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Daniela no podía creer que aceptaron la quisquillosa lista de requisitos para su futura oficina. Lisa se había emocionado con eso de la libertad creativa, así parecía que tendrían un sitio digno de compartir en redes sociales; bueno, esa era la intención de Lisa.
—Crearemos expectación en redes sociales —dijo ella mientras terminaba de anotar las luces LED en color fucsia con las que decorarían las paredes de la oficina—. Será increíble, te lo prometo.
Daniela no estaba tan convencida. Nunca le gustaron mucho las redes sociales y no sentía que tuviera lo que se necesitaba para triunfar en estas. No se sentía fea, mas tampoco una belleza que las personas quisieran ver una y otra vez. Además, su ex esposo era especialista en redes sociales, era muy popular ahí; ella no sabía de esas cosas.
Quizá por eso, cuando llegó a su cubículo y encontró a Mathis y Lisa conversando, se sorprendió.
—Iremos por sus escritorios —dijo él.
—Pero le comentaba que tengo toneladas de trabajo por dejar listo antes de tomar nuestras nuevas asignaciones —explicó Lisa, a espalda de Mathis, mientras le hacía doscientos guiños a Daniela y más parecía que estaba a punto de sufrir un ataque de algo.
Mathis notó la expresión confundida de la joven madre, giró hacia Lisa y esta detuvo su ataque de guiños justo antes de ser descubierta.
—No creo que Celine se oponga —persuadió Mathis y volvió su atención a Daniela.
Lisa sufrió otro ataque de guiños.
—Consideramos que es lo mejor para no dejar atorado al departamento con tanto trabajo —agregó Lisa.
Daniela ni había hablado más que para dar los «buenos días». No entendía por qué Lisa no quería ir, si era quien estaba más emocionada con la nueva oficina, y… su cerebro se iluminó.
—Yo creo que debes venir, Lisa —suspiró Daniela—. Tienes un punto de vista muy fresco, serás de mucha ayuda, yo no sé de esas cosas.
—Yo creo que debo terminar el trabajo aquí.
—Lisa.
—Daniela.
Mathis se apartó para ver a ambas amigas en un duelo de miradas.
Él había pecado de curioso, preguntó un poco por aquí y por allá, pero fue de Celine de quien obtuvo más información. En palabras de su sobrina, Daniela era una ermitaña que no tenía amigos; lo más cercano a una amistad era Lisa. La chica de las coletas era todo lo opuesto a Daniela y poco le faltaba para empezar a saludar a los floreros.
De pronto, Lisa soltó un respingo, esbozó una amplia sonrisa y luego la transformó por una de dolor. Se tocó el estómago, apretó las piernas y dijo:
—Tengo diarrea.
Y salió disparada hacia el baño.
Daniela dejó caer la quijada. Sólo a Lisa podría darle igual decir que tiene diarrea.
Mathis enarcó ambas cejas, metió las manos en los bolsillos de su impecable traje sastre en color gris oscuro y sonrió:
—Supongo que seremos nosotros nada más.
Daniela tragó duro y asintió.
—¿Celine está de acuerdo?
—Soy su jefe, no tengo que pedirle permiso.
Mathis se encaminó hacia la salida. Daniela lo siguió con resignación, no sin antes mirar sobre el hombro hacia la única oficina del área, la de Celine; su jefa estaba ahí y los observó con atención hasta que abandonaron el piso en el ascensor.
Thomas los esperaba afuera de la empresa. Mantenía la puerta trasera abierta para que ambos abordaran. Luego se apresuró a ponerse al frente del volante y sumergirse en el tráfico de Nueva York.
—Está muy callada, señora Barón —observó Mathis mientras revisaba su celular.
Daniela respiró hondo y se embriagó con la fragancia varonil que desprendía Mathis. Se recriminó por no contener la respiración hasta que fuera seguro, aunque probablemente se hubiera muerto de asfixia antes de salir de ahí.
No entendía qué le pasaba. Es decir, sí, tampoco era una tonta, pero no quería pensar en ello porque temía demasiado a ese terrible sentimiento llamado «amor», ya le habían roto el corazón y todavía no terminaba de unir las piezas.
Y no es que «amara» a un hombre que acababa de conocer, tampoco era una adolescente impulsiva, sino que… Mathis le atraía, como a cualquier mujer con ojos, y ella prefería apartarse de esos hombres que eran irresistibles, ya sabía cómo terminaban esas historias.
La fotografía de su hija la saludó desde la pantalla de su celular.
—Tengo muchos pendientes en la cabeza —mintió ella y miró por la ventanilla—. Muchas gracias por asignarnos una oficina a nuestro gusto.
—Creo que es más del gusto de Lisa, pero de nada.
Daniela sonrió, lo miró y lo encontró también sonriéndole.