Equinoccio

Érase una vez...

Érase una vez en un enorme reino, una joven de dorados cabellos y una sonrisa acogedora. Hija de un soldado con innumerables medallas y una madre costurera de la familia real.

Al ser hija de dos honorables allegados a la familia, la niña llamada Marissa creció junto al encantador príncipe Timerio, un joven lleno de cualidades pero carente de corazón. Su porte siempre imponía respeto y absoluta veneración.

Los subordinados temían al príncipe que una vez sugirió mandar a un ejército de Omimi al frente para combatir una guerra que era obvio estaba destinada a perder. Aquel día, miles de vidas se perdieron, la angustia y el terror se sembraron en el reino y mientras la realeza se refugiaba en su enorme castillo, los aldeanos y personas de bajo rango temian por sus vidas pues algún día seria coronado.

A pesar de todo esto, la joven Marissa lograba ver la humanidad que Timerio portaba. Una vez los dos chicos fueron lo suficientemente maduros, sus corazones comenzaron a llamarse, la doncella era la prueba viviente que el reino necesitaba para creer que el despiadado príncipe tenía un corazón que podía salvar a una nación.

Pronto, se comprometieron y el príncipe hacía de todo por ver a su prometida llena de alegría, aún, si eso implicaba ir en contra de sus propios padres. Su madre, la reina del cielo, portadora del fuego y la vida, siempre estuvo en desacuerdo con aquel compromiso pero eso no fue problema para su hijo.

Una vez que su padre murió en batalla, el joven príncipe de apenas veinte años de edad contrajo matrimonio, requisito principal para asumir la corona.

Cuando Timerio por fin logró desposar a Marissa, trató de parar la guerra y el derramamiento de sangre, todo por ver a su amada tranquila, después de largos meses consiguió llegar a un tratado de paz con el reino enemigo, este logró sellar el trato prometiendo en matrimonio a la primera princesa nacida del amor con su ahora reina.

Marissa quedó embarazada a los pocos intentos. Los dos, esperanzados por qué el primogénito fuera varón, le ofrecieron a la luna la promesa de una veneración infinita, por el milagro de un bebé de género masculino.

Lo que ellos no sabían es que la reina, madre de Timerio, le era fiel al sol y más aún le era fiel a la creencia de su esposo.

"El enemigo, jamás será nuestro amigo"

Por lo que ella le ofreció al sol la oportunidad de sacrificar a su primera nieta, a cambio del nacimiento de un varón.

Ambas deidades fueron llamadas y a ambas se les prometió algo, algo que les traería desgracias después. Ni el sol, ni la luna estuvieron dispuestos a complacer a la familia, puesto que la naturaleza sabe que no puedes pedirle a la luna y el sol el mismo acometido. Esto, traerá consigo una consecuencia reversible. Pero ninguna lo supo hasta el día del parto.

─Un poco más ─la partera real no dejaba de pedirle a la pobre y sofocada reina que pujara.

Marissa estaba empapada de sudor, por desgracia su amado esposo no estaba con ella aquel día, había tenido que partir al Norte por un disturbio de rebeldes, ella odiaba que su suegra estuviera ahí pero no tenía otra opción, su madre había muerto hace un año, y su padre se encontraba junto al rey.

Con las últimas fuerzas que le quedaban pujo una vez más, la madre de Timerio no dejaba de sostener su mano, pero su vista no se tornaba hacia la chica que sufría con cada intento, no, su vista siempre se sostuvo hacia el horizonte, sus ruegos internos le pedían al sol que la ayudara.

Con el último rayo que iluminó el horizonte el llanto de un bebé surgió. Sima, la madre de Timerio dejó todo a un lado para acercarse a ver el sexo del bebé, esperanzada lo tomó entre sus brazos pero su corazón dio un vuelco al ver qué aquel bebé no era nada más que una indefensa niña. Sus ojos se abrieron y sopesaron el momento, no dejaba de preguntarse porque el Sol había ignorado sus ruegos.

─ ¿Qué es? Quiero a mi bebé muéstreme a mi bebé ─la joven reina lloraba, pero no sabía exactamente si era por el alivio de por fin haber parado el dolor o por el hecho de haber visto la palidez de su suegra.

Sima, con todo el pesar de su corazón, le extendió al bebé. Marissa sin poder contener el llanto al ver el sexo de su hija, la abrazó como si fuera la última vez que la vería, esta no dejaba de preguntarse ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué la luna había decidido jugarle de esta manera? ¿No fue suficiente lo que le había prometido?

Pasaron los minutos, los sonidos de los sollozos por parte de Marissa y las imparables caminatas de Sima eran lo único que se oía en la sala junto con el llanto de la bebé que pedía a gritos ser alimentada. Sima al igual que Marissa no dejaba de preguntarse ¿Por qué el sol no estuvo dispuesto a ayudarla está vez?

De pronto, los gritos de Marissa aturdieron a todos los presentes en la sala, las contracciones venían de nuevo, la sorpresa inundó. Un heredero más venía en camino, la esperanza aún embargaba en la sala. Sima, rogaba por qué el siguiente bebé fuera el varón que habían implorando tener, si era así, podía ser muy fácil ocultar a la niña y dar la noticia de que sólo se tuvo un niño.

Sima tomó entre sus brazos a la pequeña niña que no dejaba de llorar. Los gritos de dolor de Marissa alertaban a todo el reino, la noche había consumado el castillo, las sombras se hicieron presentes, Sima estaba sumamente desconcertada, la Luna planeaba hacer del siguiente bebé suyo.

Estaba por estirar su mano para alejar a la sombras con su destello de luz haciendo prender y apagar las luces a su alrededor pues de ahí se estaba alimentando, enfocó hacia la sombra y justo cuando estaba por liberar su intento de luz Marissa le gritó que no lo hiciera.

Fue ahí cuando ella lo comprendió, la chiquilla estúpida le había pedido un favor a la luna, el mismo favor que ella le pidió al sol, eso sólo le gritaba que todo estaba perdido.

─ ¿Qué has hecho niña estúpida? ─Sima le entregó la bebé a una fiel sirviente que se encontraba a su lado y se posicionó detrás de la partera ya que quería disipar sus vagas suposiciones.



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En el texto hay: reinos, guerras, princesa

Editado: 16.07.2021

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