Equipo de padres solteros

Capítulo 11. Lo que un niño puede hacer

♥︎

Mathis se dejó caer en los cómodos sofás blancos de su elegante sala que también parecía jardín de niños. Los juguetes que encontró Mahika permanecían regados sobre el suelo, aunque sabía que Any se llevó algunas Barbies.

Bebió un sorbo de su botella de agua, subió los pies a la mesa del centro y contempló el anochecer desde la amplia ventana; a lo lejos se podían ver otros enormes edificios cubiertos de luces, era un paisaje hermoso.

Sus hijos ya dormían. Mahika había salido con un amigo. Tenía la tranquilidad de la casa para él solo, podía mirar una serie de televisión y desconectar de la presión que le producía saber que la editorial podía fracasar; sin embargo, permaneció ahí con los ojos fijos en la noche y una sonrisa en los labios porque no podía evitar recordar su día con Daniela, esa peculiar empleada que le había causado tantas emociones en tan poco tiempo de conocerla.

Y recordaba que Jolie le tenía prohibido tener novia.

Mathis se movió incómodo.

«¿Novia?», él no quería eso, no. Ni recordaba como «enamorar» a una mujer, mucho menos pedirle una cita. Mathis se había comprometido a cerrar las puertas al amor porque no quería que sus hijos tuvieran otra madre, sino que quería ser lo suficientemente bueno para ser madre y padre para ellos, así enmendar sus errores que ocasionaron el abandono de su esposa.

Él seguía culpándose.

Y entonces recordaba a Daniela riendo con la cantimplora en las manos y esa escena… producía un revoltijo de humo en su estómago.

«Debería ir a dormir», se dijo. Así madrugaría para ir al gimnasio y sacarse todas esas ideas de la cabeza con una rutina extenuante de pesas.

Cerró la botella de agua, bajó los pies de la mesa, se incorporo y avanzó con paso cansado hasta la ventana. Todavía portaba el elegante traje de la mañana, ansiaba el minuto en que pudiera quitárselo y meterse bajo el chorro de agua caliente.

Sonrió a la ciudad, giró y su mirada cayó en el teléfono inalámbrico parcialmente escondido por el sofá.

Se acercó, lo tomó y revisó que tenía una última llamada hecha a un número desconocido. Podía preguntarle a Mahika, pero sabía que ella prefería usar su celular, así que la otra opción era que Daniela o los niños la hubieran hecho.

«Los niños son muy pequeños», se dijo.

Jolie ni había tocado el teléfono fijo en meses, todo giraba alrededor de su celular.

La última opción era Daniela, ¿a quién habría llamado?

Una chispita inquieta burbujeó en la boca de su estómago, una muy molesta que hacía muchos años que no sentía, ni siquiera recordaba cómo se llamaba.

Consultó su reloj de pulsera. Todavía eran las nueve de la noche.

Sin meditarlo más llamó al misterioso número y aguardó con el auricular pegado a la oreja.

Una voz masculina y adormilada contestó al otro lado.

—¿Qué quieres…?

Mathis frunció el entrecejo.

—Disculpe, tengo una llamada perdida de su número —mintió Mathis.

—¿Qué?

—Tengo una llamada…

—Sí, escuché —espetó el hombre mientras se espabilaba—. Yo no llamé.

—Pues…

—Oh, ya, tú me llamaste y luego sólo susurrabas y no podía escuchar nada, sólo me hiciste perder el tiempo.

—Debe haber algún error, yo…

—No, no —interrumpió—. ¿Te mandó Daniela? ¿Es eso?

—¿Daniela?

—Mira, ya le dije que pagaré la pensión completa, que no esté molestando porque algunos sí tenemos trabajo, no como ella que se limita a sentarse en las piernas de sus jefes y así conseguir dinero.

Y el hombre colgó.

Mathis bajó el teléfono, mas se quedó contemplándolo unos minutos.

¿Daniela llamó a su ex desde ahí para preguntar por la pensión? ¿Estaba en problemas económicos?

El poco sueño que sentía se despejó. Supo que le esperaba una noche de insomnio y todo gracias a esa mujer que una vez amenazó con atropellarlo.

 

—Disculpa, Daniela… No sé cómo preguntar esto, así que sólo lo haré.

—Está bien, claro…

Daniela tomó asiento frente al escritorio de su jefe y aguardó con paciencia por la pregunta que parecía estar costándole a Mathis todo el oxígeno de la habitación.

Esa mañana su jefe llegó tarde. Thomas llevó al pequeño Remi a la guardería, Daniela los vio cuando ya se retiraba; su jefe llegó dos horas después a la empresa y con unas ojeras tan grandes que era sencillo adivinar que no concilió el sueño.

—¿Tienes algún problema económico?



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En el texto hay: padre soltero, madre soltera, jefe y empleada

Editado: 21.12.2023

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