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“Mi corazón, desde lo antaño de la vida perteneció a la oscuridad, aquella que con su manto me vestía y con su carencia de luz creaba sueños que jamás cumpliría, pues era incapaz de enfrentarse a su propia alma, para navegar en el barco de la esperanza”.
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Año 1455 d.C. – Sighisoara, Rumania.
La belleza con la que creció era única, con una apariencia frágil y delicada, con la piel tan nívea y los labios rosa. Su cabello largo y ondeado bailaba más allá de su cintura, acariciando su esbelta figura y su no tan alta estatura. Tenía el cabello de un castaño oscuro con un raro reflejo dorado en sus ondas, heredado de su padre. Agatha contaba con cuarenta y cinco años de vida humana y con una apariencia de una adolescente de apenas dieciocho años. Los purasangres a diferencia de los lobos, llegaban a su madurez y estancamiento vampírico a los veinticinco años de vida, contados a partir de los cien años, y cada cien entre año cumplido. Agatha al tener poco tiempo de nacida, y no llegar a un a sus cien años vampíricos, sus habilidades se desarrollaban con lentitud, pues recién era una iniciada sin experiencia pero destacada en las armas de punta. El rey vampírico, Dragos Liviu, se había encargado de darle un entrenamiento físico en espada y arma corta para su defensa; pero sobre todo, le había asignado su propia escolta. Guerreros elite que permanecían cerca de la familia real. Sabía lo especial que era su hija y desde el día uno de llegar al mundo debía tener la mejor protección. A donde sea que ella caminara, su escolta iba detrás.
La joven purasangre camino por los pasillos con su escolta hasta llegar al estudio de su padre, cruzó la puerta bufando molesta. Miro a su padre y cruzo los brazos, escudriñándolo con la mirada. Dragos siguió con la mirada en sus papeles, ignorando la mirada de su hija, pues cada mañana llegaba siempre a quejarse.
Al no ser atendida, la muchacha se aclaró la garganta, sin éxito a tener la atención que requería. Volvió aclararse con más ruido, pero sin tener nuevamente éxito chasqueo sus colmillos. El rey purasangre suspiró y levantando la mirada dijo: A ver, a ver ¿cuál es tu demanda ahora, pequeña?
—Usted sabe, padre.
—Eso no está a discusión, Agatha. —dijo, mirándola con seriedad.
— Por qué debo tener a un montón de convertidos como mi guardia y Lucían anda muy feliz por los alrededores y yo…y yo
—Tú no eres Lucius, él no es un iniciado. Y no emplees un lenguaje con variantes.
—Pero, pero…eso no es el punto, yo solo quiero tener que caminar sin estar vigilada todo el tiempo.
—No estas vigilada, están para que te cuiden.
— ¡Puedo cuidarme sola, papá! ¿Acaso, acaso crees que no soy capaz de velar por mí?
—Sé que eres muy capaz, Aga. Pero eres una princesa y necesitas protección, tu rango lo requiere.
— ¿Y por qué Lucían no tiene protección? Él también es un príncipe.
—Es mayor que tú y deja el refute.
—No me parece justo, ¿Es porque es hombre y yo soy mujer? ¡Es eso verdad! —dijo, moviendo la mano con dramatismo, acción que a su padre le parecía muy tierno. —Crees que no soy capaz. ¡Tú crees que no soy capaz y que soy débil!
— ¡Eres mi niña! —gritó el purasangre, levantándose y rodeando su escritorio. —Eres mi niña, mi pequeña y dulce princesa. —dijo con calma, acercándose a ella y sujetando su rostro. — Aga, cariño. Eres mi única hija, como tu padre mi deber es protegerte a ti y a tu madre. Mis dos damas. Lucius es un príncipe muy capaz, ha aprendido todo lo que se requiere, conoce el mundo. Pero tú, cariño, aun no cumples los cien años, eres mi bebé. ¿Entendido?
—Pero…
—Te pido entiendas el alma de tu padre, aún si llegas a la mayoría de edad, aún si pasas de los cien años, seguirás siendo mi pequeña princesa. Eso no cambiará para mí o para tu madre, ¿entiendes?
Agatha hace un puchero y el purasangre sonríe.
Sé que te escabulles en las noches… —dice Dragos, viendo como ella abre los ojos sorprendida. —Sé lo capaz que eres, querida. Eludes con facilidad la guardia de los alrededores del castillo. A dónde vas, no lo sé. ¿Debo preocuparme?
La joven niega con la cabeza.
—Sé que a veces necesitas un respiro y tiempo a solas y…
—Eh…mamá ella…
—Tu madre no sabe sobre eso… —le asegura Dragos. —pero, la guardia que permanece a tu lado le brinda tranquilidad y a mí también. Aga, no me perdonaría si algo te pasara, si alguien te lastimara. Lucius es hombre y tú una mujer. Debo tener cierto cuidado diferente para ambos, lo entenderás cuando adquieras más sabiduría con el tiempo.
La joven princesa lo mira juguetona y dice: Lo entenderé cuando encuentre a mi compañero y tenga hijos, ¿eso quieres decir?
Dragos al escucharla se le borra la luz tornándose sombrío con la oscuridad en sus ojos, y apretando los labios responde: Aún eres una niña, cualquiera que sea tu compañero primero debe entrar a este estudio para saber si es digno de ti, y si lo permito…—puntualiza, mirándola con molestia— dejare que te corteje solo y únicamente bajo mi vigilancia.
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Editado: 20.03.2022