Equipo de padres solteros

Capítulo 4. Soy una pesadilla vestida como un sueño

♥︎

Daniela respiró hondo para calmar sus nervios mientras se estacionaba afuera del preescolar; procuró ocupar sólo un sitio.

Esa mañana lloviznaba. Primero bajó ella para ayudar con el paraguas a su hija. No habían ni avanzado cinco pasos hacia las escaleras de entrada cuando llegó Mathis en su lujosa camioneta.

El señor que ella creyó que era el C.E.O. en realidad era el chofer. Esa mañana descendió del asiento del conductor y abrió la puerta para Mathis y su hijo.

—Vamos, Any —dijo Daniela cuando la mirada de Mathis cayó en ellas.

Any continuó caminando de la mano de su mamá. Estaba muy apenada, porque sabía que hizo algo mal.

La noche anterior Daniela habló con ella para explicarle que no existía justificación para lastimar a otra persona. Y Any estaba tan avergonzada porque sabía que era verdad. El pequeño Remi le agradaba, nunca quiso hacerle daño, pero a veces se sentía tan ignorada por todo su entorno que empezaba a notar que cuando hacía cosas extrañas lograba tener esa atención que necesitaba.

Daniela trabajaba mucho. Any no comprendía bien de qué trataban los empleos de su madre. Sabía que en las mañanas se vestía muy elegante y trabajaba en una empresa bonita, pero en el empleo de los fines de semana tenía un uniforme que se parecía al de las empleadas domésticas en la televisión y trabajaba por las tardes y las noches.

Any sabía que su mamá hacía todo eso por ellas, porque su papá ya casi no las visitaba y tampoco respondía las llamadas.

La pequeña llevaba una semana intentando hablar con él por teléfono a escondidas de su madre; porque Daniela no permitía que volviera a llamarle si no le contestaba la tercera llamada.

Y Any era una niña madura, ella lo sabía porque todos se lo decían, comprendía que su papá se había casado nuevamente, que ellas ya no eran su prioridad, pero dolía… y mucho.

—¿Estás bien, amor? —preguntó Daniela al agacharse hasta la altura de su hija—. ¿Te sientes mal?

Any tenía lágrimas atrapadas en los ojos, pero las contuvo y sonrió.

—Sí, mami.

Daniela apartó los mechones marrones de la frente de su hija, poseían el mismo tono de cabello, y acarició con suavidad su pequeña barbilla.

—Te amo más que a nada en este mundo y siempre estaré de tu lado, lo sabes, ¿verdad? No importa lo que suceda, yo siempre estaré ahí y te protegeré.

Las palabras de su madre lograron despejar la tristeza.

—Yo también te amo, mami.

Any la abrazó de improviso y Daniela respondió el gesto con fuerza. Permanecieron así hasta que escucharon ruido.

La mamá se apartó, levantó la mirada y volvió a encontrarse con los ojos azules de Mathis observándolas desde arriba.

—Nos vemos al rato —le dijo Daniela a su hija mientras la ayudaba a cambiarse las botas de lluvia por sus zapatos y luego a guardarlos en el casillero—. Pórtate bien, cariño.

—Sí, mami.

Madre e hija se abrazaron y luego la pequeña se marchó por el pasillo donde la cuidadora aguardaba.

Daniela se enderezó y esperó a que Mathis terminara de despedirse de su pequeño. Intentó no mirar el brazo del niño, mas no pudo, ahí estaba el moretón que su hija le había dejado con la mordida.

El hijo de Mathis se alejó por el mismo pasillo. Llevaba una mochila de Iron Man y un botellón en forma de osito.

Entonces se quedaron a solas en la entrada con una suave llovizna repiqueteando sobre el asfalto y causando un murmullo cómplice.

—He hablado con Any —dijo Daniela con voz fría—. Ella se disculpará hoy con Remi y prometió no volver a hacer algo parecido; sino se disculpa, puede decirme para que le llame la atención.

Mathis metió las manos en los bolsillos del pantalón y se giró a mirarla, pese a que su empleada continuaba mirando el pasillo que ya se encontraba vacío.

—Se lo agradezco mucho, señora Barón —agradeció Mathis y dejó entrever un suave acento francés que causó un terrible hormigueo en la piel de Daniela—. Entiendo que Remi quiere mucho a Any, son buenos amigos.

—Eso me dijo Any, que sólo… se dejó llevar y que no lo volverá a hacer —Entonces Daniela giró hacia su jefe y, sin titubear, le sostuvo la mirada a esos profundos ojos azules que le hacían preguntarse muchas cosas que preferiría ignorar—. Lo lamentamos mucho, señor Laurent, por todo.

Daniela esperaba que eso fuera suficiente y que no tuviera que disculparse por cada cosa que hizo mal el día anterior. Todos los acontecimientos de esa mañana no la habían dejado dormir, dio vueltas en su cama por horas.

Mathis suspiró, colocó las manos sobre la cintura y desvió la mirada hacia el estacionamiento donde su chofer aguardaba en la camioneta.

—¿Usted viene por su hija o lo hace su esposo? —preguntó Mathis.



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En el texto hay: padre soltero, madre soltera, jefe y empleada

Editado: 21.12.2023

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