendido ocultándose tras los edificios hacía rato. Tras la ventana circular de la habitación de Enya, podía verse cómo la ciudad iba reduciendo su ritmo a medida que anochecía y el cielo iba adquiriendo un tono plomizo.
En su mesa de trabajo, había esparcidas herramientas que Enya tenía de sus años de formación en ciencias y biotecnología y algunos utensilios que había ido adquiriendo en establecimientos del Núcleo Alternativo 3 como sus gafas de transcripción de datos. Funcionaban igual que las lentes de contacto que usaba en el laboratorio, pero, aunque eran más básicas, estas no filtraban datos directamente a la UEG ni a Eclipta y permitían a Enya trabajar con total seguridad y tranquilidad.
Del fragmento, sabía que reaccionaba con ella pero no cómo.
Había estado haciendo pruebas durante horas sobre aquel trozo de metal sin obtener resultados concluyentes.
No podía volver a conectarlo al sistema de su casa. Aquella vez, el sistema se reinició sin emitir ninguna alerta, pero no podía permitirse otra casualidad afortunada.
Con las ideas agotadas, masajeó sus cejas en un intento de evitar el colapso mental.
—Necesito un té —dijo finalmente mientras se levantaba de la silla y se dirigía a la cocina.
Al volver, con la taza aún humeante entre sus manos, varios golpes sonaron tímidamente en la puerta de la entrada.
—¿Enya? —la voz inconfundible de Isel la llamaba desde el otro lado.
—Eny, ¿estás ahí? Soy yo, abre. Me tienes preocupada.
Enya no dijo nada. Se apresuró a dejar la taza en la mesa de la sala de estar y cerró la compuerta de su habitación. Una vez sellada, la pared quedaba totalmente lisa e indistinguible. Nadie diría que ahí detrás había una estancia. Era cierto que Isel conocía su casa, ya había estado allí muchas veces, pero no tenía porque echar de menos entrar en su habitación.
—Enya, por favor, sé que estás ahí y no pienso irme hasta que me abras —insistía Isel.
Finalmente, Enya tecleó una serie de dígitos en la pantalla de la entrada y la puerta se desbloqueó.
Abrió tímidamente y asomó la cabeza.
—¿Qué hacías? ¿Por qué no me abrías? —preguntó molesta mientras hacía el amago de pasar con una cajita bajo el brazo.
—Es que … — dijo Enya sin moverse del umbral.—no me encuentro muy bien últimamente…
—Enya, llevas dos días sin aparecer por el laboratorio sin dar ninguna explicación. No sé nada de ti; te he llamado varias veces antes de venir y no estabas en la red, te he dejado mensajes y ni siquiera te llegaban. Tienes la casa completamente desconectada. ¿Qué está pasando?
Enya resopló. Isel no se iría de allí sin llevarse respuestas.
Apretó los labios y finalmente abrió por completo la puerta dejando entrar a su amiga.
Cerró suavemente tras de sí y cogió de nuevo su taza de té aún templado.
—¿Qué pasa? —Volvió a preguntar Isel, pero esta vez su pregunta no sonaba a enfado, más bien la formuló con un tono de preocupación mientras tomaba asiento con total confianza.
Enya miraba la taza, respondiendo mentalmente con la verdad.
—Ya te lo he dicho, no me encuentro muy bien… —volvió a mentir.
Isel la observaba desde el sillón de la sala de estar, siendo consciente de que su amiga y compañera le estaba ocultando algo.
—Eso, hubiera colado si me hubieras abierto la puerta la primera vez que llamé, si no tuvieras la casa entera inhabilitada y desconectada de la red y si hubieras avisado en Eclipta de tu ausencia. Pero, no me tomes por estúpida Enya. Soy tu compañera y tu amiga y te conozco bien. Si no quieres contármelo vale, pero no me mientas.
Enya recibía las palabras de Isel como bofetadas. Ella no era así. Nunca le había mentido en nada. O al menos no de esa forma.
Isel y ella eran amigas desde que se conocieron en el área de microbiología en su etapa de estudios. Habían compartido muchos momentos tanto personales como laborales y juntas habían construido una amistad que solo ellas entendían. No se pasaban el día de charla, ni compartían secretos inconfesables. No lo necesitaban.
Tenían una amistad sana. De las que sabes que están. Que no exige explicaciones ni presencia constante. Donde ninguna juzgaba a la otra y bastaba con una mirada para entender lo que la otra callaba. Era una conexión silenciosa, sólida y real. Por eso dolía más mentirle.
—Isel, no he sido sincera del todo contigo —comenzó confesando Enya de forma cautelosa.
—¿No me digas? —replicó Isel con sarcasmo.
Enya se sentó a su lado. Dejó la taza de té sobre la mesa y miró a su amiga con seriedad.
Suspiró.
Isel la miraba impaciente.
Sus ojos se desviaron a Niva, que observaba desde su pequeño nido elevado, quieta, como si también supiera que algo importante estaba a punto de revelarse.
Finalmente, después de sopesarlo unos instantes, comenzó a hablar:
—Creo que he descubierto algo importante.
Isel no respondió. Solo la miró, expectante, con esa mezcla de temor y curiosidad que precede a las verdades grandes.
—El fragmento del otro día — continuó Enya—. ¿Lo recuerdas?
—Sí, me dijiste que no habías encontrado nada y que posiblemente era una aleación muy den —
—Nada de eso — se apresuró a interrumpir Enya. No quería volver a escuchar su propia mentira—. En realidad… descubrí que se trataba de un material que no está clasificado.
—Eso es imposible.
—Ya. Pues no lo es. —Su voz se quebró un instante, pero la recuperó de inmediato—. Es cierto que se trata de una aleación, pero no sé de qué.
—¿Lo analizaste en Eclipta?
—No — Hizo una pausa—. Ese día… cuando dije que lo llevaría a la sala 3… lo escondí entre mis cosas y me lo llevé.
—¿Lo has robado?
—¡No!… Bueno… no lo sé… tal vez…
—Enya…
—Isel, escúchame —pidió, más seria que nunca—. El fragmento reaccionó aquí, en mi casa. Se conectó al servidor como si hubiera desbloqueado un sistema antiguo que no pertenece a ninguno que yo haya visto nunca. Y créeme, he visto muchos…
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Editado: 07.06.2025