Marie Harrison
Horas antes
Cada paso que daba hacia el despacho del abogado Miller me pesaba. Mi mente gritaba que todos me mirarían como culpable, como una madre incompetente. El flujo de pensamientos solo contribuía a hacerme sentir miserable. Buscar ayuda legal me avergonzaba en cierta medida; era como admitir una derrota frente a esa gente. No tenían ninguna razón válida para alejar a mi bebé de mí.
Iba a depositar mi confianza en ese hombre, fue el único abogado decente y que se ajustó a mi presupuesto que logré investigar. Por lo menos la asesoría era gratis. Antes de hablar con el señor Vitale, necesitaba asesorarme, ponerlo al tanto de a qué nos enfrentábamos. No conocía nada sobre leyes; había intentado investigar, pero lo que encontré era superficial. Necesitaba saber, con profundidad, a qué me enfrentaba.
Llegué sin una cita previa. Aun así, inhalé profundo unas cuantas veces y entré al lugar. Todo era blanco, frío y silencioso. Apreté mi bolso contra el cuerpo mientras me acercaba a la recepción. Una chica me recibió con una sonrisa profesional. Apenas podía hablar.
—Saludos, me llamo Marie Harrison —dije en un susurro apenas audible—. No tengo cita previa, pero necesito hablar con el licenciado Miller.
La recepcionista cambió su sonrisa por una más amable, aunque algo mecánica, como si estuviera acostumbrada a ver este tipo de situaciones todos los días.
—Entiendo. ¿Puede darme su identificación? Voy a verificar si alguien está disponible.
Le entregué mi documento.
—Gracias —susurré, nerviosa.
—Un momento, por favor, estoy revisando la disponibilidad del licenciado.
Entrelacé los dedos, tratando de disipar la ansiedad. Lo único que se escuchaba eran los teclados de las recepcionistas. Finalmente, la chica volvió a hablar sin apartar la vista de la pantalla:
—Gracias por esperar. Tenemos un cupo disponible. Enseguida la van a llamar. Puede tomar asiento.
Con las piernas a punto de desfallecer, me dejé caer en una silla cercana. Al frente había un cuadro minimalista, que era lo único que le quitaba cierta sobriedad al lugar. A mi lado, una mujer con su niño de unos cinco años hojeaba una revista sin interés. Desvié la vista de ellos.
Quince minutos después, la impaciencia comenzaba a dominarme. Finalmente me llamaron. La misma recepcionista se levantó y se acercó.
—Marie Harrison, por aquí, por favor —indicó una puerta al fondo. Me puse de pie de inmediato. Me guio por un pasillo estrecho, pasamos por una puerta con letras plateadas: “William Miller & Associates”. Al otro lado, una oficina espaciosa, silenciosa y bien iluminada.
Un hombre de traje oscuro se levantó al vernos. Tenía el cabello bien peinado y un aspecto muy cuidado.
—¿Marie, cierto? Tome asiento, por favor —señaló con amabilidad una silla frente a su escritorio. Me senté con cautela, sin saber dónde colocar las manos—. Regina, gracias. Puedes retirarte.
La chica hizo una leve reverencia y salió.
—¿En qué puedo ayudarte hoy? —preguntó, hojeando unos papeles.
—Recibí… una demanda de custodia. El padre de mi hijo la presentó. Mi niño tiene ocho meses. No tengo abogado y no sé qué hacer —respondí, tensa, sintiendo aún más inseguridad porque ni siquiera me miraba.
—Entiendo —dijo, finalmente enfocando su atención en mí—. ¿El menor vive con usted?
—Bueno… vivía. O, mejor dicho, vive. Solo que su padre se lo llevó sin mi consentimiento, desde la guardería donde lo dejaba.
El abogado asintió y comenzó a tomar notas en una libreta azul oscuro.
—¿Usted y el padre están separados?
Asentí.
—¿Desde cuándo?
—Hace más de un año. Él nunca había aparecido... hasta ahora.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se llevó al menor?
—Desde ayer.
El abogado continuó con más preguntas. Yo estaba inquieta. Solo me interrogaba, pero no ofrecía ninguna solución.
—¿El padre de su hijo es casado?
Respondí con un "sí" frío.
—¿Tiene alguna red de apoyo? ¿Familia? ¿Pareja?
—Estoy sola.
El abogado ladeó la cabeza y suspiró con cierta compasión que me desconcertó. Mi estómago se revolvió.
—Mire… le voy a hablar con total franqueza. En estos casos, el tribunal prioriza lo que se llama “el interés superior del menor”. Y eso no siempre es blanco o negro.
Me aferré a la silla. Sus palabras no sonaban nada alentadoras.
—¿Qué significa?
—Significa que la estabilidad pesa mucho. Si el padre del niño tiene una familia establecida, una casa, una figura materna que lo acompañe… eso tiene peso ante el tribunal.
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Editado: 01.05.2025