JUNGKOOK POV :
Me mira aterrorizado, con los ojos muy abiertos, mientras su cuerpo se petrifica bajo el mío. El calor, el polvo, los sonidos de los gritos a mi alrededor..., todo hace que me resulte casi imposible concentrarme, pero tengo que hacerlo. Pestañeo varias veces y lo cambio de posición para que no escape, clavándolo en la grava que cubre el suelo. Yo no debería estar aquí, debería estar en las colinas cercanas, invisible, escondido entre la vegetación y las rocas. Debería ser la amenaza desconocida, la que nadie puede ver.
El hombre que he capturado está muy delgado, desnutrido, y tiene el blanco de los ojos tintado de amarillo. Este cabrón con el cerebro lavado se ha cargado a dos de mis camaradas, y el intenso dolor que siento en el hombro me recuerda que ha estado a punto de acabar conmigo también. Debería haberme quedado en mi posición: la he cagado. Mi necesidad egoísta y temeraria de llenar de plomo a estos hijos de puta ha provocado la muerte de dos soldados. Debería ser yo quien estuviera muerto en el suelo a unos metros de aquí. Me lo merezco.
Su corazón late frenéticamente tras la fina tela de su asquerosa camiseta. Puedo sentir asimismo los latidos golpeando contra mi propio pecho, a través de varias capas de ropa y del chaleco antibalas.
Mientras pronuncia una letanía de palabras extranjeras que no entiendo, me sigue clavando una mirada cargada de maldad.
Está rezando.
Hace bien.
—Nos vemos en el infierno —le digo.
Aprieto el gatillo y le meto una bala en la cabeza.
***
Me incorporo de un brinco en la cama, sudando y jadeando, con las sábanas pegadas al cuerpo.
—Hijo de puta... —murmuro dejando que mis ojos se acostumbren a la luz de la madrugada hasta que logro distinguir la panorámica de Londres desde los ventanales de mi habitación.
Son las seis de la mañana. Lo sé sin necesidad de consultar la hora en el reloj de la mesilla de noche. Y no es sólo el sol naciente el que me informa de ello. La alarma mental que se activa en mi cerebro todos los días a la misma hora es una suerte y una desgracia al mismo tiempo.
Me siento en la cama, cojo el teléfono y no me extraño al ver que no hay ni llamadas ni mensajes pendientes de leer.
—Buenos días, mundo —susurro, y vuelvo a dejarlo sobre la mesilla antes de levantar los brazos por encima de la cabeza para destensar los músculos.
Hago rodar los hombros, respiro hondo un par de veces y luego suelto el aire muy despacio por la nariz. Me echo hacia delante, apoyo los antebrazos en las rodillas y me quedo observando la ciudad mientras guardo la pesadilla en un rincón seguro de mi mente. Sigo respirando despacio, inspiro y espiro, inspiro y espiro, inspiro y espiro... Cierro los ojos y doy gracias por esta serenidad artificial. Soy un maestro en el tema.
Pero los músculos se me vuelven a tensar rápidamente al darme cuenta de que la cama se mueve a mi lado. Mi mano actúa de manera automática y saca una pistola VP9 sin que mi cerebro haya tenido tiempo de darle la orden.
Impulso.
Apunto a mi soñoliento objetivo antes de que mis ojos tengan tiempo de enfocarlo.
Instinto.
Estoy de pie, desnudo como un recién nacido, con los brazos firmes y extendidos frente a mí y una pistola de 9 mm que me encaja como un guante en la mano.
—Mmm... —El suave ronroneo me penetra en los oídos y me ayuda a centrarme en el lío de miembros desnudos que asoman bajo las sábanas.
Mi mente rebobina y me lleva hasta el bar donde acabé la noche. De inmediato aparto la pistola del dueño de los ojos que se están abriendo en ese momento. Me dirige una sonrisa relajada y se estira con movimientos estudiados, diseñados para dejarme boquiabierto y duro como una piedra.
Mala suerte. En mi mente sólo hay sitio para una cosa, y no es él.
—Vuelve a la cama —musita recorriendo con una mirada lujuriosa mi cuerpo de metro noventa y cinco de alto mientras se apoya en un codo y tamborilea con los dedos en la mejilla.
No le hago caso porque sé lo que está a punto de pasar y me estoy preparando ya para hacer frente a un chico decepcionado. Cambian los días, pero la escena es la misma.
Me alejo sintiendo cómo me clava puñales en la espalda con los ojos.
—Lo siento, tengo cosas que hacer —le digo con brusquedad por encima del hombro, sin concederle siquiera el privilegio de mi atención mientras hablamos. No tengo tiempo—.Puedes coger un plátano al salir si te apetece —añado antes de meterme en el baño.
Los ventanales que cubren dos de las paredes me ofrecen una panorámica de la ciudad de ciento ochenta grados, pero lo único que me llama la atención es mi cara demacrada en el espejo. Suspiro y apoyo una mano en el mármol del lavabo mientras con la otra abro el grifo y me quedo observando la penosa imagen. Mi aspecto refleja por fuera cómo me siento por dentro: como una mierda.
«Puto Jeon Jungkook de los cojones...»
Me froto la incipiente barba mientras oigo que él grita: «¡Eres un gilipollas!», y se acerca corriendo. No se lo discuto. Sé que soy un auténtico capullo. Un gilipollas vengativo y siempre en tensión. Me encantaría poder relajarme y encontrar la paz, pero la paz no tiene espacio en mi vida. Veo sus rostros cada vez que cierro los ojos. Veo a Danny y a Mike; eran como hermanos para mí, y, aunque han pasado cuatro años, sé que están muertos por mi culpa. Por culpa de mi estupidez, de mi egoísmo. No puedo escapar de la culpabilidad; sólo tratar de distraerme. Me refugio en el trabajo, el alcohol y el sexo, y como ahora mismo estoy sin empleo, sólo me quedan dos de esas tres cosas.
Lo miro con ojos cansados y veo que está tan furioso como me imaginaba. Sin embargo, sigue deseándome. Sus pectorales están coronados por unos pezones duros como piedras y se me está comiendo con la vista. Ladeo la cabeza y espero a que sus ojos vuelvan a encontrarse con los míos. Separa los labios decepcionado cuando ve que mi miembro está flácido. Ni rastro de erección matutina.