Era pagarte, no Amarte

2

Seis meses después de la boda

Judith

—Ya no puedo seguir así, Judith. No puedo continuar escondiéndome, cuidando cada cosa que hago cuando salimos, ni soportar el hecho de no poder siquiera tomarte de la mano —me dijo Amber, con la voz rota, cargada de dolor y cansancio.

—Amor... —le tomé la mano con ternura, intentando transmitirle calma—. Ya falta poco, solo un poco más. Debe...

—Debo ocultarme —me interrumpió con un suspiro tembloroso

—Debemos ser precavidas, amor—la corregí suavemente.

Amber me miró, y su expresión reflejaba un cansancio profundo.

—Judith, estoy cansada de ser la amante. ¡No soporto serlo más! —exclamó soltándome la mano de golpe.

—Amor, no lo eres —respondí de inmediato, sintiendo cómo el miedo me invadía—. Yo te amo a ti. Mel Castle y yo solo compartimos un título vacío, el de esposas, pero eso terminará pronto.

Amber bajó la mirada, sus ojos brillaban de lágrimas contenidas.

—No puedo seguir así. Será mejor darnos un tiempo...

—¡No! —la interrumpí desesperada—. Yo no quiero alejarme de ti, Amber. No quiero que nos demos un tiempo.

—Judith, estoy agotada. Solo quiero amarte sin restricciones, sin tener que esconderme, sin contenerme, sin medir cada gesto en público —me dijo con una tristeza tan profunda que me desgarró por dentro.

Se apartó y empezó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo, sin mirarme, y soltó con su voz quebrada:

—Vendré por mis cosas después, porque ya es hora de darnos un tiempo.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. No podía permitir que me dejara. Corrí hacia ella y la abracé desde atrás, aferrándome con todas mis fuerzas.

—No, por favor, no te vayas. Arreglaré todo esto, solo dame un poco de tiempo —le supliqué entre lágrimas.

Pero Amber no me respondió. Se limitó a tomar mis manos y apartarlas de su cintura con firmeza. Luego se marchó, dejándome con el corazón hecho pedazos.

El silencio de la habitación me asfixiaba. No iba a permitir que me arrebataran a Amber. Tenía que actuar de inmediato. Con manos temblorosas marqué el número de Sheldon, el asistente de Mel. Aquel mismo hombre que, el día de la boda —o más bien de la simple firma de papeles, porque ella ni siquiera se presentó—, me había entregado el mensaje de ella: "Si necesitas algo, háblalo con Sheldon."

Él me había dicho entonces, con tono amable y profesional: "Estoy a su disposición. Si necesita algo, no dude en pedírmelo."

Y ahora, más que nunca, necesitaba de él. Necesitaba que me llevara hasta ella para ponerle fin a esta farsa. Ella era tan inteligente para los negocios, tan astuta para los problemas... ¿por qué no había inventado ya una mentira creíble que justificara el divorcio? ¡Habían pasado seis meses y nada!

Sheldon no tardó en contestar mi llamada. Sin preámbulo, pregunté directamente:

—¿Dónde se encuentra ella?

—Habla de su esposa —respondió Sheldon, lo que me irritó al instante.

—¿Dónde está? —repetí, al borde de perder el control.

—Cualquier cosa que necesite, puedo proporcionársela; solo debe decirme —evadió la pregunta.

Mi paciencia llegó al límite. Alcé un poco la voz, a punto de estallar:

—Sheldon, necesito hablar con ella. Dime dónde está.

El silencio al otro lado de la línea me hizo contener el aliento.

—Señora, ¿no sería más oportuno decirme lo que necesita a mí? —insistió Sheldon con voz firme, pero cargada de evasivas.

Mi paciencia llegó al límite. El enojo me dominó y le respondí con furia:

—A menos que puedas convertirte en ella o seas ella misma, ahí me puedes ayudar, Sheldon. ¡Ahora dime dónde está! —grité con toda mi frustración contenida.

Un silencio espeso invadió la línea. Parecía eterno, insoportable. Luego escuché murmullos apagados, como si alguien estuviera con él, como si deliberaran qué hacer. Finalmente, su voz regresó, más grave:

—Está bien, señora... ahora mismo le enviare la dirección de donde se encuentra.

No tardo nada cuando me llego la dirección de donde se encontraba.

—Pero debo advertirle...

No logré escuchar el resto porque, sin querer, terminé colgando. Dudé en volver a marcar, pero decidí no hacerlo por miedo a que cambiara de parecer y haga que ella se fuera del lugar.

La dirección estaba en Hawái así que tomé el primer vuelo hacia allá. La rabia y la angustia me acompañaron todo el trayecto.

Y debía ser una broma ella se estaba dando unas ¿Vacaciones? ¿Era enserio estaba disfrutando de unas vacaciones mientras mi vida y mi relación con Amber se desmoronaban? El solo pensarlo me hervía la sangre.

Apenas puse un pie en Hawái, tomé un taxi y me dirigí a la dirección que Sheldon me había dado. Llegué frente a un edificio imponente: las oficinas de la empresa Castle

. Nunca imaginé que aquí también tuvieran sede; no me detuve a pensar en cuánto se habían expandido desde la casi quiebra de nuestra empresa y fui directamente a recepción, pidiendo ver a mi esposa.

La recepcionista me miró incrédula, pero amable, y llamó a Sheldon para confirmar si realmente era su esposa. Tras recibir la confirmación, me acompañó hasta el elevador presidencial, aunque antes se disculpó por su incredulidad:

—Lamento mucho el malentendido, Sra. Castle, pero casi a diario llegan muchas niñas un poco locas diciendo que son esposas de nuestra CEO —dijo, visiblemente avergonzada.

Alcé una ceja, pues ahora la incrédula era yo. Ella, notando mi gesto, añadió apresurada:

—No me malinterprete, Sra. Castle, nuestra CEO jamás haría caso a nadie... y más ahora que está casada con alguien tan hermosa como usted.

Se notaba su nerviosismo y ansiedad, así que simplemente le sonreí y entré al elevador, dejándola atrás.

Al abrirse el ascensor, pude ver una pequeña recepción en la parte superior. Avancé rápidamente y encontré a Sheldon esperándome junto a la puerta que parecía conducir a la oficina de Mel Castle.




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