¿Y si no tuvieras ese pequeño problema, Mel Castle? pensé intrigada. A los pocos segundos yo misma me respondí: seguramente ya habrías encontrado a alguien a quien amar de verdad, quizás incluso estarías formando una familia. La idea me sacudió un poco, porque, en el fondo, estaba segura de algo: si hubiéramos coincidido en otro tiempo, antes de que yo conociera a Amber, probablemente me habría fijado en ti.
—Ya está —me avisó, terminando de colocar la venda sobre mi herida.
Salí de mis pensamientos de golpe y, por unos segundos, nuestros ojos se conectaron en un silencio inesperado, lleno de significados que no me atreví a descifrar.
—Señora Mel —intervino Nicholas en ese momento—, su asistente llamó y pide que le conteste al celular.
Mel lo miró enseguida y asintió.
—Gracias, Nicholas, ahora lo llamo —respondió, poniéndose de pie.
Rebuscó entre sus bolsillos y entre la ropa, pero no encontraba el teléfono.
—Lo dejé en la habitación —recordó al fin—. Iré por él, ya vuelvo.
Y se fue apresurada, dejándome allí con mis pensamientos.
¿Qué fue eso? me pregunté a mí misma, inquieta por aquella breve conexión. Sacudí la cabeza, intentando no darle demasiada importancia, y me quedé sentada, esperando a que Mel regresara. Pasaron los minutos, y el silencio del patio se hizo más largo de lo que debería. Miré el reloj: seguramente habían transcurrido más de treinta minutos y ella aún no volvía. Tal vez Sheldon la había llamado para decirle algo importante.
—Bueno, a lo que regresé me contará —murmuré para mí, con un dejo de impaciencia y curiosidad.
Llegaron más pronto los cupcakes que Mel, y mientras disfrutaba de mi segundo pastelito, ella apareció al fin, entrando con paso firme y un gesto difícil de descifrar.
—Ya llegaron —dijo, sentándose frente a mí para servirse uno de inmediato.
La observé con atención, intentando averiguar si había ocurrido algo.
—¿Todo bien? —pregunté, llevándome el jugo a los labios.
Mel no respondió. Simplemente engulló el cupcake a toda prisa, como si masticar fuera la excusa perfecta para evitar hablar. Aquello, para mí, fue una clara señal de que algo había pasado.
—Mel... —presioné, con el ceño fruncido.
Ella solo se llevó un dedo a los labios y señaló su boca llena. La esperé con paciencia, pero cuando vi que iba a tomar otro cupcake, reaccioné rápido y le quité la charola de las manos.
—Te los daré después de que me digas qué te dijo Sheldon.
—¿Cómo sabes que me dijo algo malo Sheldon? —inquirió, sorprendida, aunque su mirada la delataba.
—Muy fácil. Primero, te demoraste demasiado tiempo en volver. Segundo, venías con el ceño fruncido. Tercero, no me quieres decir nada. Y cuarto... acabas de confesar que Sheldon te dijo algo malo, cuando yo solo pregunté qué fue lo que te dijo. —Hablé con toda la elocuencia que pude, segura de mi razonamiento.
Mel suspiró y dejó el cupcake a medio camino.
—En realidad no es nada malo, más bien... un sobreaviso —balbuceó, aunque sus palabras no tenían mucho sentido.
—No entiendo qué intentas decirme... —repliqué, cruzándome de brazos.
—Está bien, lo explicaré —se acomodó en la silla, respirando hondo—. Mis padres vuelven exactamente en tres meses.
—Eso es genial, no le veo nada de malo. —Sonreí, intentando restarle importancia.
—Cuando lleguen... quieren que hagamos una cena con las dos familias. —Su tono se endureció.
Me quedé callada. El silencio me ayudó a entender el verdadero problema.
—Está bien, entiendo a qué te refieres. Pero lo resolveremos, yo hablaré con mis padres para...
—Quieren que la primera cena sea en nuestra residencia del campo —me interrumpió con firmeza—. Y además... quieren que convivamos todos juntos durante una semana entera.
El aire pareció estancarse en mi garganta.
—¿Estás consciente...? No, espera... ¿tu abuelo está consciente de que nuestras familias han sido rivales desde tiempos inmemoriales? ¿Por qué cree ahora que de pronto nos llevaremos bien? —pregunté con obviedad, incrédula ante semejante capricho.
Mel bajó la mirada y apretó los puños con fuerza.
—Porque si nuestros padres no ceden para esa convivencia, los tuyos perderán su empresa. Y en cuanto a los míos... ni siquiera imagino lo que podría hacerles. —Su voz se redujo a un susurro, cargado de impotencia.
—¿Sería capaz de hacerle algo a su propio hijo y a su nieta solo por mantener un capricho? —murmuré con incredulidad, sintiendo un escalofrío recorrerme.
Mel levantó la vista, con una rabia silenciosa en los ojos.
—A este punto, estoy segura de que mi abuelo es capaz de todo —susurró, molesta, como si al decirlo confirmara una verdad que llevaba tiempo temiendo.
No sé qué tiene el abuelo de Mel en la cabeza ni qué intenta comprobar reuniendo a las dos familias. La sola idea me producía un nudo en el estómago.
—Mel, será muy difícil fingir durante una semana —le advertí con seriedad—. Y más que nada, ¿cómo haremos para que nuestros padres no sean...? —me quedé callada buscando la palabra adecuada—. No sean groseros entre ellos.
Mel suspiró, como si el aire le pesara, antes de añadir:
—No solo ese es el problema. Recuerda mi problema: no sé cómo hacer para que parezca que me estás gustando, que intento hacer que te guste, pero que al mismo tiempo se note que no te amo —se cuestionó, mirando al vacío.
—¿Hablas de cortejar?
—Sí, exacto —afirmó—. Judith, necesito practicar para que mi abuelo piense que lo estoy intentando contigo, pero sin exagerar. Debe parecer creíble, un equilibrio perfecto: que se note un interés, pero no un enamoramiento. Si no lo manejo bien, cuando llegue el momento del divorcio él sospechará.
Podría jurar que veía a través de Mel su agotamiento, aunque ella no lo mostrara con palabras. Sabía que estaba bajo presión. La sacaba de su zona de confort y, aunque lo ocultara, yo podía notar su frustración por no tener una guía clara, un manual que pudiera seguir al pie de la letra.